La conquista de la igualdad

Por Última actualización: 13/11/2024

 

04 de enero de 2023

 

 

Por: Arleison Arcos Rivas

 

  

Durante siglos, la conquista de la igualdad ha animado las mayores iniciativas de la humanidad, al tiempo que se han perpetuado las peores actitudes y manifestaciones levantadas en su contra. Ante la más descarada y opulenta acumulación, se extiende la sombra hambrienta de los miles de millones de pobres que contemplan impacientes la vertiginosa expansión del consumo y el acaparamiento en las sociedades de capitales, en las que pocas manos concentran recursos incalculables que bien podrían acabar con el oprobio y el sufrimiento asociado a la distribución desigual.

La desigualdad, nombre genérico de la economía de capitales, nos sorprende en todos los planos: desde el ensanchamiento planetario hasta la constricción doméstica. Niñas y niños sometidos a la arbitraria necesidad de ganarse la vida. Mujeres, mucho más que los hombres, obligados a entrar al juego precario del trabajo asalariado. Comunidades en barrios precariamente incorporados al desarrollo local. Pueblos y ciudades con ingresos marginales, sin mayores alternativas de emprendimiento y fortalecimiento de su erario. Entornos regionales y naciones cuya productividad les deja en los tenebrosos bordes de los indicadores de miseria.

Tanto la pérdida de soberanía de los países, cuya renta no alcanza a satisfacer las necesidades de su por destinar ingentes recursos a las deudas crecientes, como la insolvencia de los ciudadanos a los que no llega el reparto de la riqueza socialmente construida, obedecen al mismo principio, como ha demostrado Thomas Piketty en sus análisis sobre la herencia, el rendimiento del capital y el crecimiento de la economía. La afectación al equilibrio económico no sólo resulta ostentosa por la concentración de lo producido, por parte de propietarios y financistas dueños de medios y capital suficientemente apropiado. Pareciera que es la apuesta por la máxima concentración y la propensión a su aprovechamiento en consumo improductivo lo que finalmente alimenta la desigualdad humana.

La amenaza tras semejante desproporción es la atomización, fragmentación y disolución de la sociedad política. Las desigualdades, acumuladas de manera creciente, alimentan el malestar social, acrecienta las divergencias, alienta la revuelta popular y fomenta la desestabilización del sistema político, hasta su fracaso.

Si lo que se quiere es una sociedad cada vez más igualitaria, la contribución de los más ricos y poderosos debe ser cada vez mayor, necesariamente; a efectos de desacelerar la desproporción en el consumo y desafectar la precariedad en el ingreso. Ni el ajuste anualizado o periódico de los salarios, ni la implementación focalizada de las políticas sociales, ni la distribución sectorizada de subsidios resuelve por sí misma la desigualdad en la sociedad. De ahí que se requiera hoy al Estado que encare los problemas de la distribución de la riqueza.

Es esta la única razón que justifica la instalación de un ministerio de la igualdad, apuntando a concitar una plataforma social que dote a las entidades públicas y corporativas de sensibilidad y músculo para enfrentar las graves vulneraciones socioeconómicas, territoriales, ideológicas e institucionales que ponen en riesgo la dignidad humana, su sostenimiento, su bienestar y prosperidad.

Un Estado garantista podrá serlo siempre que logre doblar la cerviz de la desigualdad imperante en su territorio. No obstante, la tarea no resulta ni fácil ni promisoria, si se ponen en consideración las desalentadoras cifras de avance en la prosecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, en los que las naciones del mundo han prometido empeñarse, cambiando en dos ocasiones sus pretensiones en el tiempo que se han dado para asegurar “un mejor y más sostenible futuro para todos y todas”.

La tarea que asume desde hoy Francia Elena Márquez Mina, Vicepresidenta de Colombia y nueva Ministra de la Igualdad, constituye un llamamiento popular para que se ordene al Estado en torno a la transformación de la matriz desigual y desproporcionada sobre la que se ha perpetuado la violencia, la pobreza, la miseria, el racismo, el sexismo y toda otra transgresión a la dignidad humana en el país; cuyas determinaciones no se enmarcan por fuera de la obcecación con la que en el mundo se contonea airosa y desmedida la apropiación de capitales y su necropolítica, de suyo contraria a toda conquista de la igualdad.

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Arleison Arcos Rivas