La obligación de migrar
20 de octubre de 2022
Por: Arleison Arcos Rivas
Las imágenes de niñas, niños, jóvenes, mujeres embarazadas, adultos e incluso ancianos apiñados a la espera de un cupo en alguno de los catamaranes o barcazas que les acerquen al paso por el Darién, en su camino hacia los Estados Unidos, son alarmantes e inhumanas. Necoclí y Acandí sostienen el peso de la actual crisis por la que Colombia y Panamá elevaron sus alertas en el mapa de países receptores de migrantes y refugiados provenientes de Haití, Venezuela, Cuba y países asiáticos y africanos, poniendo en serio riesgo la vida humana y la sostenibilidad de esa zona ambientalmente sensible.
La dinámica migratoria sur – norte pone de presente el deterioro en las condiciones de vida de miles de millones de personas en el mundo, muchas de las cuales se enfrentan a las restricciones económicas, las limitaciones fronterizas y los avatares de la desgracia para intentar el riesgoso e incierto camino de las caravanas migratorias trasnacionales. Las rutas nomádicas escenificadas desde el sur reflejan un panorama desolador en el que se dibujan amenazas humanas, afectaciones medioambientales y el enquistamiento de circuitos de poder y violencia, con tendencia creciente.
Con todos los visos de una crisis humanitaria que demanda la inmediata atención de las autoridades locales, nacionales y regionales, el que se escenifica en el Darién es un drama que implica igualmente un daño ecológico y ambiental irreparable.
Buena parte de quienes se atreven a emprender la ruta de escape de la pobreza arriesgando la vida en el viaje por el Darién, llegan en una inmensa precariedad, sin recurso alguno y en condición de mendicidad, llevando consigo niños de brazos incluso o personas de avanzada edad, desnutridos, famélicos y fatigados por la travesía previa.
En cifras, más de 150.000 personas han logrado transitar hacia Panamá, muchos de los cuales son menores cuyas familias se arriesgan a un mortal recorrido por el enrevesado camino selvático que atraviesa el Tapón del Darién. Mientras tanto, cerca de 9.000 personas se encuentran en el momento represadas en Necoclí, y las autoridades contabilizan más de 40 viajes diarios que realizan la ruta Necoclí – Capurganá o Sapzurro en la que se complejiza la larga y tortuosa travesía.
Resulta pavorosa tal estado de indefensión, así como se evidencia escandalosa la vulneración de derechos que implica el pago de viajes y cuotas de tránsito y paso, controladas por mafias trasnacionales y grupos armados ilegales que dominan la zona y operan como agentes aduaneros y autoridad migratoria, cobrando hasta un millón de pesos por permitir el tortuoso recorrido de hasta diez días internos en una selva que sigue tragando gente. Las autoridades colombianas y panameñas calculan que este tráfico humano supera los 3 millones de dólares mensuales en ganancias para tales operadores, lo que evidencia el marcado interés en controlar las rutas y enfrentar con violencia a coyotes y bandas que intenten oponérseles.
Sumado a ello, es cada vez más notoria la devastación de la selva virgen que separa los desarrollos sobre la carretera internacional panamericana, menguando la incomparable biodiversidad de la zona. Más allá de las eternas frases que asimilan al Darién como un infierno hídrico y selvático infranqueable para la ingeniería vial, importan las 575.000 hectáreas de este Tapón natural que abriga una diversa y rica vida silvestre. Por los efectos migratorios, se eleva el peligro para la preservación y sostenibilidad de especies, que suman 2160 de flora, 900 de aves, 160 de mamíferos y 50 de anfibios. Además de ello, la contaminación de acuíferos y el arrasamiento de la vegetación, acortan los ciclos vitales de estas especies, muchas de ellas únicas en el mundo.
Ante la crisis, quedan en evidencia todas las autoridades públicas. Tanto el Servicio Nacional de Fronteras en Panamá, como Migración Colombia, Bienestar Familiar y las fuerzas militares y de policía colombianas parecen haber dejado el problema al accionar de las alcaldías locales de los municipios mencionados, según se quejan los organismos defensores de derechos humanos que hacen presencia frecuente en la zona, atendiendo a las personas necesitadas de protección internacional con carpas, frazadas, vestido, calzado y alimentos.
Más allá de los análisis sociológicos sobre la protuberancia de las crisis migratorias contemporáneas como reflejo de la geopolítica del capital, las naciones del mundo deben preocuparse por las serias implicaciones que conlleva el que las mismas pongan en mayor apuro vidas humanas nacidas en desventaja. El turismo y la devoradora pasión excursionista evidencian que el problema del mundo no es viajar cuando se tiene dinero; sino verse ante la obligación de migrar sin mayores herramientas para decidir bajo qué condiciones se pone la vida en tal riesgo.