La resistencia al cambio en Colombia

22 de junio 2023

Por: Arleison Arcos Rivas

El capitalismo responde a la confrontación política adaptando las reformas cuando encuentra en ello ganancias, como sucede con la costosa y elitista economía verde, o con renuencia vehemente, si las transformaciones conllevan menoscabo de la rentabilidad. Por ello, la resistencia al cambio en Colombia, es la evidencia del profundo acento rentista que persiste en representar al país como uno de los más desiguales del mundo.

Hace poco tiempo, contra tal desproporción, el aguante popular sostuvo en la calle y por meses la movilización de diferentes actores y sectores expectantes de romper el sello de la exclusión y la indignidad alimentadas por la precariedad laboral, el bajo ingreso, la negación de servicios de salud, la desproporción fiscal, la mala calidad educativa y la imposibilidad de pensionarse. En consonancia con tales anhelos, la elección del primer gobierno alternativo levantó el optimismo respecto de la posibilidad de avance en un paquete de reformas aplazadas por largo tiempo.

Las calles, con sus millones de pendones, carteles y camisetas de denuncia, hablaron decididamente en las urnas, pese al precario margen victorioso. El nuevo ejecutivo, escuchando su mensaje, se definió como el gobierno del cambio, impulsando en el Congreso la más revolucionaria iniciativa legislativa de los últimos tiempos.

Aunque cedió bastante para conformar una coalición, que terminó pegada con babas, era de esperar la virulenta reacción de las facciones acomodadas, para las que la economía ha ido bien, incluso en los peores momentos de confrontación armada, desdoblamiento narcocriminal y desinstitucionalización rampante.

Apoyados en la intensidad narrativa de los medios corporativos que controlan, todos los días y sin cesar vapulean a la opinión exagerando los deslices gubernamentales, exacerbando tensiones con los jefes de partidos políticos, sembrando sospechas con noticias crudas sobre hechos precariamente investigados, alineando a opinadores reaccionarios, e incluso divulgando información inexistente, falsa, engañosa o imprecisa, como se reitera en esta mala hora para el periodismo local.

Ampliando la toxicidad del ciberespacio, también instalan trincheras narrativas en las redes sociales y medios de divulgación corporativa, cuyo paroxismo llega hasta el límite de tirar chivas sin confirmar, como maletas con miles de millones que pertenecerían al presidente, o un supuesto fondo multinacional para pagarle al ELN por no secuestrar ni extorsionar; evidencias del delirante estado del periodismo corporativo.

El gobierno ha sido pusilánime para responder utilizando de manera más osada y consistente los medios públicos, los espacios conferidos en canales, prensa y radio tradicionales, y la pauta propagandista que paga. De ahí que hasta hoy resulte más influyente el tenor comunicativo de los gremios, asociaciones, federaciones y corporaciones, cuyo guion resulta inmodificable.

En sus foros, en el congreso y en la calle arengan con expresiones del tipo “reformas sí pero no así”, “hay que construir sobre lo construido”, “bajar el ruido a las reformas”, “el país no resiste tanto cambio”, “no es posible empezar de cero”, seguido de un largo etcétera divulgativo que aprovecha cualquier encuesta, cualquier estudio y cualquier dato lanzado a medias para socavar la confianza interna en el equipo gobernante.

Curiosamente, mientras dentro del país crece la fabricación del desprestigio, se crece la imagen internacional de la dupla ejecutiva, aplaudiendo y reconociendo las bondades de lo que aspiran reformar, mientras procuran insistentemente apuntalar, también, un proceso de paz total.

Pareciera que, como advierte Zizek, el capitalismo se ha vuelto neofeudalista, animado por un autoritarismo belicoso que es capaz de concebir su subsistencia incluso en medio de una guerra civil. A eso se exponen quienes pretenden controlarlo todo bajo el interés exclusivo de industriales, comerciantes y rentistas del capital, quienes parecen estar decididos a no cejar en su afán de que ninguna reforma toque sus beneficios. Lo patético es que no sienten el clamor advirtiendo que dejar las cosas como a la gente le ofusca no es saludable para sus chequeras.

El capital, o lo que queda de ese sistema, no padece de ideaciones suicidas ni juega a los dados, es obvio. Sin embargo, en medio de todas las posibilidades de reorientar las políticas para que Colombia sea un país más justo socialmente y menos desigual económicamente, vemos que se impone la cerrazón que bloquea la agenda legislativa, evitando el quorum, afectando el orden del día o impidiendo a los representantes sesionar, como es su obligación constitucional.  

Los dueños del capital y sus escuderos en las cámaras parecen jugar con fuego, dando por hecho que el agite movilizatorio de hace un par de años ya se extinguió. Falsa noticia, nuevamente, que sólo deja tranquilos a quienes anima la resistencia a cualquier cambio sustancial en este país. Ojalá entren en razón, a tiempo. De lo contrario, tendrán que hacerse a buenos extintores, antes del estallido que se avecina.

cambio

Sobre el autor

Arleison Arcos Rivas. Activista afrodescendiente. Defensor de la vida, el territorio y la educación pública. Directivo, Docente e investigador social. Licenciado en Filosofía. Especialista en Políticas Públicas. Magister en Ciencia Política. Magister en Gobierno y Gestión Pública. Doctor en Educación. Cdto. en el doctorado en Ciencias Humanas y Sociales. Es autor y coautor de varios libros y artículos en torno a los estudios de la afrodescendencia. Rector de la IE Santa Fe – Cali.
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