27 de junio de 2028
Por: Arleison Arcos Rivas
Está ocurriendo un fuerte giro hacia la derecha en la población más joven. Al menos así lo concluye en Colombia el noveno estudio de percepción de jóvenes, lo que pone en tela de juicio aquella máxima inveterada según la cual “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción incluso biológica” preconizada por Salvador Allende, curiosamente un personaje que gestó una revolución institucional con fuerte acento juvenil, poco identificada por una generación signada por la inmediatez, la autoconvocatoria y la incertidumbre.
Como en todo proceso de consulta a la opinión, debe advertirse que en buena medida los mismos están condicionados porque, tanto en su diseño como en su reporte, se cuela la intencionalidad de quien sondea y los intereses de quien financia. Recordando las juiciosas observaciones de Pierre Bourdieu sobre la inexistencia de la opinión pública, debe tenerse en cuenta que quien sondea es Cifras y Conceptos, con financiación y divulgación por la privada Universidad del Rosario, la socialcristiana fundación Hanns Seidel Stiftung y el corporativo periódico El Tiempo.
Por ello, sin negarlo, resulta curioso el guarismo que cifra en cerca del 82% a las y los encuestados que sorpresivamente apuntan hacia esa estela ideológica. Tras los números, y más allá de las oscilaciones pendulares en las que los grupos humanos pueden ser fotografiados en un determinado momento, inquieta que la generación presente crece en un escenario de fluctuaciones en torno al bienestar personal y colectivo, marcado por una serie de indicadores cada vez más deficitarios, entre los que sobresalen la anomia familiar, la inadecuación y falta de pertinencia educativa, la desregulación e insatisfacción en el mundo laboral, la precariedad y volatilidad del ingreso, la ansiedad y expectativa frente al futuro, las tensiones en las relaciones entre géneros, la inseguridad y criminalidad creciente.
Como si fuera poco, el cúmulo de agitaciones pasa por particularidades generacionales como la crispación entre “bodegas” e “influenciadores” en redes virtuales, la manipulación informativa con la proliferación de noticias falsas, la desconfianza con las instituciones; mientras se eleva la desazón juvenil, se incrementa la ideación suicida, se dispara el uso de evasores psicoemocionales, y crecen los distractores de la negatividad. Entre eventos estructurantes y coyunturales, los contenidos mediáticos imprimen un carácter desconcertante al vaivén de las opiniones noveles.
Para el profesor y escritor Rafael Narbona, la batalla cultural del tiempo presente refleja una involución que registra como, “cada vez hay más votantes que se identifican con el discurso nacionalista, xenofobo, misógino, homófobo, belicista y aporofóbico”, en Europa, llevando hasta el rechazo los valores preconizados por la izquierda. De igual manera, filósofos como Byung Chul Han registran la pasmosa circunstancia del éxito autoinducido bajo la idea de que “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”, hipostasiando el credo neoliberal del empresarismo y la ilusión del mérito; ambos males cada vez más inquietantes para la actual generación.
Frente a los cambios y transformaciones que las sociedades democráticas prometen concretar, la política de la memoria parece retroceder en las generaciones jóvenes. Así, por ejemplo, luego de casi dos décadas desarrollando transformaciones sensibles en Porto Alegre – Rio Grande Do Sur, devolviéndole poder a la gente en la toma de decisiones sensibles, determinantes para la buena marcha de sus propios destinos, los jóvenes votaron en contra de quienes en su momento impulsaron nuevas formas de gobierno local con el presupuesto participativo.
Si un Allende alborozado celebraba el regocijo y entusiasmo de las y los jóvenes que, afirmaba “están comprendiendo el camino que se abre, el camino que conduce al socialismo, y ustedes lo van a edificar a plenitud”, cincuenta años después de su muerte crece la inquietud por si estamos ante una generación de jóvenes incrédulos y desalentados. Como afirma la periodista Sara Berbel Sánchez, “nadie puede mantener la alegría y la fuerza en un estado permanente de catástrofe” pues, percibido en la mediatización y virtualización del tiempo presente, se sucede una “reiteración de mensajes negativos” que “ahonda en la desesperanza, debilita el espíritu de lucha y reivindicación, frustra las expectativas y el deseo de cambio”.
Más allá de las emocionales estrategias estéticas con las que diferentes colectivos juveniles y políticas de juventud se dedican al entretenimiento estéril y a la promoción de acciones pueriles, hay que preocuparse por hacer posible la esperanza sostenida con la pasión efervescente que ha caracterizado a las juventudes, en toda época humana. No resulta posible dedicarse a dilatar la moratoria juvenil en un mundo en el que cree el desempleo, ni afanarse en ocupar el tiempo libre de aquellas y aquellos entre quienes, asistiendo a genocidios transmitidos en tiempo real, crece la impotencia y el desasociego al pensar que nada puede hacerse, víctimas del desamparo y la inacción vendidos de modo rentable por la cofradía mediática transcontinental.
Para las generaciones presentes, aun con viento en contra, las organizaciones de las izquierdas, los partidos progresistas y los movimientos alternativos tienen que persistir navegando contra la marea bravía de una economía diseñada de modo cruel y deshumanizado, cuyos cultores aspiran a hacerse al poder para derribar de una vez por todas las conquistas sociales que dependen del precario control decisional que puedan alcanzar los partidos y movimientos alternativos en los oscilantes cuerpos legislativos.
Contra el portafolio de desgracias y desengaños interesadamente programables hoy, se impone que la izquierda vuelva a convertirse en el bastión de la utopía, desenredando la madeja de la esperanza. Si el futuro pinta descorazonador, ya es hora de sembrar el optimismo; mucho más cuando diferentes gobiernos han logrado ampliar el espacio político para implementar acciones que rompen con tradiciones de desproporción, desigualdad e injusticia en varias naciones de nuestro continente.
Para la generación presente es preciso cultivar la memoria histórica de la resistencia que ha convertido en recurso estratégico posibilitador del futuro toda oportunidad y todo medio. Ese es un diálogo necesario con quienes han militado y batallado, sosteniendo las luchas sociales más enconadas del pasado. Más que nunca, hoy las generaciones a las que la pesadumbre acojona, urgen desplegar su propio mapa para avanzar contra la inmovilidad que impide concebir la propia vida y proseguir anhelos humanitarios, aprisionándonos en lo dado por inmutable, junto a la exacerbación de la ambición personal.
Esa supuesta derechización juvenil retrocede, cuando se advierte que la preocupación por el cambio climático, la prosecución de la paz, el desescalamiento del armamentismo y la guerra, la demanda de educación pertinente, entre otros asuntos de trascendencia, emergen cuando a las y los jóvenes se les hacen preguntas abiertas buscando escuchar sus voces “con autenticidad y sin filtros”, como reclama Marine Hadengue, Directora del megaestudio mundial Youth Talks.
Deberíamos, frente a cualquier medición sobre sus percepciones, cuidarnos igualmente de que la gente joven resulte inducida a pensarse como determinada por las mismas y sus circunstancias; como si sobre ellas pendiera la ineludible espada de la derrota. De hecho, el que en su inmensa mayoría haya un reclamo de la alegría como soporte vital, advierte con suficiencia que, al fin y al cabo, si el presente resulta desgarrador y fragmentario, corresponde a esta generación construir su futuro con tales retazos.
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