La ley 21 de 1821

1 de junio de 2023

Por: Arleison Arcos Rivas

La abolición legal de la esclavización en Colombia empezó, paradójicamente, considerando su postergación, con la ley del 21 de 1821 denominada habitualmente “ley de vientres”. Tal como hemos considerado en “ser como ellos”, es precisamente esta vergonzosa continuación de la esclavización y escatimo de la libertad en el contexto republicano, lo que debería servir para indicar que el nacimiento de nuestra nación no ocurrirá sino hasta el 1 de enero de 1852.

Entre cuentos de bogas, narraciones de cimarrones y soldados, conversaciones de casa oídas a hurtadillas, hojas sueltas que circulaban con la libertad de los pasquines, audiencias en cabildos escuchados en secreto y, no menos importante, publicaciones oficiales sonsacadas y periódicos leídos so pena de castigos, circularon las reformas que los congresistas habían ventilado en Angostura y fueron objeto de largo debate en el Congreso de Cúcuta, de 1821.

Con la osadía de los dominados, cuya capacidad de actuación se despliega muchas veces por fuera de la escena pública y del registro documentado, las prácticas de resistencia aplicadas a la difusión de las novedades que socavarían el sistema de esclavización contribuyeron a que circularan en un público amplio, generando un ambiente de amplia recepción de los efectos normativos y de las nuevas condiciones para la extinción de la institución cadenícola, en el contexto republicano.

Así se desprende de documentos tempraneros como “nos los esclavos de Medellín”, registrado en 1812, y otras noticias judiciales que dan cuenta de la manera como se hizo declaración pública de las pretensiones libertarias y del ánimo emancipatorio en la activación e imaginación política de buena parte de la población cautiva en esa comarca y, en general, por todas las Américas.

De hecho, la conversión a independentistas por aquellas fuerzas que en su momento aceptaron la conscripción militar entre los ejércitos realistas deja en evidencia que fue la promesa de libertad irrestricta, y sólo ella, la que concitó el interés de batallar en una causa impropia y poco seductora, pues regidos por españoles o por sus criollos americanos, el desmonte de la esclavización no circulaba como noticia que les importara implementar.

Si Bolívar se quejaría de que “algunos hijos de América fueron los más empedernidos enemigos de la independencia”, Manuel Piar, asesinado por este, al igual que otros adalides afrodescendientes por el temor a la pardocracia, también les acusarían por querer “privarnos de los derechos más santos y naturales”, insistiendo en “encadenar mucho más en una esclavitud vergonzosa” a “tanto inocente” que “está derramando su sangre por la libertad”.

Bajo dispares filtros informativos y con distintas estrategias de distribución noticiosa, se articuló el pensamiento emancipatorio afrodescendiente. Con sobradas evidencias, la crónica libertaria enfiló y canalizó al grueso de las fuerzas combatientes entre los ejércitos republicanos, a tal grado que su vigor y protagonismo aseguró la victoria en batallas definitivas para la nación; así tuviesen que alimentar el miedo como estrategia de proliferación del desasosiego por su ferocidad bélica.

Una vez vencidos los ejércitos de reconquista e instalada formalmente la República, los criollos americanos se muestran timoratos para cumplir sus promesas de derrumbar la institución esclavista, aunque no al punto de instigar la rebeldía de las mayorías Por ello responden al reclamo libertario de los esclavizados con la tímida aceptación de la libertad en el vientre. Aunque inconcebible en el código liberal republicano, este nuevo invento de la cepa esclavista criolla garantizaba el derecho de propiedad, mientras sujetaba a su querer y obediencia a quienes la ley y los documentos consideraron manumitidos, libertos o libres por la ley.

Lo cierto es que las noticias libertarias fueron recibidas de muy contraria manera y con diverso tino en la contienda racial por el contenido de los textos constitucionales que fundaban la república. Mientras que a testantes y herederos tan sólo les importaba la preservación de su patrimonio, a las y los hijos del África cautiva en América importaba la plena vigencia de la libertad, sin acartonamientos jurídicos ni vericuetos legales que tan solo moderarían la aspereza de su situación.

Sin embargo, aunque puso plazo a la culminación de la esclavización perpetua, la mentalidad esclavócrata republicana tuvo éxito en asegurarse la postergación de la fecha legal en la que las y los nuevos “libres en virtud de la ley de manumisión”, gozarían de este derecho, mientras sus progenitores, familiares y hermanos mayores permanecían bajo el régimen de las cadenas.

Promovidas por las Juntas de Manumisión que la ley ordenaba, con cierta parsimonia se fueron escenificando las fiestas nacionales en las que, a nombre de la nación, las autoridades se ufanaban de por “tener la honra de poner en la cabeza de los libertos el gorro frigio, y presentarlos al pueblo con la mayor solemnidad posible, yá rehabilitados, y haciéndoles entender en pocas palabras la importancia del acto, la parte que en é le toca á la actual Administración, y los deberes que tenían para con la patria” (78).  

Pese a pactarlo constitucionalmente, el escamoteo a la libertad de vientres alimentó durante varios años diferentes estrategias de tráfico ilegal con naciones vecinas, desaparición de registros parroquiales, modificación fechas de nacimientos, traslados forzosos hacia zonas de difícil acceso, e incluso la eliminación de edictos y el ocultamiento de la ley; todas ellas tácticas que impedían o dificultaban las auditorías públicas y la aplicación de las medidas legales emancipatorias. Como táctica de dominio, las tretas dilatorias constituyen un compendio de argucias y estratagemas típicas de un contexto social y político en el que, hasta hoy, prosperó la idea de que, hecha la ley, hecha la trampa.

La ley que gestó la libertad de vientres constituye un breve momento de lucidez republicana, significativamente apropiado como recurso libertario por madres y padres afrodescendientes a los que importó buscar hasta en los estrados judiciales la libertad de sus hijas e hijos, enfrentando a sus captores echando mano de los más preclaros argumentos jurisprudenciales que pudieran invocar a consecuencia del texto constitucional. Sin embargo, los mismos registros de las querellas en distintos tribunales evidencian la tenacidad con la que los criollos republicanos se aferraron al sostenimiento del esclavismo hasta el último minuto posible, entablando pleitos jurídicos inconcebibles, inventando figuras semiesclavistas como el contrato de aprendizaje, el concertaje y el terraje, o avanzando negociaciones extrajudiciales ventajosas.

Entre guerras civiles y valentonadas de supremos regionales, habría que esperar tres décadas, hasta el 21 de mayo de 1851, para que el afrodescendiente federalista y representante cartagenero Juan José Nieto Gil, estuviera entre quienes presentaron al Presidente José Hilario López el texto legal para la completa e inmediata extinción del régimen de esclavización en Colombia, a partir del 1 de enero de 1852.

ley21

Sobre el autor

Arleison Arcos Rivas. Activista afrodescendiente. Defensor de la vida, el territorio y la educación pública. Directivo, Docente e investigador social. Licenciado en Filosofía. Especialista en Políticas Públicas. Magister en Ciencia Política. Magister en Gobierno y Gestión Pública. Doctor en Educación. Cdto. en el doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Es autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Rector de la IE Santa Fe – Cali.
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