Por: Arleison Arcos Rivas
“La memoria despierta para herir a los pueblos dormidos que no la dejan vivir libre como el viento”
León Gieco
En la construcción de la memoria, esa forma letrada del nosotros con la que las comunidades se imaginan o son imaginadas, diferentes perspectivas e identidades entran en el juego por el lugar icónico, prefigurativo y simbólico con el que su experiencia logra ser incorporada en el relato nacional. Recientemente la Academia Colombiana de Historia ha transformado su escudo y, con ello, evidencia la demarcación epistémica con la que este órgano de la memoria oficial ha leído nuestra sociedad, en la escena en la que los discursos escolares sobre la historia constituyen un campo de combate, permanentemente en disputa.
La memoria oficial
La ostentación del poder institucional se ha llevado consigo no sólo la toma de las decisiones políticas y económicas sino además la potencialidad de enunciar y señalar la fuente de la simbolización y el aglutinante de la cohesión social; imaginando un continuo temporal, imposible, por cierto, en el que la idea del nosotros es una y única. De ese modo, el discurso dominante termina siendo enarbolado por quienes ejercen dominio en las sociedades humanas, tal como Marx lo expresara.
La memoria, formal e institucionalizada, produce un orden cosificado, pretendidamente verdadero y altamente valorativo que organiza las imágenes de la nacionalidad en piezas comunicativas memorizables, esquematizadas y estructuradas de manera fija, “para mantener principios de identidad, coherencia y unidad”, según Sandra Rodríguez. En este proceso regulatorio, son desplazados, marginados y expulsados sucesos, personas y colectivos considerados amenazantes y subversivos para tal orden.
La memoria oficial resulta entonces comprometida con el silencio y encumbrada mediante el bullicio publicitario que la institucionaliza; descalificando voces y perspectivas alternativas, minusvalorando las comprensiones revisionistas; apartando con violencia a las disidencias que imaginan distinto y reclaman diversidad en el panorama configurativo de lo nacional histórico.
Disputas políticas por la memoria
Pese a su generalización y amplificación, la memoria institucional es antojadiza, selectiva y fragmentaria. No podría ser de otra manera, a menos que renuncie a ser oficial; esto es, que se la construya al margen de los intereses que determinados grupos de influencia y clases sociales imprimen al documento emblemático; evidenciando, como afirma María Isabel Mena, “una relación inquietante”, que queda mucho más expuesta cuando se revisan los problemas de la racialización en las bibliografías y documentos usados y promovidos por las universidades y los centros de estudio especializados.
De hecho, la reciente transformación del escudo de la Academia Colombiana de Historia es bastante ilustrativo de las formas como las imagoloquías fijan y esencializan la narrativa oficial, con la que se toman decisiones políticas. En ella, apenas ahora, la imagen afrodescendiente entra a hacer parte de la iconografía de la gubernamentalidad con la que se define lo que se recuerda y las maneras de ser recordado. Siendo la ACH el órgano consultivo estatal responsable del análisis y divulgación histórica, tal inclusión tardía ayuda a entender que no ha sido ingenua ni descuidada la imaginación histórica de las y los afrodescendientes en el discurso estatal y en las prácticas de invisibilización, ocultamiento, señalamiento y fractalización promovidas por las instituciones y grupos interesados; evidenciando que la memoria continúa siendo un terreno minado y tramposo en el que se suceden las disputas combates cuerpo a cuerpo, literalmente, por la inclusión narrativa y el poblamiento del relato histórico.
Memoria, memorización y enseñanza
El ya célebre taller de la profesora Sandra sobre los falsos positivos constituye el más reciente escándalo por el contenido de la memoria y cómo se levantan coléricas las voces de la sociedad para las que la escuela entra a jugar un papel significativo en su fijación; buscando “controlar las ideas y la libertad de expresión en el espacio público” (Jelin). Mientras las fuerzas conservadoras apuntan a desecar los contenidos problemáticos, fijando piezas argumentales meticulosamente definidas y publicitadas para alimentar la memorización de actos, fechas y personajes; las tradiciones críticas apuntan a desenmascarar intereses, ocultamientos, borramientos y actores que, mujeres y hombres, fueron descontados sistemáticamente en la narrativa oficial.
Las prácticas de borramiento que hoy se ejercitan en las formas de actuación de algunos movimientos con tendencias radicales, apuntan no sólo a la revisión de aquello construido oficialmente como memoria. En realidad, su valor como ejercicio de sustanciación y densificación apunta a resituar e instalar, no en el lugar de las deudas y del no-ser sino en el de las suficiencias y el poderazgo, las otras historias, experiencias, geografías, cuerpos, sexualidades e identidades étnicas y culturales depuestas, enrarecidas y traspuestas por quienes se han abrogado la potencialidad enunciativa protocolaria.
Si bien la escuela trabaja con documentos cuyo soporte curricular acude a las elaboraciones académicas disponibles para ser transmitidas, resulta fundamental que los denuncie e incluso los expulse de las aulas cuando en ellos no se recogen las fracciones de un rompecabezas complejo y suelen enunciarse modelizaciones y patrones referentes artificiosos de la sociedad a la que el narrador histórico presta su experticia de manera artera y malintencionada.
En la reinvención de la memoria histórica, más allá de la versión oficial, el papel de la escuela resulta monumental para transformar las acciones institucionales encaminadas a rediseñar los planos de la dignificación y del protagonismo de los dominados y desplazados, balancear el papel de los hidalgos en la confección de las experiencias en el pasado y resaltar la significación y actualidad de los mundos identitarios que se acrisolan en las nuevas visiones del nosotros compartido. Más allá del transmisionismo y el secretismo oficial, esta tarea precisa mayor creatividad y consciencia en las maneras como se formatean y reeditan los moldes, modos y procesos pedagógicos con los que se comunica y recrea la memoria despierta.
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