La maldición de los sobrecalificados en Colombia

27 de julio de 2021

 

Por: Francia Jenny Moreno Zapata[i]

Fórmate para “ser alguien en la vida” y materializar el proyecto de éxito socioeconómico moderno, fue la premisa implantada en las conciencias de nuestros abuelos y padres que aun hoy tiene nefastos rezagaos, especialmente cuando se piensa en el amplio número de personas negras a las que nunca les dijeron que llegaríamos al momento en el que haberte formado tanto fungiría como una pesada carga. Y es que la perversidad de la meritocracia en países como Colombia no tiene límites, por un lado, a las personas de 50 años o menos se les exigen altos niveles de formación, largos años de experiencia, conocimiento de idiomas extranjeros; pero cuando obtienes todo eso, y llegas al nivel más alto nivel de formación, entras a la difícil categoría de estar sobre calificado.

Pero la sobre calificación no es un tema menor, porque muchos quieren tener en sus círculos empresariales y académicos lo que sabes y haces, pero nadie quiere pagar adecuadamente por ello, de ahí la pauperización salarial, y la casi nula posibilidad de estabilidad laboral de quienes entran a formar parte del ejército de reserva de la generación más cualificada académicamente del país.

Es por eso que resulta pertinente preguntarnos donde quedan, la idea de la meritocracia y la presunta necesidad del cambio de matriz productiva; o la expectativa de insertar a Colombia en los más altos estándares de producción intelectual definida por los rankings académicos, intelectuales y científicos latinoamericanos o mundiales. También es importante considerar en qué lugar se posiciona la existencia de un ministerio de ciencia y tecnología que promete elevar los niveles de formación y producción científica, pero al mismo tiempo construye una serie de requisitos y exigencias en los que solo entran aquellas y aquellos que tuvieron la gran suerte de que les palanquearan algún cargo (así sea de hora cátedra) en una de las universidades públicas o privadas del país.

¿Qué debemos pensar frente a aquellos contratos de prestación de servicios que se han convertido en el medio de vinculación laboral más frecuente de quienes producen ciencia, tecnología e innovación en Colombia? ¿Cuál debe ser la reflexión colectiva respecto a la categorización excluyente de las áreas de producción de conocimiento, en donde las llamadas “ciencias duras” reciben tratos privilegiados, mientras que las ciencias sociales ocupan un lugar menos que marginal en los presupuestos y prioridades de lo que se entiende y percibe como ciencia en este territorio?

La compleja situación que describo se agudiza, aún más, cuando pensamos que el largo proceso de formación científico académica, para las mujeres y hombres afrodescendientes, es un costoso proyecto familiar que, en este momento de nuestra historia, parece que nunca dará frutos. Ni para que las abuelas y abuelos, madres y padres, hermanos y comunidad vean el momento de emancipación del “científico” de la familia; ni para aquellas mujeres y hombres que le han apostado todo a la formación y lleguen a generar ideas nuevas para la creación de mundos mejores.

Mucha de esa complejidad extrema proviene del arraigado y enraizado racismo que se mantiene vigente en Colombia, en todos los niveles socioeconómicos, pero que, cuando hablamos de producción de conocimientos científicos, se manifiesta de forma descarnada y grotesca. En muchos sectores de la sociedad colombiana continúa pensándose que científico y persona negra son dos nociones que se excluyen de manera esencial e inamovible. 

Lo que pasara nadie lo sabe, pero claramente es posible afirmar que, existen muchos contra sentidos entre la teoría y la práctica. Una cosa es lo que se entiende por procesos de formación y creación de conocimiento desde la institucionalidad estatal; y otra, las políticas aplicadas por las instituciones públicas o privadas que requieren innovación científica. Muchos de quienes estudiaron afuera y volvieron para aportarle a un nuevo proyecto de país, están a punto de rearmar sus maletas, pues hoy hay muchas formas de matar esperanzas, y en ese tema, tristemente, comparado con otros países en Latinoamérica y el mundo, Colombia también lleva la delantera.

[i] Abogada, especialista en gerencia para el desarrollo de la Universidad Andina, Mg. en Género y Desarrollo de FLACSO-Ecuador, PhD. en Ciencias Sociales de la UAM, México. Investigadora independiente.

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