La resiliencia política en el 2022, ante la catástrofe neoliberal de los últimos 30 años
13 de septiembre de 2021
Por: Yeison Arcadio Meneses Copete[i]
La resiliencia se concibe como un proceso multidimensional y multisectorial que marca el comienzo de una nueva forma de vida, la capacidad de respuesta, la readaptación, la resistencia, y la renovación de un ecosistema, un nuevo comienzo, con madurez, esperanza, entusiasmo, alegría, proyección, innovación, renovación nutricional, nuevas temperaturas, otras exposiciones a la luz, “un renacer”, un retorno, una desviación y la permanencia en el cumplimiento de las funciones propias de su naturaleza y otras nuevas como especie, después de la experiencia de vivir un trauma o un traumatismo o una catástrofe a causa de la miseria o el empobrecimiento sistemático, la segregación, el racismo estructural, la pérdida de un ser querido, la guerra, el des/ombligamiento, le enfermedad terminal, el sexismo, las fenómenos ambientales, la deforestación, exclusiones radicales, las crisis económicas, la desesperanza profunda, el extractivismo, entre otros.
De manera que cuando hacemos referencia a la idea de resiliencia no estamos hablando solo del mundo de lo humano, superpuesto por el antropocentrismo. La resiliencia puede desarrollarse y ser desarrollada por ecosistemas, las estructuras sociales, comunidades y, evidentemente, las personas en su subjetividad tejida. En cualquiera de los casos requiere de la cooperación de diversos sectores, sujetos, instituciones, condiciones, situaciones y, a su vez, comprende dimensiones múltiples: psíquicas, ambientales, económicas, filosóficas, climáticas, antropológicas, sociológicas, entre otras.
Asimismo, si bien la resiliencia puede ser concebida como un “nuevo comienzo”, “un renacer”, también puede ser considerada como un retorno y una desviación. El retorno, en la medida en que ecosistemas (pensando en lo humano y lo no humano) vuelven a las condiciones óptimas de bienestar y de emergencia, dado que las condiciones son propicias para el resurgimiento. Por ejemplo, las especies vuelven a crecer una vez las tierras secadas por las explotaciones mineras. En este sentido, la ruptura no es lineal o “hacia adelante”. Tampoco hay ruptura total. En cierta medida hay una continuidad. Los aprendizajes conllevan a balances entre la experiencia pasada previa a la catástrofe y, aún en ese pasado, puede hurgarse frente a las cosas que han funcionado o no; además, se puede profundizar en las razones que motivaron lo traumático. Por supuesto, el retorno puede representar el reposicionamiento de elementos del pasado en las proyecciones del futuro. No todo pasado debe ser superado. La memoria histórica es determinante en el proceso de resiliencia.
De otro lado, la perspectiva de la desviación representa la perspectiva de búsqueda, creación y consolidación de caminos radicalmente diferentes. El balance de la experiencia “permite llegar a la conclusión” de que el pasado sirve para cambiar de rumbo. Esa experiencia de “fracaso” ha mostrado la ruta de la creación de un mundo nuevo como única posibilidad. En este sentido, el detour se vincula con la prevención, a partir de la travesía vivida y, al mismo tiempo, la colocación para que nuevas aventuras, nuevos aprendizajes y eventos se generen. Aquí lo imprevisible constituye un camino hacia el universo de la esperanza.
No es un secreto que desde los inicios de la era moderna hasta nuestros días hemos experimentado ciclos de infraviolencia. Empero, lo llamativamente triste de esta memoria histórica es su repetición, por una incapacidad de una ciudadanía para asumir decididamente el rumbo de su sociedad. También, es importante manifestar que, generalmente después de los acuerdos para finalizar una guerra, se produce una degeneración de la violencia, siempre de la mano de la degeneración política y la intensificación de la antidemocracia de élites. En las últimas décadas hemos conocido una era profundamente violencia simbólica y materialmente nombrada neoliberalismo, inaugurada con la elección de Cesar Gaviria como presidente. Esta corriente económica y política se instala como consenso de posibilidad generalizada en la década de los noventa con el acorralamiento de la Europa Oriental y de la Unión Soviética. El neoliberalismo busca reducir a la mínima proporción la intervención del Estado. Menoscaba el Estado de bienestar e intervencionista. Lo que poco hemos tenido en Colombia. Como cosa rara, esta forma de concebir el Estado no obedece a los acuerdos societales independientes o autónomos, sino a la “consejería” del Banco Mundial y el Fondo Monetario internacional a través del Consenso de Washington (1989).
Un resumen: 1. Disciplina fiscal que implica la reducción drástica del déficit presupuestario: su fin era solucionar los grandes déficits acumulados que condujeron a la crisis en la balanza de pagos y las inflaciones elevadas. 2. Disminución del gasto público, especialmente en la parte destinada al gasto social. William son en realidad proponía redistribuir el gasto en beneficio del crecimiento y los pobres, por ejemplo, desde subsidios no justificados hacia la atención sanitaria básica, la educación y la infraestructura. 3. Mejorar la recaudación impositiva sobre la base de la extensión de los impuestos indirectos, especialmente el IVA. La finalidad era que el sistema tributario combinara una base tributaria amplia con tasas marginales moderadas. 4. Liberalización del sistema financiero y de la tasa de interés. 5. Mantenimiento de un tipo de cambio competitivo. 6. Liberalización comercial externa, mediante la reducción de las tarifas arancelarias y abolición de trabas existentes a la importación. 7. Otorgar amplias facilidades a las inversiones externas. 8. Realizar una enérgica política de privatizaciones de empresas públicas. 9. Cumplimiento estricto de la deuda externa. 10. Derecho a la propiedad: debía ser asegurado y ampliado por el sistema legal.
