El ascenso de la afroderecha
24 de marzo de 2022
Por: Arleison Arcos Rivas
Diferentes movimientos, liderazgos y procesos organizativos cuestionan a un conjunto creciente de voces y personajes que se expresan en medios y redes sociales, exhibiendo posturas y discursos que les sitúan a la derecha del espectro político.
Emergentes, todas y todos, constituyen un conjunto que permite identificar el ascenso de una porción de la clase media y alta visiblemente afrodescendiente. Aunque no constituyen un bloque ni existe evidencia de que ampliamente se reconozcan como afrodescendientes ni se les vea necesariamente activados en proceso, organizaciones o consejos comunitarios; alcanzan designaciones, distinciones y cargos que requieren la adhesión e integración a la cultura mayoritaria que, reacia a la ruptura de la monocromía del poder, ostenta la distinción de uno, una o algunos como evidencia de apertura social y política.
Denominar a alguien como integrado a la afroderecha no es una tarea frívola. Pese a que resulta difícil caracterizar como un colectivo unitario a quienes pueden ser situados en tal categoría, toda vez que no expresan una identidad grupal en sí misma; diferentes factores o distintivos de clase vinculados a su experiencia de “rentabilidad cultural” (Bourdieu) facilitan su distinción como sujetos beneficiarios de la proximidad cotidiana y legítima con sectores dominantes, con quienes establecen relaciones habituales al cohabitar espacios de estratificación distinguida, acceder a procesos formativos y vinculaciones a cargos de alta gerencia y dirección pública, acumular recursos que les sitúan en el estrecho círculo nacional de millonarios y ostentar prácticas de consumo comercial y cultural ocioso, cosmopolita y suntuario.
En términos objetivos no está mal y, de hecho, sería deseable el advenimiento de una laya burguesa e incluso opulenta y enriquecida que también visibilice e instale a hombres y mujeres afrodescendientes en los sitiales prohibitivos a los que sólo han accedido las elites hegemónicas, sus herederos y los emergentes que les han arañado una porción del pastel comercial, industrial y financiero; por vías tan legales como ilegales, tal cual hicieron sus viejas fortunas quienes hoy posan de hidalgo ancestro. El problema real brota cuando tan nueva elite crece de espaldas al movimiento afrodescendiente, acumulando canonjías y favores a costa de su silencio y complicidad frente a los graves problemas históricos padecidos por la gente que resulta étnicamente afín o semejante.
Así ocurre cuando se les observa obsequiosos con gamonales, latifundistas, ganaderos y empresarios que han sido cuestionados por las comunidades al promover grupos paramilitares, correr las cercas de los linderos en tierras comunales, accionar ejércitos antirrestitución, apoyar incursiones bélicas en territorios ancestrales, perpetuar masacres, o aliarse con los uno y mil clanes, grupos y castas de contratistas venales. Muchos, entre ellos y ellas, se han apropiado abiertamente de los giros del Sistema General de Participaciones y hacen ostentación del control sobre contratistas y contratos masivos, regalías y fondos. No por nada existe en Quibdó, por ejemplo, gente “embilletada”, propietaria en el emblemático “barrio del estado”, señalando el origen non sancto de sus riquezas palaciegas; tal como existen en otras ciudades del país, con iguales características y procederes.
De ahí que los apelativos a quienes ocupan el espectro de la afroderecha esté cargado de apelativos descalificadores. “Verdugos de sus propias comunidades”, les ha llamado José Eulicer Mosquera. “Vendepueblo”, les he mencionado en varios momentos. “Negros de casa”, reiteran los mensajes en redes sociales.
En todo caso, no es por el ascenso social como se define la afroderecha, pues siempre deseable que toda sociedad eleve el potencial de movilidad social igualitaria, especialmente entre sujetos pertenecientes a grupos históricamente desfavorecidos. Lo que parece inquietar a quienes la cuestionan abiertamente es su alinderamiento en contra de los intereses de las organizaciones y procesos identitarios, así como el apoyo a actores que encarnan un proyecto sociocultural, político y económico en contravía de la pervivencia de las comunidades en los territorios ancestrales.
De igual manera, ofusca advertir que la gente en la afroderecha se encuentra integrada en las dinámicas de aburguesamiento, apropiación cultural, captura de la representación y sostenimiento de prácticas de exclusivismo que acrecientan el sometimiento de figuras clientelares, el sostenimiento del sistema de exclusión y la perpetuación de las condiciones de vulneración y victimización racializante, ampliamente denunciadas.
De ahí que haya una clara distinción con sectores progresistas que, si bien tampoco son homogéneos y son igualmente emergentes, sitúan en diferentes escenarios las tareas reivindicativas y la lucha antirracista, promueven la revitalización de indicadores de adscripción étnica y ancestralidad, cuestionan y se deslindan de los protagonistas individuales y colectivos de la marginalidad social, el empobrecimiento y la corrupción enquistada en los territorios, y debaten contra quienes se perpetúan en las asignaciones, destacamentos y representaciones que deberían decidirse bajo acuerdos distributivos, plurirregionales, intergeneracionales, intersexuales y paritarios. En tales tareas, postulan estrategias de acción aliada y concertación de confluencias susceptibles de mover los indicadores deficitarios que juegan en contra de quienes se reconocen como descendientes de africanas y africanos en Colombia.
Si el ascenso de la afroderecha molesta, es porque produce sujetos anodinos e incapaces de representarse más que a sí mismos, pues la identidad étnica les parece una elección voluntariosa. La afroderecha acrecienta la influencia de clanes familiares y clientelares de dudosa reputación, localiza y coopta a figuras edulcoradas para que pasen el umbral arribista de quien “no parece negro” y, en general, bajan el volumen e incluso enmudecen ante la tensión étnica, al repetir y reproducir los “mitos de armonía” en la escrupulosa “democracia racial”, resulta miope en los asuntos de la diferencia, y se hace sorda ante los llamados a la organización y la movilización en este y los demás países de América.