28 de diciembre de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Hoy decidí escribir sobre la cauta espera, considerando la importancia de apreciar la propia vida bajo la condición paria y migrante.
Los documentos que están sobre la mesa, ayudan a emprender la visita a la mismidad, conscientes de que en ella se permanece siempre a la expectativa de un viaje. Uno a uno, con su dimensión rectangular, encuadran un momento de la vida, una decisión financiera, una oportunidad de traslado, una ocasión para salir volando. Los documentos me llevan a meditar sobre el peso de cada año en mi vida; de este año. Tras la angustia de lo no realizado, sobreviene la serena certeza de lo que se pudo hacer y la tranquilidad de haberlo intentado.
Luego del barullo navideño, de los equipos a todo volumen, del exceso de licor, de la comida opípara, del compartir regalos y regalar abrazos, dedico tiempo a aislarme y tomar distancia del día, incluso en medio de la gente, en un ejercicio de intensa introspección que me lleva a considerar lo pasado, lo presente y lo porvenir, sin evasivas ni condescendencias; seguramente orientado por la técnica del encuentro personal, aprendido en los tiempos del ejercicio espiritual con los Misioneros de Yarumal.
Retar la cotidianidad y su frenética carga de oficios, agendas y ocupaciones, muchas veces estériles y acomodaticias, concebidas para pasar el tiempo y justificar la duración de las jornadas laborales, implica adentrarse y cerrar la puerta al acontecimiento, para abrirse a la potencialidad de la confrontación y la resolución.
Sin laceraciones ni flagelación alguna, con la tranquilidad de quien sabe que la vida es un despliegue de oportunidades, algunas descuidadas con negligencia y otras aprovechadas con diligencia, el balance emerge y acumula pesos, cargas y liviandades que confirman, sin duda, lo que se ha vivido, ¡porque se ha vivido!
Evaluarlo todo para decidir mejor el rumbo de la propia existencia. Así, sencillamente; imponiéndose la necesidad de decirse las verdades como si se estuviera frente al espejo y sin la cofradía de los habituales, animosos y complacientes espectadores o seguidores, a quienes acudimos en las redes sociales y en las conversaciones diarias, buscando autoafirmación, aprobación y aplausos.
En este ejercicio es importante adelantar el arqueo emocional para reconocer lo valioso y atesorable. En un mundo en el que falsedad y apariencia ganan cada vez mayor atención, e incluso se convierten cobran realidad, como en las noticias, es fundamental dedicar tiempo al deslinde de lo meritorio y precioso que aviva la propia existencia. Más allá de la yesca y el humo, llamean experiencias, oportunidades, encuentros, e infinidad de acciones pequeñas y grandes construidas en relaciones interpersonales con las que cobran vigor y coprotagonismo los demás. ¡Date la orden de acrecentar el encuentro con sujetos conscientes de sí mismos, con los que el contexto se hace trascendente y significativo!
También es importante descontar la poquedad y liberarse de la inmundicia que se acumula a nuestro paso. En una sociedad excremental, en la que muchas personas persisten en camuflar la suciedad difamatoria y el chismorreo calumnioso entre las viandas de la opinión que circula rampante de boca en boca, en cadenas desinformativas o en redes sociales, urge aprender a aligerarse de la hipocresía y de la banalidad con la que lo insignificante se torna en un arma que hiere y lastima. ¡Cerrar la puerta a la maledicencia y la habladuría es imperativo!
De todos, el principal ejercicio es mirar hacia adentro, escudriñando en el caleidoscopio de la cotidianidad las claves que puedan dar sentido a nuestra existencia. Uno a uno, cada fragmento de la vida diaria ilumina y enseña. En medio del desánimo y la desolación que sobrecogen, descubrimos las estrategias que hemos aplicado para intervenir las situaciones que podemos controlar y limitar el influjo de lo irreparable, de la desgracia y de la negatividad. Evitando la angustia del sufrimiento y el apasionamiento efervescente, se aprende a aceptar que la vista puesta en el momento actual da sentido al pasado y al porvenir, y contribuye a eliminar la arrogancia irreflexiva y vanagloria estéril. ¡Todo un mapeo emocional impostergable!
Tanto como se procura mirar hacia adentro, se aprende a depreciar la vista engañosa, conscientes de que la grandilocuencia e impertinencia con la que se hacen sentir quienes se asumen como jueces en la propia existencia evidencia la poca valía de sus opiniones. Si “no eres más porque te alaben, tampoco eres menos porque te vituperen”. De ahí que las riendas de tu propia suerte te pertenezcan. Asumir que se es el timonel del propio barco, no implica un canto exaltado a la estimación excesiva. Por lo contrario, justipreciando las opiniones, se aprende a tener fe en sí mismo tanto como en cada una y cada uno que vibra con igual intensidad, en su propia frecuencia. ¡Caminar por la senda de la autorrealización, se impone!
Al cerrar el ejercicio, se levanta la mirada, oteando conscientemente el porvenir, con la fuerza irrefrenable del pasado. Al final de un nuevo año y al comienzo de otra vetera expectativa, queda el actuario de los días, con su remozada conseja sobre el tiempo y lo que no termina de morir ni de nacer. Estando en esas, mirando hacia adelante, se anuncia con cautela la esperanza.
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