11 de julio de 2024
Por: Arleison Arcos Rivas
La salida de Aurora Vergara Figueroa del Ministerio de Educación, sin confirmar todavía si tendrá o no una nueva asignación en representación del país, deja bastantes sinsabores. Aunque los ministros son fundamentalmente fusibles, cuyo filamento debe desgastarse para no comprometer la figura presidencial, en Colombia no suele ocurrir que estas renuncias correspondan siempre con el balance en el juego de suma cero que debe establecerse entre el ejecutivo y el legislativo. Tampoco resulta frecuentemente pública la intencionalidad del mandatario con tal acción, más allá de alimentar la idea mediática del remezón del gabinete y estimular la agitación política.
En este caso, pese a los altibajos de su gestión, pareciera que en la decisión del presidente ha pesado más el parecer que la conveniencia de la decisión. De hecho, ante las críticas recibidas por Daniel Rojas, de cantera petrista, quien venía haciendo un excelente trabajo en la Sociedad de Activos Especiales – SAE, ha trinado afirmando que “Daniel debe concretar el programa de gobierno: expansión de la educación pública superior gratuita. Con el SPG sustancialmente incrementado a los municipios, lograr la expansión de las clases de historia, arte, deportes y programación de sistemas en los colegios del país. Lograr educación del profesorado y lograr que el niño aprenda a pensar con independencia”.
Si la posta se pasa por estas razones, no cabe duda de que la Doctora Autora Vergara venía impulsando esas y otras políticas con fiereza. Basta revisar los anuncios de acuerdos firmados con gobernaciones y alcaldías, la extensión de la red de universidades públicas, el fortalecimiento de la gratuidad educativa, el incremento del presupuesto de las universidades, el relativo mejoramiento en la asignación de recursos para los Fondos de Servicios Educativos, el rediseño y financiación del PAE, la ampliación de becas de formación en maestrías y doctorados para docentes, el notorio crecimiento y mejoramiento de la infraestructura educativa, de la mano de la actual gerencia del FFIE, la ampliación de la planta docente y de tutores escolares, entre otros trascendentales logros de gobierno, alianzas estratégicas y convenios trasnacionales.
Evidentemente, en su contra han pesado tres traspiés con amplia difusión mediática que dejan el sinsabor del desgobierno, asociados a la enrarecida elección del Rector de la Universidad Nacional, la transición en el nuevo modelo de salud para el magisterio y el trámite final de la ley estatutaria de educación torpedeado por la oposición.
Curiosamente, ninguno de los tres asuntos corresponde estrictamente a su jurisdicción sino al Consejo Superior Universitario, a la Fiduprevisora – FOMAG y a la bancada de gobierno en Senado; pero sí afectan directamente las expectativas públicas del liderazgo en su cargo. Para colmo de males, los resultados de la polémica prueba PISA – que no corresponden a la trayectoria educativa de cohortes formadas por este gobierno-, elevaron el ruido en su contra.
Todos estos asuntos, sumados a consideraciones que la vincularían con sectores proclives a la derecha, según afirman algunos comentaristas, se agolpan en su anunciado reemplazo. Ahora vendrá el tiempo para los balances. De hecho, circula en redes sociales un video de Youtube en el que la ministra da cuenta de sus ejecutorias, con números significativamente superiores frente a otros gobiernos, tanto en los volúmenes de inversión como en la extensión de destinatarios de la política educativa desde la educación inicial hasta la posgraduada.
Del nuevo ministro hay que decir que resulta incuestionable el trabajo diligente y meticuloso que Daniel Rojas viene adelantando al frente de la SAE, denunciando la desenfrenada vileza que ha hecho de ese organismo el almacén predilecto de gobernantes, políticos y cuanto corrupto ha contado con el beneplácito de funcionarios venales para apropiarse de todo cuanto han querido robar entre los bienes incautados a la mafia.
Sin embargo, tal antecedente no constituye carta de presentación ni demuestra la idoneidad para un ministerio que requiere de experticia profesional, trayectoria en política educativa y tenacidad negociadora para sentarse frente a una de las federaciones sindicales más reputadas, que en el pasado afianzó la jornada laboral de cinco días, la financiación y pago diligente de los salarios magisteriales, el establecimiento de un estatuto que aseguró el régimen especial docente, el mejoramiento de las condiciones prestacionales básicas del servicio educativo, e incluso su inicial respaldo a la ley estatutaria de educación, antes de que fuese vulgarmente torpedeada por integrantes del Centro Democrático y Cambio Radical en el Senado, obligando a la FECODE a ordenar un paro nacional hasta que se cayese el malogrado proyecto.
Aunque no dudamos de sus calidades personales y su demostrada solvencia moral, sí lo hacemos de sus aptitudes para liderar el Ministerio de Educación que, no es simple juego de palabras, no es una dependencia para aprender. No basta tampoco afirmar que para apuntalar su gestión el ministro cuenta con un abultado número de asesores, funcionarios de carrera y contratistas expertos; pues en su cabeza queda el perfilar las políticas para garantizar el derecho a la educación, orientar la prestación del servicio, y promover el complejo de asuntos formativos del país. Ojalá sus ejecutorias hablen por sí mismas.
Aurora Vergara empezó su gestión en el Chocó, y allí estuvo igualmente en un acto oficial, mientras anunciaban su reemplazo. Esperamos que, si así lo acuerdan, sea asignada a una alta posición que contribuya a afianzar las políticas del gobierno del cambio, como mujer afrodescendiente.
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