Por: Yesid Cortes[i]
Nuestra cultura tiene que ser popular, o sea una cultura de masas, en la que toda la gente tenga derecho a ella.
Además, se deben respetar los valores culturales de nuestro pueblo, que merezcan ser respetados.
Nuestra cultura NO puede ser para una élite, para un grupo de personas que saben mucho.
No, todos los hijos de nuestra tierra en Guinea-Bissau y Cabo Verde tienen que tener
derecho de avanzar culturalmente, de participar en nuestros actos culturales, de manifestar y de crear cultura.
Amilkar Cabral
La salsa choke es indefendible… indefendible porque ésta se defiende sola, es altanera, transgresora y ofensiva como suelen serlo las hijas de los mal queridos; es hija de la salsa y del hip hop, siendo ambos hijos de los ritmos africanos que habitaron los cuerpos de secuestrados quienes tuvieron como infierno en las paradisíacas islas del Caribe, también hija de la guajira, del son cubano, de la plena y la bomba que siguieron al negro en su tránsito a la ciudad, en busca de una mejoría en sus formas de vida, mejoría que no verían tras siglos de “libertad”. La conocida salsa choque es más que una variante musical, es un reclamo de humanidad, que para aquél que sea extranjero al territorio donde ella campea se le antoja agresiva a sus gustos y moral, porque agrede los oídos acostumbrados a una gran orquestación, tonos pulidos y acompasados, arreglos fastuosos y sobre todo conocidos, que garantizan la aprobación; toda esta exigencia se vierte sobre jóvenes que no han tenido la posibilidad de aprender a tocar esas notas europeizadas sobre la base de las expresiones africanas posteriormente ensambladas en América.
Es agresora porque no se disculpa, no pide autorización para disputarle a la salsa un poco de lo que es suyo también, no tiene que pedir permiso para habitar el barrio, se pasea por las cuadras y calles que sumaron a su historia, a su origen, no se excusa por no sonar a lo que les gusta a los salseros que idolatran a Willy Colón y Héctor Lavoe. La salsa choke tiene innegablemente una posición política y una esquina reconocible: la del barrio, pero no la de ese barrio que habita los recuerdos mohosos y polvorientos, ¡no! sino la del barrio popular, presente, palpable y sufrible que se diferencia de esa añoranza eterna de Cali del caleño de zapato blanco que bailaba en honka monka con discos de la Fania y más que la Fania con Héctor Lavoe, imagen que se ha erigido como la caleñidad sonante, ese estandarte para blandir mientras se arman fronteras de esa nación imaginada que llaman caleño de verdad. Así pues, ésa añoranza del caleño con ese gustico heredado por la salsa de Héctor y la Fania no es más que, la invención de un artilugio que les permite diferenciar a los caleños legítimos de los otros, se observa entonces, una especie de diferenciación étnica subsistente debajo de la fascinación por los exponentes de la música mencionados que casualmente son más parecidos a ellos -a los caleños de toda la vida- y diferentes a esos “otros” con sus músicas raras, esa especie de extranjero sin visa aunque con cédula. Es importante mencionar que esa fascinación se transmite de generación en generación como los valores familiares, la moral de grupo y las formas de clase.
De manera que, esa caleñidad sonante constituye un supuesto cultural propio que los identifica y con el cual pretenden establecer una relación de lo propio y lo ajeno, siendo lo propio un secuestro cultural afro caribeño que hoy les sirve para establecer según sus necesidades quien es caleño de pura cepa y/o se adapta más a esa invención y quien es un recién llegado que transgrede su mundo, usos y costumbres. Así pues, el apego a la salsa de sus padres más que el gusto musical los provee de una herramienta que les permite reclamar esta ciudad como suya, la salsa dura surte el efecto de un activador de la memoria colectiva que les establece quienes son y quienes somos los otros.
Así pues, el valor que establece Anderson (1983), al capital impreso en su comunidad imaginada, lo ocupa en Cali la salsa, en especial la producida por Lavoe, Colón y Blades, músicos con los que se identifican los caleños de verdad y toman su música como herramienta para dividir la ciudad en dos Cali, la Cali de verdad -su Cali- y la Cali de la Simón Bolívar pa’ allá donde reina la salsa choque y su contestación activamente política. Así pues, la salsa choke es la esencia de lo que somos en la periferia de Cali, contraviniendo los referentes de los “caleños”.
