La historia que me contaron
27 de enero de 2022
Por: Arleison Arcos Rivas
La historia que me contaron fue confeccionada como una colcha de extraño material hispánico, hecho con los residuos de memorias desgastadas en las que unos pasados y no otros, unos sujetos y no otros, unos relatos y no otros, unas experiencias y no otras resultan hidalgas, restañadas y rescatadas. Superar tal historia implica ponerla en cuestión y transgredir los bordes en los que fueron bruñidas y perfiladas diligentemente por sus interesados veneradores.
En la historia que me contaron, África y América figuran como el decorado pasivo sobre el que se despliega la historia de Europa, pastor del ser, plenitud del espíritu, cuyo esclarecimiento habría resultado posible en la diversa pulcritud de sus letras, en el bruñido fulgurante de sus esculturas, en la explosiva proliferación de sus artes y en la profusa extensión de sus banderas por el orbe.
Pero no me contaron que el poderío europeo se hizo posible a costa de dominar territorios, someter a pueblos enteros y socavar civilizaciones, casi hasta los cimientos; imponiéndoles religiones, lenguas y refinadas tradiciones.
En la historia que me contaron, había “indios bárbaros” a los que hubo que conquistar y luego arrumbar al ser considerados sujetos del pasado. Cuando se alzaron las independencias, a veces fueron narrados como heroicos y bravíos antepasados que, al enfrentar la furia armada de los españoles fueron diezmados. En la historia que me contaron, la estirpe de los españoles asentó su señorío sobre tierras que hoy todavía permanecen en disputa, extendiendo latifundios hasta donde los ojos atisban el horizonte.
Pero no me contaron que las comunidades y pueblos indígenas, una vez instalada la república, fueron relegados en resguardos que parecían marginales, mientras sus tierras no estuvieran al ojo avariento de los terratenientes. Tampoco contaron que persistieron en sus lenguas y en sus costumbres para no ser sometidos al olvido de los derrotados, ni echados a su suerte, ni dejados al margen, como se pretendía en el proyecto de los criollos gobernantes.
En la historia que me contaron había “negros esclavos importados de África”, como artículo patrimonial, mera fuerza bruta y descomunal que podía usarse en el trabajo de sol a sol, sin parar; Como instrumento de carga y trabajo. Brazos y vientres para la producción de riqueza en manos de europeos y sus descendientes; a los que había que doblegar por el látigo y los cañonazos.
Pero no me contaron que, desde los territorios africanos, en los barcos que se hacían al océano, en los puertos, en las minas y las haciendas cientos y miles de hombres y mujeres rebeldes alimentaron sueños de libertad y se emanciparon durante siglos batallando permanentemente contra la esclavización, por lo que los llamaban cimarrones, al hacerse al monte y emprender trayectos río arriba y río abajo para vivir sin cadenas ni amos ni mandatos.
En la historia que me contaron, el campesinado aparece como un sujeto apacible, bucólico y pastoril en un país agreste en el que “la aldea envilece, empobrece y embrutece” y el sol ennegrece. Con los pies abiertos por trasegar montañas escarpadas en las que, entre elucubraciones nostálgicas y verdades a medias, se celebra el egregio tesón paisa tras la colonización antioqueña.
Olvidaron contarme que el precio de su laboriosidad, su enjundia precursora y su empresa preservacionista habla de pueblos hibridados que conquistaron ríos caudalosos, sembraron monte adentro y pintaron el verde montañero con prácticas ancestrales extendidas entre selvas, llanuras, sabanas y altiplanos, en los que persistieron, pese a toda adversidad.
En la historia que me contaron palpita y toma forma la negación sistemática de identidades y culturas reexistentes y enfrentadas a las de los colonizadores y sus descendientes. Sus cultores alimentan la obliteración, el rechazo a la periferia, la anulación de las costumbres propias, justifican las expropiaciones, la vaciedad de sentido, el levantamiento de estatuas y el sometimiento que supone la condición de vencido. Es contra tales mistificaciones, que no se agotan en su color de piel, en lo que concentramos nuestras luchas.
Dado que la historia que me contaron consolidó una empresa falsificadora y peyorativa del pasado colonizado; siempre volviendo a Fanon, nos vemos insertos en un movimiento de apertura al futuro, restituyendo “los esfuerzos hechos por un pueblo en el plano del pensamiento para describir, justificar y cantar la acción a través de la cual ese pueblo se ha construido y persistido”.
Reconstruir el futuro, imaginando el pasado que actúa en el presente. Ocupar los lugares de la memoria contra el oprobio y el sometimiento. Romper con la delimitación simbólica de lo que somos, que nos condena a ser como ellos. Ninguno otro es el camino de la propia ascendencia que el de la disidencia epistémica y narrativa. Ninguna otra es la posibilidad para dignificar nuestra afrodescendencia; en una lucha sin tregua contra el oprobio, en la que ya no hay tiempos de espera ni requerimos expediciones de permisos para elevar la propia voz hasta el eco victorioso de la experiencia propia.
Por eso no contamos la historia que nos contaron; y nos empeñamos en seguir desentrañando las otras historias, de los otros pueblos, con otras miradas y con sus otras voces.