Para que estudiar sino es para cambiar esta mierda

Por Última actualización: 19/11/2024

17 de octubre de 2021

 

Por: Gustavo A. Santana Perlaza

El sistema educativo colombiano se centra en formar operadores para sostener y reproducir el sistema-mundo moderno/colonial representado por fuerzas y articulaciones políticas capitalista/militar/cristiano/patriarcal/blanco/heterosexual (esto de manera simultánea), y que instaura jerarquías a lo largo de la historia y hasta la actualidad, estableciéndose como un dispositivo con el que promueven el silenciamiento, invisibilización y normalización de la crisis sociopolítica que constituye el diario vivir en uno de los países más desiguales de América latina.

Educarse en Colombia es un privilegio no un derecho universal, el país está organizado de tal manera que el acceso a la educación es limitado, es para quienes cuentan con el capital para ingresar, permanecer y culminar sus estudios. Las mayorías en este Estado-Nación, visionan como una fantasía la posibilidad de agenciar proyectos viables de vida a través de la formación académica, dadas las condiciones económicas y sociales desfavorables, críticas que degradan ilusiones, metas y oportunidades. Un ejemplo de ello, las cifras aseguran que solo el 22 por ciento de las personas, entre 25 y 64 años, en Colombia tienen un título universitario, muy por debajo del promedio de la OCDE que se sitúa en el 38 por ciento (El Tiempo, 2019).

El pequeño porcentaje de quienes asistimos a los procesos educativos en todas sus dimensiones, estamos expuestos a una enseñanza históricamente cuestionada por diversas corrientes teórico-políticas. Educación bancaria diría Paulo Freire en la que se representa al estudiante como agente pasivo que requiere de la luz e inteligibilidad del profesor para ser. En este sentido, Enrique Dussel afirma que, los sistemas de educación en Latinoamérica enseñan a memorizar, repetir y no a crear, formando sucursaleros.

El contenido curricular es otro de los aspectos arduamente problematizado desde diferentes esferas, principalmente intelectuales del giro decolonial, quienes han denunciado el eurocentrismo y la colonialidad del saber cómo dispositivos epistémicos dinamizadores de la relación enseñanza/aprendizaje y los modos de producción de conocimiento que encarnan el conocimiento auténtico y relevante a euro-norteamericana, con lo que descentran la coyuntura presente en la que se desenvuelve el mundo de la vida de los colombianos.

La política neoliberal del Estado colombiano viene consolidando el panorama empobrecido y truculento de vidas al límite en la que circulan discursos de libertad y autonomía que agudizan el paisaje. Una necropolítica neoliberal en la que no es suficiente mantenernos sin acceso a comida, a techo y/o atención sanitaria, sino que desarrolla políticas y formas de violencia discreta que aceleran la muerte y que aseguran que estén al límite de la vida con el «privilegio» de sobrevivir (Valverde, 2015).

El sistema de educación y los medios de comunicación prolongadamente nos forman a través de la pedagogía de la crueldad (Segato, 2018); “actos y prácticas que enseñan, habitúan y programan a los sujetos a transmutar lo vivo y su vitalidad en cosas. Esto supone la captura de algo que fluía errante e imprevisible, como es la vida, para instalar en su lugar la inercia y esterilidad de la cosa mensurable, vendible, comprable y obsolescente, como conviene al consumo en la actual fase apocalíptica del capital”. Naturalizamos la crueldad y el terror en lo urbano y lo rural.

Basados en lo anterior, las instituciones de educación se han desvinculado de los hechos sociales, políticos, económicos y culturales que confluyen en el mundo de la ciudadanía colombiana, las realidades desiguales y mortíferas parecieran ser cuestiones que no les importa a los estamentos de la academia, seguimos navegando sobre mundos descontextualizados y fuera de la coyuntura colombiana.

Llegó el momento de situarnos en los mundos de vida y muerte que representan al país y emprender procesos educativo-reflexivos que activen la sensibilidad de quienes habitamos esta nación, puesto que, vivimos en medio una crisis pluridimensional que nos ha llevado a matarnos los unos a otros, nos lleva a la desensibilización del sufrimiento de los otros, siendo frutos del proyecto histórico dirigido por la meta de las cosas como forma de satisfacción (Segato, 2018). En nuestros días la vida dejo de importar.

En Colombia, urge la consolidación de pensamientos críticos en todos los niveles educativos y sus disciplinas. Eso sí, pensamientos críticos integrales, transdisciplinares, siempre situados y comprometidos políticamente hacia la transformación de realidades concretas. En concordancias, repensando el texto de Freire cartas a quien pretende enseñar, el quehacer del educador es político y demanda una praxis o vocación que interpele la normalidad radical de desigualdad social que configura la vida; para ello, debemos intentar interpelar los privilegios y establecer prácticas pedagógicas basadas en la empatía, la consciencia histórica y política para la movilización y acción voluntaria de cambio. Un devenir transgresor que intente modificar este panorama desesperanzador, esta mierda.

Finalmente, ante la necropolítica del neoliberalismo que viene promocionando la destrucción máxima de las personas y de creación de necromundos, formas de inexistencia social en las que numerosas poblaciones se ven sometidas, y que sólo pueden comprender la vida social desde un mapa que se configura con el pueblo afuera, nos acompañan desde siempre las palabras de Paulo Freire:

“El maestro, es necesariamente, militante político. Su tarea no se agota en la enseñanza de las matemáticas o la geografía. Su tarea exige un compromiso y una actitud en contra de las injusticias sociales. Luchar contra el mundo que los más capaces organizan a su conveniencia y donde los menos capaces apenas sobreviven. Donde las injustas estructuras de una sociedad perversa empujan a los “expulsados de la vida”. El maestro debe caminar con una legítima rabia, con una justa ira, con una indignación necesaria, buscando transformaciones sociales.”

¿La educación para qué?, ¿la educación en favor de quiénes?, ¿la educación contra qué?

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