¿Y si jugamos a tejer lo que se ha roto en la escuela?
Por: Yeison Arcadio Meneses Copete
Las sociedades constantemente brindan al sector educativo importantes mensajes que le hacen renovar sus discursos, sentires, relaciones y prácticas. Tal vez la época de pandemia es solo otro de estos momentos perfectos para hacer un alto en el camino y detenernos a pensar en lo que hemos hecho y cómo lo hemos hecho hasta aquí en la escuela. Sobre todo, osar en inventarnos cómo hacerlo mejor en medio y después de la catástrofe. Es muy probable que miles de maestros y maestras estemos hoy ocupándonos de cuestiones tan fundamentales y otro tanto en el día a día en las escuelas y universidades.
Por un lado, resulta urgente que los gobiernos asuman lo que han roto de sus sistemas educativos o que por interdependencia impacta la escuela y los sujetos escolares. Lo que sale a la luz hoy ha estado presente antes de la pandemia, frente a esto no nos pueden engañar. Los problemas estructurales de la escuela no son producto de la pandemia, son producto de décadas y siglos de gobiernos que aborrecen el sector educativo público y para quienes la educación de los-as colombianos-as solo representa un gasto. Claro está, se trata de inversión solo en la medida en que los dineros públicos puedan pasar fácilmente a las instituciones privadas, generalmente propiedades de algunas personas vinculadas a los círculos políticos de turno. El gran daño que produce una clase gobernante con poca cultura y sobre todo vaciada de humanidad.
Entre las problemáticas más visibles hoy: conectividad, infraestructuras precarias, la desfinanciación de la escuela pública, la racialización escolar, poca preparación en temas de salubridad que antaño eran fortalezas, la precariedad del profesorado en la intimidad, la poca formación en sistemas, las limitaciones de las familias en el acompañamiento de sus hijos-as, el pesimismo en las nuevas generaciones frente a su devenir, la pauperización de la vida familiar por las ínfimas garantías laborales, el cansancio con la formatitis escolar o escritura notarial del profesorado, la bancarización de la educación, la violencia en las familias y la violencia contra la mujer y la niñez.
Como Maestro ombligado, he enfrentado los retos de la enseñanza mediada por el ordenador. En lo personal, siento que el agotamiento es mayor y, aunque me las invento para generar un ambiente agradable y próximo, resulta bastante angustiante saber si los estudiantes están conectados. En este contexto estar puede significar no estar. La disposición puede ser indisposición. La cámara resulta bastante invasora para la mayoría, por tanto, encenderla es una especie de confesión obligada. Pero encenderlas también puede implicar que la conexión se caiga. Igualmente, he escuchado y leído la angustia de algunos de mis estudiantes, pero en estas condiciones resulta casi imposible una mirada fija acompañada de una palabra de esperanza. Esas intimidades pedagógicas que se crean en el aula. Aquí hoy, todo es público o se convierte en mensaje escrito, letra a veces muerta que ayuda, pero no logra llenar porque hemos perdido el rostro. Puede ser esta la oportunidad para volvernos más sonoros y aprender a escuchar. Algunos me han manifestado su gratitud después de una canción de esperanza, actividad para romper la fría pantalla (romper el hielo dirían). Por lo menos la enseñanza problematizadora no ha podido ser desplazada. No ha sido fácil la adaptación a estas condiciones, pero seguimos buscando opciones no solo para continuar, sino para detenernos y transformar/nos. Tal ves lo más importante no sea adaptarnos a la situación, sino abrirnos a la creación de un nuevo devenir de la educación. Podríamos hablar de una verdadera resiliencia educativa y pedagógica que necesariamente debe ser multisectorial para ser estructural. En otras palabras, tejer la colcha de retazos y caminar en otras direcciones posibles.
En este orden de ideas, esta resiliencia escolar compromete en principio la voluntad política de los Estados-gobiernos para tejer lo roto. No son pocas las propuestas que circulan planteando la necesidad de que los gobiernos prioricen los sistemas educativos, hacer de estos ejes trascendentales en las sociedades. Asimismo, superar no solo la cobertura educativa, sino superar la precariedad de las instituciones educativas evidenciadas en sus plantas físicas; las raquíticas bibliotecas, laboratorios, atención psico-social, zonas recreativas, espacios re/creativos y lugares para el disfrute de la cultura; las dotaciones de recursos pedagógicos; el fortalecimiento de aulas vivas por fuera de las cuatro paredes; espacios dedicados a la salubridad; la profundización en los procesos de investigación, incentivos a la creación del saber pedagógico, la valoración del profesorado, entre otros. Esto implica presupuestos sustantivos dedicados a la educación. Que los gobernantes renuncien al discurso cínico, a veces violento, se formen y recuperen la alta cultura, no se puede dar de lo que no se tiene. Las posibilidades están en la apertura a los diálogos con la comunidad educativa que permitan encausar hacia un mejor estar el sector. Es innegable que las sociedades se transforman, generan cultura de paz, crean y conviven mejor en la medida en que su educación alcanza los mejores niveles.
