¡Adoctrinadores!
Por: Arleison Arcos Rivas
El centro democrático y las fuerzas de derecha, expresión del más acendrado conservadurismo político en este país, para no llamarle de otro modo; han emprendido una nueva andanada contra el magisterio, poniendo de presente la importancia de que la escuela pública afiance los procesos de maduración del criterio y la opinión autónoma en sus estudiantes, de modo que tengan herramientas para encarar la lectura unidireccional y monolítica del mundo.
En su cruzada, una docente de Ciencias Sociales ha sido puesta en la picota al promover un taller en el que se propone a sus estudiantes la consideración del asunto de los denominados “falsos positivos” y las implicaciones que tiene el mismo en relación con las autoridades del momento. Armadas de ira, las huestes uribistas le han enrostrado a la maestra el apelativo de adoctrinadora, como si el mismo operara de tatequieto para que la escuela no cumpla con su deber de contribuir al fortalecimiento de la opinión propia; ignorando que el artículo 27 de la Constitución Política consagra las libertades de enseñanza, aprendizaje, investigación y cátedra como derecho inalienable del docente, en el marco regulatorio vigente para el ejercicio de su actividad profesional.
Entre todas las preguntas del taller, una en particular lo dota de pleno sentido y rigor al requerir que los estudiantes se planteen “¿Por qué es tan necesario que se sepa la verdad de lo que pasó en el conflicto armado colombiano?”. Las acaloradas reacciones de los uribistas, furiosos porque en esta tarea, apenas obvio, figura el nombre de Álvaro Uribe Vélez, ni siquiera consideran el propósito sensato de llevar a las y los estudiantes a la maduración de su opinión respecto de temas sensibles de la realidad nacional. Con tan acalorada cerrazón se evidencia que el trasfondo de la discusión es la inmensa contradicción existente entre dos modelos de escuela pública en cuyos procesos de enseñanza y aprendizaje se quiere asentar la tensión polarizante, tan tradicional en la sociedad colombiana.
Sólo en este imaginario caldeado de susceptibilidad en el manejo de la verdad histórica y con procesos judiciales abiertos y nunca resueltos que, en diferentes casos conducen al mismo protagonista, podría acusarse de parcialización y adoctrinamiento a una o un docente. De hecho, quien haya habitado recientemente un aula pública, no podría afirmar jamás que en ella el papel del maestro o la maestra resulta aleccionador y, menos todavía, doctrinal. Contra los pastosos procesos de instrucción con los que se cargan infinitas líneas y hojas de cuadernos sin mayor sentido y profundidad, la profesionalización del magisterio ha llevado a que en el aula aparezcan asuntos que son considerados con el rigor y la veracidad ganadas en procesos formativos de pregrado, especialización, maestría y doctorados; que han dado un impulso considerable a la implementación de tópicos generadores, unidades de aprendizaje y proyectos basados en la solución de problemas y en la consideración de puntos de vista que deben contar con soporte documental, discutidos, además, en sólidos ejercicios de argumentación y debate.
Por ello, el desarrollo de la autonomía constituye un principio irrenunciable en la escuela pública, agitada por los vientos de la homogenización que, de tanto en tanto, quisieran convertir el aula en un espacio controlado y vigilado, para evitar el peligro de que las y los niños y jóvenes piensen con cabeza propia. Más allá de la inveterada disposición a jugar al blanco y negro en política, diferentes evidencias de tareas escolares dan cuenta de la consideración de matices a la hora de releer los asuntos por los que suelen situarse en dos polos chapetones y criollos, peninsulares y republicanos, conservadores y radicales, liberales y conservadores, pájaros y chulavitas, guerrilleros y paramilitares; hasta los vientos faccionalistas que hoy ocupan e insuflan la reacción de los opinadores. Fuera de casarse con una versión o perspectiva de la realidad, las y los maestros se concentran en fortalecer las competencias de sus estudiantes para documentar, analizar, comprender y considerar opciones o expectativas para enfrentar los problemas de nuestra sociedad, considerados en sus diferentes posibilidades de análisis.
