06 de abril de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
La operación desgastar a Petro ha pasado a una nueva fase, caracterizada por la política del desprestigio. Tal estratagema ha sido activada, luego de que el presidente y la vicepresidenta han logrado sortear con éxito la andanada de críticas mediáticas, rechazos de la oposición, bloqueos con paros armados, carestía calculada, cuestionamiento a sus ministras, mociones de censura sin fundamento y ataques perpetrados hasta ahora, incluso con fuego amigo y desde dentro del gabinete.
La política del desprestigio responde a la dinámica de elevar el odio, minar la confianza y socavar las oportunidades de éxito del enemigo, con campañas de asedio tortuoso. Maquiavelo afirmaba, por ello que “un príncipe a quien el pueblo no odie, no puede ser atacado” mientras que “un príncipe poderoso y valiente superará siempre estas dificultades”. De hecho, el perspicaz renacentista tenía bien clara la estrategia: “es muy probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su llegada, que es cuando los ánimos están más caldeados y más dispuestos a la defensa; momento propicio para imponerse, porque, pasados algunos días, cuando los ánimos se hayan enfriado, los daños estarán hechos, las desgracias se habrán sufrido y no quedará ya remedio alguno”.
Como el mosquito en la oreja
Las incesantes acusaciones de ineptitud, los constantes reclamos de renuncia, las perpetuas menciones injuriosas en las tendencias de redes, la campaña permanente de desinformación en los medios privados y las tácticas de difamación que, en Colombia, no tienen consecuencias más allá de dar excusas o generar una pálida retractación, típica del reculeo nacional, configuran un portafolio inclemente que busca sitiar al “gobierno del cambio” y desmontar las trascendentales reformas con las que se comprometió ante su electorado.
Incluso los actos de estado más tradicionales, juegan en la inclemente oposición que se ha fraguado utilizando todos los medios de lucha: el recambio natural en la fuerza pública, la rotación de ministros, la asignación de embajadas y consulados, el uso de vehículos oficiales para la seguridad de una funcionaria electa, los desajustes en la presentación de información oficial, los viajes de representación en nombre de la nación, la presentación de iniciativas legislativas cuestionadas con desafuero desde la Fiscalía y la Procuraduría … Y la lista continúa, azuzando y molestando en los telediarios y medios virtuales, como el mosquito en la oreja, sin cesar, exacerbando la dictadura de la opinión.
Bloquear la imaginación
Así, por ejemplo, pese a que Colombia nunca ha alimentado, de modo directo e influyente, una relación con las naciones africanas de las que son originarios los ancestros de buena parte de su población, el hecho novedoso de que la primera vicepresidenta afrodescendiente electa en esta nación planee una gira cultural y comercial de alto nivel en varios países que pronto abrirán embajadas en el continente africano despierta a los levantapolvo que cargan dicho viaje con las suspicacias desinformadoras de quienes usan sus columnas, micrófonos y cámaras para acrecentar la política del desprestigio estructurada sobre cualquier acción del actual gobierno.
En este caso, pareciera que los medios privados han asumido la tarea de desmontar a Francia Márquez de la baraja de presidenciables para el 2026, y por eso acrecientan el constante zaperoco y el zambapalo en su contra. La revista de los Gilinski por ejemplo, habla de “frecuentes paseos y misiones” que “se inventa” la vicepresidenta, afirmando que “con recursos públicos se va a cumplir una agenda desconocida mientras en Colombia la desigualdad, el hambre, la pobreza, la seguridad y la economía se quedan esperando”.
Queda visto el propósito malsano de una nota descarada, de bajo acento periodístico, cargada de expresiones prejuiciosas y malintencionadas contra una visita de estado a naciones de alta importancia política, cultural y económica, en una región a la que las elites tradicionales y sus lugartenientes sólo pueden imaginar como tierra de safaris; así como se han expresado de manera denigratoria sobre el Chocó diciendo que “allá sólo hay negros y mosquitos”.