La salsa es una de las madres de esta criatura, al igual que su retoño es negro, con una innegable impronta africana, fue nacida en el monte, los esteros y los ríos del caribe, es producto del sudor, dolor y necesidad de expresión de africanos y africanas que cortaban la caña y vivían la zafra[ii] y desde allí gritan su realidad, lo que retomaría la salsa choke para las calles de la barriada. La otra madre será el hip-hop, que surge de la misma necesidad de las comunidades negras del norte, con sonidos y métricas africanas adaptadas al asfalto, la barrera del idioma no fue impedimento para que hubiese una identificación con la furia del desterrado, la fuerza de su gestualidad tanto como su sonoridad hicieron entendible su reclamo y sería el mismo nuestro.
Alejandro Ulloa afirma que detrás de la salsa hay mucho más que instrumentos, hay una historia cultural y a través del prisma de la música podemos correr la cortina de la sociedad a la que se pertenece, esas consideraciones se le niegan a la marginada salsa choke y a ella no le importa, a ella no le caben exigencias de pureza sonora, de métricas europeas y “perfecta dicción”, explicaría Amilkar Cabral que cultura es entender la situación concreta por la que atraviesa tu tierra para transformarla en sentido de progreso, es así que la heredera de la salsa y del hip-hop representa hoy la única y más legítima forma de expresión de la barriada negra, desplazando lo que algún día fue el rap, el mismo que hoy divaga entre otras luchas y la nada.
La salsa choke es política, es algo que se observa sólo al escuchar sus letras sin dobleces representando al barrio, haciendo lo que el punk en las calles londinenses o neoyorkinas de los setentas, el grito enérgico actual será en las calles a medio pavimentar del Distrito (la ciudad imaginaria que coexiste con Cali) allí, en la sabrosa noche, escuchamos a un joven hacer constar su inconformidad contra la policía (lo más parecido al Estado que conocemos en esos barrios) quienes hacen su “labor”, al impedir que la clase trabajadora negra goce del líquido sentimiento de poder y alegría, que al sentir que se diluye bajo el Estado con bolillo, no dirían como eskorbuto la banda punk; mucha policía poca diversión, sino que al estilo del barrio, del distrito, de frente y pa’ las que sea, los del pedazo sueltan un “los tombos son unos hp!!” el barrio le pone ritmo y zas!! Tuvimos un éxito que nadie dimensionó como la declaración política que es “nadie excepto la policía que intento por medio de acción judicial silenciar el rítmico reclamo” esa expresión no podría salir de otro lado más que de los permanentes inconformes que ya nada más pueden perder. Solo allí ese canto es verídico, sentimiento real, frustración real, no una receta trillada de verborrea antiimperialista calzando unas Nike.
Nuestra música suena así porque desde lo que aprendimos de manera autónoma sin conservatorios ni academias, desde el más puro y necesario autodidactismo, desde el “resolver”, desde allí producimos nuestro sonido, sin intervención de aquellos a quienes hoy nuestro sonido incomoda porque les recuerda que no estamos quietos esperando a ser salvados y más aún , les recuerda de dónde viene ese sonido, el estribillo que lanza patio 4 “yo soy de Tumaco ¿y qué?” es más que eso, es una declaración étnico – política para que sepan de dónde viene nuestro sentir, que aquí está dando batalla y que si no les suena bien porque les suena muy negro, muy marginal e imperfecto, pues perfecto, de eso se trata!!, porque como dijo Don Corrinche[iii] desde lo que somos -lo que sea-.
[i]Estudiante de historia de la Universidad del Valle. Integrante de Cadhubed
[ii] Se le llama Zafra al periodo en el que se cosechan los campos de caña de azúcar para que pueda ser procesada en los ingenios.
[iii]Manuel Alejandro Mosquera Valencia, joven artista y activista de las causas negras
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