Electorado étnico: entre la agenda vacía y las coaliciones acomodaticias

By Last Updated: 19/11/2024

Por: Arleison Arcos Rivas

En el escenario político para el año 2022 quedan claras hoy al menos dos cosas. En primer lugar, ninguna fuerza política ha acumulado al momento la capacidad suficiente para hacerse a la presidencia sin coaliciones en primera o segunda vuelta. En segundo lugar, asistiremos de nuevo al desperdicio del electorado étnico en el país pues, pese a que las y los afrodescendientes concurren a las urnas, no provocan transformaciones representativas por la inexistencia de una agenda política construida como un mandato para quienes reciben ese caudal de votaciones.

 1. Coaliciones amañadas y acomodaticias 

Las coaliciones, en la política electoral y en el ámbito de la decisión gubernamental, configuran juegos cooperativos que, de acuerdo con la influencia política acumulada, distribuyen el reparto del poder local, regional o nacional considerando la potencialidad de incidencia de determinados grupos frente a otros. Como considera Reniu, “debemos entender como coalición política la dinámica de colaboración que se establece entre dos o más partidos políticos, bien sea esta temporal o permanente, a fin de obtener algunos resultados”.

Las coaliciones parten del supuesto de que la confluencia de los diferentes se alimenta por el consenso al interior de los grupos y colectivos movilizados política y electoralmente, cuya cohesión garantiza el propósito asociativo al que se incorporan. Sin embargo, en un escenario político sin partidos unitarios, como ocurre en Colombia, tales organizaciones registran a su interior una estela de alternativas, variaciones, posturas y perspectivas que dibujan un eclecticismo ideológico de difícil articulación, que dificulta su lectura y valoración de la incidencia real de un partido y su electorado. Basta hacer seguimiento a las eufemísticas bancadas de Senado y Cámara para advertir que sus consideraciones, proposiciones y votaciones resultan tan heterogéneas como interesadas, dependiendo del nivel de personalismo, del compromiso con gremios y corporaciones y de la aquiescencia con las figuras del ejecutivo que alimentan y animan a cada congresista. De ahí que, más que por partidos, la política nacional se nutra de individuos que en un determinado momento ganan mayor protagonismo frente a otros; lo que robustece el carácter personalista del institucionalismo local. Así, el abigarrado presidencialismo colombiano tiende a ser tan unicista como el gobernante con funciones excesivas, tan plural como los partidos que le avalaron o adhirieron oportunamente a su campaña y tan acomodaticio como las políticas que unos y otros reclaman como propias, sin que logren sumar a la estatura de lo común.

Ello hace que las coaliciones emerjan como dinámicas de colaboración marcadas por el oportunismo individual o colectivo y por el sostenimiento de familias clientelares que alimentan esquemas políticos indeseables asociados al personalismo, al voluntarismo decisional, a la clientelización de las votaciones y a la distorsión del procedimiento electoral y político, tras someter al imperio de la conveniencia tanto la capacidad decisoria del votante como la capacidad de actuación del legislador y gobernante.

Más perverso aún, antes que los acuerdos programáticos o establecimiento de metas comunes que afiancen la gobernabilidad, parecen ser los odios y fustigamientos, las estrategias polarizantes y el desgaste del opositor, lo que garantiza la conformación de una coalición electoral en el país. De hecho, ante la aparente imposibilidad de someter al juicio electoral la solvencia ideológica con la que un partido se levanta en el concierto nacional, ha ganado terreno la preparación de pactos, acuerdos y alianzas previas a los comicios en los que una figura, todavía mesiánica y recubierta con el pastillaje de la salvación nacional, es encumbrada frente a otra u otras zaheridas sin contemplación alguna, tanto en los medios informativos como en las bodegas influenciadoras en las redes sociales.