El tejido puede entenderse como las colchas de retazo que cosían nuestras madres y abuelas hace algunos años. Se puede aprender del pasado. El futuro a veces se encuentra en el pasado. Por ejemplo, la pandemia ha señalado la importancia de programas de atención psicosocial en las instituciones educativas o la formación inicial en salubridad o la diversificación de las actividades escolares más allá del disciplinamiento como endurecimiento de la formación. Se le ha impuesto a la escuela la idea de los conocimientos “duros”. De los resultados en estas áreas “convertidas en duras” depende el reconocimiento de las instituciones. Entonces, podemos hacer del saber algo blando e, incluso, hasta líquido. Es decir, los saberes pueden salir de tablas y fórmulas del cuaderno para tejer diálogos comunitarios frente a las necesidades concretas en las familias y la sociedad. Igualmente pueden analizar los presupuestos de la educación. Adicionalmente, estos saberes pueden salir a bailar, cantar, pintar, observar, caminar a pie descalzo, escuchar caer la lluvia, regar jardines, multiplicar abrazos en las familias, etc. Pueden también hibridarse y humedecer un área a la otra. Esto reduciría el cansancio y las enfermedades producto de tanta exposición a la pantalla del computador. Además, ayuda en la coordinación de pensamiento, los diálogos críticos entre profesores-as, complejización del saber. Podríamos unir a esta colcha la olvidada pertinencia, contextualización de la educación y la reflexión pedagógica. Superar la bancarización. Se podrían cambiar los tiempos de seguimiento en clases virtuales por alternancias más complejas de trabajo entre el estudiante y la familia. También, generar más espacio para verdaderas valoraciones de los trabajos de los estudiantes y para que el profesorado genere saber pedagógico, tan olvidado en tiempos donde resulta central la creatividad pedagógica o/e innovación pedagógica. Sin duda, momento para desechar tanta formatitis en la escuela. Esta ha descuidado a los niños y niñas en sus procesos de crecimiento cada vez más complejos. Es tiempo para hacer de la escuela un espacio más cercano, cotidiano. Incluso, podría ser este el tiempo para conversar cada vez más con madres y padres o acudientes, no para responder al whatsapp a las 11 de la noche, sí para comunicarnos (intercambiar sentidos y significados) en tiempos laborales, en unas horas de la semana cuando el docente prepara clases, produce saber pedagógico. Es tiempo de vivificar la comunidad educativa. Pero esto va de la mano con las reformas profundas de justicia social, inevitablemente. Es tiempo de comunidad.
Finalmente, la escuela arrastra herencias malditas de un pasado que tiene que borrar, para que estas sean desterradas de nuestra sociedad. Aunque el proceso puede ser también inverso. La escuela tiene un rol determinante en la generación de esperanza ante estas ignominiosas herencias: racismo, clasismo, homofobia, patriarcado, sexismo, regionalismos, eurocentrismo, etc., por mencionar algunos. Estos sistemas de opresión destruyen a miles de niñas-os y jóvenes en su constitución psíquica, social, cultural y política. La violencia racial que imprime el color piel o la falta de afecto de los profesores hacia los niños-as afro o el racismo cotidiano escolar o la metarrepresentación de las africanías en los manuales escolares y programas o la destrucción de la creatividad de los sujetos por la enseñanza sesgada y racializada o la folklorización o la ridiculización de la africanía o la violencia sexual o la burla hacia el empobrecido o la naturalización del acoso o la invisibilización de las mujeres en los campos del saber o la reproducción de la estructura jerárquica entre hombres y mujeres o la instalación de tabúes respecto a las sexualidades diversas o la tergiversación u ocultamiento de los derechos sexuales y reproductivos o el rechazo a sexualidades otras, entre otros, deben ser prácticas y discursos para problematizar, pulverizar y trascender. Es tiempo de comunidad. ¿Será que atenderemos el llamado de época y humanidad? ¿Qué tal si jugamos a tejer lo que se ha roto en la escuela desde las intimidades?
Fuente imagen: SINC