La ignorada y fratricida guerra en Sudán
Sudán, el país de África subsahariana con más de 50 millones de habitantes es una de las naciones más empobrecidas y con uno de los índices de desarrollo humano más bajos del planeta. Durante los últimos 60 años los sudaneses han vivido en constantes emergencias humanitarias consecuencia de la inestabilidad política, la corrupción de sus sucesivos dictadores y juntas cívico-militares de gobierno; pero especialmente, por la barbarie de la guerra que ha atravesado su historia reciente.
Más de 50 años del doble control colonial el siglo pasado del Reino Unido y Egipto sobre Sudán, diferenciado entre el norte islámico por su cercanía a los egipcios y el sur con mayor control británico determinaron una composición étnica que a la postre ha sido el germen de los posteriores conflictos fratricidas que han tenido lugar en la región después de la independencia sudanesa en 1956.
Desde entonces las confrontaciones bélicas han sido parte del devenir de Sudán. Dos guerras civiles que enfrentaron dos facciones de una misma nación. De ellas, la segunda guerra civil sudanesa, uno de los conflictos más duraderos, mortíferos y sangrientos de la época reciente dejó entre 1983 y 2005 más de dos millones de víctimas mortales. El efecto más notable de ese conflicto: la independencia de Sudán de Sur que costó esas millones de vidas, no logró traer la paz a ese territorio marcado por el designio de la guerra.
Otro martirio de los sudaneses es el padecimiento de los tiranos militares que la han gobernado. Quien quizás condenó mayormente a Sudán al infortunio y a la tragedia de la guerra fue Omar Al Bashir, quien durante 30 años cometió todo tipo de crímenes de lesa humanidad y de actos de corrupción que hicieron levantar a ese pueblo en el 2019 que lo derrocó. Este personaje lideró un etnocidio en Darfur de cientos de miles de personas principalmente de la etnia Masalit. Bashir terminó su periodo condenado por genocidio por la Corte Penal Internacional, siendo el primer gobernante en ejercicio en haber sido penado por este organismo; y con miles de millones de dólares que saqueó de las arcas sudanesas y que terminaron de sumir a esta nación en la miseria.
La barbarie en esta nación atravesada por el rio Nilo no se detienen. En la actualidad las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS) se enfrentan desde hace dos años a una estructura de milicias agrupadas en las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) por el control político del país. Esas confrontaciones dejan alrededor de 14 millones de sudaneses desterrados, convirtiéndose según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) en la mayor catástrofe humanitaria del mundo hoy.
Sudán es tierra de nadie, con un conflicto ignorado por el mundo entero. Un país devastado en su infraestructura, sumido en escombros y con su incipiente estructura económica abnegada. Entretanto, los mensajes de la institucionalidad erigida para el mantenimiento de la paz son absolutamente ineficaces siquiera para generar una reflexión global. Las potencias del mundo, interesadas primordialmente en los recursos auríferos y petroleros de Sudán apoyan a uno u otro bando porque en medio del caos expolian sin contraprestación sus ingentes recursos.
Solo en 2021 se extrajeron de Sudán 233 toneladas de oro que fueron directamente usufructuadas por actores paramilitares y foráneos. Joseph Siegle, director de investigaciones del Centro Africano de Estudios Estratégicos dice con todas las cifras y argumentos que “el oro extraído de Sudán ha ayudado a estabilizar la economía de Rusia desde la invasión rusa de Ucrania y las posteriores sanciones internacionales contra Moscú”. Por eso no es gratuito, que la Cumbre Rusia – África realizada en San Petersburgo en 2023 se haya denominado “una relación de beneficio mutuo entre Moscú y el Sur Global”. Aunque los beneficios para Sudán hoy son inexistentes.