No obstante, países como Colombia, para esta era, no solo estaban inundados por las violencias del narcotráfico y el conflicto sociopolítico, sino que mantenía, como hasta hoy, indicadores vergonzosos de empobrecimientos multidimensionales históricos acumulados. Además, se instalan grupos familiares que secuestran las instituciones del Estado, para ponerlo al servicio de sus intereses. De manera que la supuesta reducción de la intervención del Estado se convirtió en un sofisma para disponer de lo público, expropiarlo a los pueblos y, sobre todo, seguir manteniendo el ideario criollo-colonial de que la gobernanza y las riquezas estatales les pertenecen solo a unas familias, de ahí sus criterios de idoneidad. En las últimas décadas hemos asistido a una violenta y descarada concentración de la riqueza y las posibilidades de generarla. Así que la libre competencia en la sociedad del mercado, amén de su perversidad, es solo una ilusión para capturar la atención de incautos. ¿Cómo competir con quien ha pagado una campaña presidencial? ¿Cómo competir con quien controla el congreso y controla las instituciones que deberían garantizar el derecho a la salud? ¿Es libre competencia que la gran empresa acumule por diferentes medios las finanzas del Estado, mediante subsidios o impuestos rechazados por las poblaciones? ¿Libre competencia para quién en uno de los primeros 5 países más desiguales del planeta?
En este orden de ideas, es la hora ya de llegar a consensos populares sobre las estructuras económicas y políticas que deben llevarnos a otros puestos. La experiencia de las guerras de occidente del siglo XX condujo a una suerte de acuerdos que han mejorado su nivel de vida para gran parte de su sociedad, amén de la exportación de la violencia y de la acumulación de capital. Después de la Segunda Guerra occidental surgió la Unión Europea (1945-1959) con el propósito de acabar con los continuos y cruentos conflictos, incluso milenarios. La cooperación de los países buscaba no solo solucionar los destrozos de las guerras, sino que buscaron generar mejores condiciones para los países inicialmente la constituyeron. Por supuesto, esto no está desprovisto de las luchas entre el oeste y el este, con los sistemas de gobierno opuestos. Por tanto, estos son simplemente ideas de encuentros posibles y esta experiencia sirve para acoger lo propio, aprender del exterior y tomar distancia de lo que ha implicado occidente.
Tenemos experiencias mucho más cercanas. En el contexto del Caribe, Costa Rica es un país que puede también estimarse como referente respecto a la desviación necesaria después de la guerra, la violencia política y la guerra civil de los 40, para que cese la “horrible noche” progresivamente. Asimismo, son numerosas las formas de organización que emergieron ante procesos criminales como las colonizaciones, las esclavizaciones y las tratas. Aún en estas condiciones adversas, con grilletes, cadenas y embodegados como mercancías en los barcos esclavistas, las solidaridades afloraron entre centenares de pueblos afro que culturalmente tenían marcadas diferencias. Luego, en los diferentes puertos de llegada para la explotación y el sometimiento surgen nuevos diálogos para procurar la libertad incluso con otros pueblos como los indígenas del Abya Yala. Estas solidaridades dan lugar a cientos de palenques, kilombos o kumbes en el continente. Las formas de articulación política reciente en contextos violentados desde lo ambiental, lo cultural, lo educativo, lo comunitario, lo artístico, lo económico solidario, etc, son parte de los aprendizajes que deben estar sobre la mesa para una nueva era.
Por fortuna, los movimientos sociales y las elecciones más recientes (2018) muestran una luz para Colombia: los movimientos políticos progresistas y alternativos se han convertido en una opción real de poder, la ciudadanía y movimientos políticos progresistas creen en la renuncia a una oposición bastante acomodada a su estatus de oposición. (Cuidado con los agazapados del continuismo). Este será el momento propicio para que las colombias se articulen ya no desde los preceptos de élites y desde la simpleza de domingos de elección, sino en perspectiva de un florecimiento desde adentro, desde abajo. Es el tiempo de las elecciones de y desde las ciudadanías pluralistas. Las campañas deben ser solidarias. Cada uno aporta su grano. Esta resiliencia política significa, además, elegir personas, rostros, luchas, experiencias de vida, fuerza de trabajo y sueños que estén a la altura de la ALTERCULTURALIDAD, la democracia real, el cuidado de la vida, las demandas de las Niñeces, la justicia social, la democratización de la riqueza, con la fuerza de las juventudes empoderadas, la ecología, la educación y la salud como derechos fundamentales, la consolidación de una cultura del Vivir sabroso, la superación de las políticas racistas estatales, la extirpación del patriarcalismo, entre otras. En breve, lo que nombro la resiliencia política comprende la elección de un Senado y una Presidencia con la sensibilidad frente a la vida que resguardan las “Ollas Comunitarias” y con las ganas de transformación de las “Primeras Líneas”.
[i] Doctor en Estudios Hispánicos y Latinoamericanos, Universidad de Perpignan
Miembro de CADEAFRO-Colombia/ACIAFRO-Colombia/GRENAL-Francia/GRELAT-Costa de Marfil