Con ello, de estructuras electorales y decisionales necesarias, las coaliciones han devenido en utilitarias e instrumentalizadas, distorsionando el juego político; al punto que se engatusa con ellas alimentándolas como estrategia de cálculo para disminuir la potencialidad de éxito de un candidato en la primera vuelta presidencial y torcer el resultado de la segunda vuelta, incluso encuestando e inflando artificialmente la favorabilidad de candidatos que de otro modo no habrían alcanzado mayor recordación ni respaldo.

De modo crítico, y dado que las coaliciones se han convertido en una constante de los procesos electorales y gubernativos, vale la pena preguntarse por la inconveniencia de sostener el régimen presidencialista que no responde a las dinámicas políticas contemporáneas, marcadas por la confluencia de fuerzas en movimiento y distantes del veterano monocromatismo partidocrático; asunto que, por infortunio, no hace parte de las recientes propuestas de reforma política en el país.

2. La vaciedad en el electorado étnico 

La inexistencia de un electorado étnico en Colombia pesa en contra de afrodescendientes, indígenas y demás poblaciones históricamente racializadas, las cuales no han concebido mecanismos que aseguren la juntanza y establezcan alianzas y formas de coordinación que garanticen la ampliación de su influencia en el contexto nacional, departamental y municipal.

Es lastimera la manera como la participación política afrodescendiente no produce recambios y nuevas prácticas sostenibles en las dinámicas de poder ni siquiera en los centros poblados, municipios y departamentos en los que las y los descendentes de africanas y africanos son mayoría o suman un caudal electoral que debería ser significativo. Por lo contrario, los vendepueblo, los embilletaos y los mandacallar se agigantan y se adueñan de la precaria brecha que permite a pocos codearse con los gamonales regionales y con el funcionariado técnico y asesor que controla la medida con la que llegan a los territorios los programas y proyectos nacionales y departamentales.   

De hecho, resulta patética la manera como se han venido ocupando los espacios decisionales e incluso las pocas curules étnicas existentes en Cámara para afrodescendientes y en Senado para Indígenas, respondiendo a fábricas de avales que evidencian la captura clientelar de tales posiciones, mientras los demás cargos, asignaciones, representaciones y delegaciones, cuando no son cooptados, son copados por una diversidad ingente de organizaciones y consejos comunitarios sin agenda compartida, sin iniciativas y actuación aliada y sin peso en la consolidación de los cuadros políticos que se presentan a las instancias de representación electoral.

El panorama político actual urge del pueblo afrodescendiente la agitación de un proyecto de amplio espectro orientado a la mejora sin retorno de los precarios indicadores de bienestar tanto en los territorios ancestrales como en los poblados y espacialidades urbanas. Un proyecto de incidencia política y electoral, capaz de suscitar la activación, movilización y participación de un conglomerado étnico hoy disperso y antojadizo.

Un proyecto político que logre romper con las prácticas voluntariosas y personalistas que llevan a quienes representan y hablan en nombre del pueblo afrodescendiente a aliarse con personas y movimientos partidistas al margen de las expectativas y pretensiones de nuestras comunidades. De hecho, contar con este tipo de lealtad corporativa, ha alimentado el sistema clientelar en el que lo público se convierte en la bolsa compartida con el benefactor, cuyo manejo celoso requiere el silenciamiento o la anulación de los disensos y la coalición contributiva con la operación rentista del presupuesto y los servicios estatales. 

Sea cual sea el censo al que se acuda, el tamaño poblacional del pueblo afrodescendiente se desperdicia en cada nueva elección y no se expresa todavía en iniciativas que preocupen a las tradicionales vertientes del poder político y económico enclavado en nuestros territorios y comunidades. Tampoco se expresa en iniciativas de organización y concertación electoral autónoma y con vocación de poder en el Congreso y el Ejecutivo; pese a que ya empiezan a tomar bríos algunas opciones que, muy seguramente, tendrán que vincularse a una coalición para alcanzar mayor relevancia en el proceso de alzarse con poderazgo en el mediano plazo, mientras asistimos a la venturosa novedad de un movimiento político propio y con decidida osadía electoral y gubernamental; porque ya es hora y se nos hace tarde.  

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