Desesperar y enverracar
La política del desprestigio no busca educar al público sino desinformar para perjudicar y hacer daño. Supuestos aportes de narcotraficantes al hijo del presidente, invención de una casa en Miami como propiedad de la Vicepresidenta, simulación de relojes de alto costo en la mano de presidentes de izquierda, reiteración de notas periodísticas sobre asuntos polémicos, ventilación pública de los “trapitos sucios” en las conversaciones entre funcionarios, militares y policías, campañas mediáticas en defensa de la ley y el orden, montajes fotográficos de supuestos guerrilleros posando cómodamente en plaza pública; evidencian la estrategia de exacerbación de las pasiones del público buscando su desespero.
Así como en su momento alfiles del Centro Democrático hicieron “que la gente saliera a votar verraca” para torcer el resultado de un plebiscito por la paz, la deslealtad argumentativa crece entre quienes alientan versiones engañosas y falsas sobre los hechos políticos y las iniciativas legislativas promovidas por el “gobierno del cambio”. El asedio será constante, por distintas vías y con diferentes medios; pues la combinación de todas las formas de lucha, incluidos los paros armados, las incursiones paramilitares y hasta los descaches de guerrillas obtusas como el ELN, serán cuidadosamente aprovechados para medir fuerzas contra la oficialidad alternativa que representa el gobierno Petro – Márquez.
El desprestigio de la política
La política del desprestigio se alimenta también del desprestigio de la política y acude a los desperfectos de la representación para asimilar a los recién llegados con los veteranos y seriamente cuestionados liderazgos de partidos tradicionales y políticos de oficio. El propósito es lacónico: acrecentar la idea de que “esto es lo mismo que antes”, pues ellos “vinieron a vivir sabroso” y, dado que “todos los políticos son iguales”, “no habrá cambio”.
También ocurre que se presenten como alternativas salvíficas los causantes de nuestras desgracias. Como hemos visto, a propósito de la reforma a la salud, la reforma pensional y la reforma laboral, viejas figuras que alimentaron esos sistemas salen a escena buscando exacerbar al foro con alegatos de desmonte total, cambio irresponsable, gasto excesivo, destruir lo construido y demás banderas disuasivas levantadas contra el hacer del actual gobernante. Dirigentes veteranos salen en defensa de sus ejecutorias, como si todo tiempo pasado hubiese sido mejor, imaginando que, bajo su liderazgo, el país hubiese disfrutado un tiempo fantasioso de miel, leche y maná caído del cielo.
La política del desprestigio, articulada sobre las malquerencias, usa en su contra la biografía de los nuevos liderazgos, reitera el origen guerrillero del presidente, desgasta el esfuerzo vicepresidencial contra la permanente denuncia del racismo estructural, cuestiona prácticas de consumo en algunos funcionarios y representantes electos, insiste en declarar la incompetencia de las y los ministros, apoca los resultados y ejecutorias gubernamentales, exacerba el señalamiento por los desaciertos y salidas en falso de algunos funcionarios, presenta dudosas encuestas declarando baja popularidad del gobernante y, en fin, se esmera en amplificar una sensación de malestar, descontrol y desgobierno nunca antes vivido.
El oficio de la ciudadanía
Contra la política del desprestigio sólo opera la inteligencia de la ciudadanía informada. El uso alternativo de las diferentes fuentes de información, la publicidad oficial informando los propósitos e intencionalidades de la acción de gobierno, el debate abierto y la contradicción en diferentes escenarios deliberativos, e incluso la difusión en voz a voz de los hechos jurídicos, políticos, económicos y legislativos ciertos, que favorecen la alimentación de la educación del público para que tenga una opinión propia, madura y consciente, con la que pueda sopesar la desinformación, contrastar fuentes y restarse de entre quienes resultan afectados por la manipulación informativa que socava postulados fundamentales del juego democrático.
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