Que las ideas circulen libremente en el aula, que los hechos sociales, políticos y económicos puedan ser recreados en sus diferentes perspectivas por las y los escolares, que los eventos y sucesos históricos resulten susceptibles de análisis y argumentación por las nuevas generaciones no sólo hace parte de lo que la escuela debe hacer íntegramente, sino que constituye el fundamento mismo de lo que las Ciencias Sociales posibilitan en el espacio escolar. De hecho, los estándares curriculares para su enseñanza resultan contundentes en afirmar que:
“Además de permitir a las y los estudiantes apropiarse de los conceptos socialmente validados para comprender la realidad, es necesario que la formación en ciencias sociales en la Educación Básica ofrezca a sus estudiantes las herramientas necesarias para hacer uso creativo y estratégico de diversas metodologías que les permitan acceder de manera comprensiva a la compleja realidad social y las distintas instancias de interacción humana. Ahora bien, no basta ofrecer a los estudiantes las herramientas conceptuales y metodológicas propias de las ciencias sociales.
Ellas son importantes en tanto fundamentan la búsqueda de alternativas a los problemas sociales que limitan la dignidad humana, para lo cual es importante forjar en niños, niñas y jóvenes posturas críticas y éticas frente a situaciones de injusticia social como la pobreza, el irrespeto a los derechos humanos, la contaminación, la exclusión social, el abuso del poder. Porque los conocimientos de la sociedad cobran sentido cuando se utilizan en la resolución de problemas en la vida cotidiana, puede afirmarse que la formación en ciencias sociales siempre está ligada con la acción ciudadana”
De ahí que la escuela pública evidencie un claro compromiso en que sus estudiantes conozcan y discutan asuntos de honda incidencia social, política y económica, reconocidos en la propia voz de sus diferentes protagonistas y recreados en el análisis y discusión de quienes, en el aula, fortalecen sus procesos de pensamiento evidenciando capacidad analítica y despliegue argumentativo; tal como está contenido en los lineamientos y estándares que rigen la enseñanza de las Ciencias Sociales.
Siendo que los fenómenos de violencia y conflictividad armada en el país no sólo son frecuentes sino que han estimulado procesos de desnaturalización de la guerra y desinstitucionalización de las fuerzas estatales, el análisis de un fenómeno como las ejecuciones extrajudiciales o “falsos positivos” no sólo se corresponde con un ejercicio de honestidad histórica sino que, además, apunta a que las y los estudiantes pongan a prueba las herramientas conceptuales y metodológicas propias de la disciplina social; de manera que la consideración juiciosa de los diferentes problemas nacionales les permita igualmente hacerse a la consideración de alternativas.
Son los mismos estándares los que se refieren al “valor de los aprendizajes significativos”, a la incorporación de “niveles de complejidad en el aprendizaje”, a la “mirada interdisciplinaria”, promoviendo el que los estudiantes aprendan ciencias, así como se las hace; es decir, investigando, cooperando y socializando hallazgos. De hecho, el que varios uribistas hayan decidido responder el taller planteado en Cali, no sólo da la razón a la docente, sino que evidencia el que existen diferentes aproximaciones que bien pueden plantearse por las y los estudiantes a la hora de resolver sus actividades escolares, sin que por ello constituya papel de quien le evalúa desconocer o no su punto de vista documentado, sopesado, argumentado y propositivo.
Se asustarían los áulicos de la derecha si revisaran todos y cada uno de los talleres, proyectos y monografías que evidencian el alto nivel de desarrollo crítico que la escuela pública estimula enfatizando, de manera especial, en el manejo de diferentes fuentes que favorezcan la toma de posición en nuestras y nuestros estudiantes; evidenciando que, así falten recursos, la infraestructura sea deficiente y haya más estudiantes de los debidos en un área, no son pocos los maestros y maestras que hacen bien su tarea; así les tilden de adoctrinadores.