Dialogicidad, justicia epistémica y po-ética

21 de agosto de 2022

Por: Yeison Arcadio Meneses Copete

Al oído del ministro de educación y de la viceministra de educación superior: dialogicidad, justicia epistémica y po-ética

El papel de la academia va mucho más allá de los marcos institucionales,el libro, artículo, proyecto de investigación, proceso administrativo o movilización. Lo que deseo proponer es la necesidad de generar po-ética en la educación superior colombiana. Esta última comprende la disposición para escuchar, conocer, interpelar, incorporar y generar nuevos lenguajes, mares epistémicos. Entonces, es imperioso que el Ministerio de Educación y el Viceministerio de Educación Superior se abran al diálogo nacional, como se proyecta desde la Presidencia y la Vicepresidencia, particularmente con las universidades, sus rectores, movimientos estudiantiles, gremios del profesorado, escuelas de pensamiento, grupos de investigación, poblaciones etnizadas, consejos estudiantiles, institutos y asociaciones de investigadores como la ACIAFRO (Asociación Colombiana de Investigadoras e Investigadores AfroS). Exhorto a prestar especial atención a las universidades en las regiones más empobrecidas, la Universidad Tecnológica del Chocó, la Universidad del Pacífico, el Instituto Manuel Zapata Olivella, entre otros, en perspectiva de fortalecimiento, pertinencia, calidad y ampliación.

Asimismo, además de la contextualización del saber y el caminar acompañado de la historia, la po-ética invita a la elaboración de una nueva ontología donde las categorías conceptuales, teorías, experimentos, intervenciones, colaboraciones y producciones académicas sean puntos de vista y puntos de vida. En el contexto de una política desde la filosofía Ubuntu no deben tener lugar los egos de los cuales la academia está ahogada. Colombia enfrenta retos enormes que los narcisismos e individualismos han demostrado ser incapaces de resolverlos. Colombia Potencia Mundial de la Vida no resiste los nichos de pseudointelectuales. Las fronteras intelectuales no serían sino una aceleración del fracaso para el proyecto central del nuevo gobierno: la educación superior como derecho universal, de calidad y gratuito.

De manera que los constructos sociales y académicos que originaron el triunfo del Pacto Histórico, en sus búsquedas y problematizaciones: la defensa de las vidas, los movimientos sociales, los derechos humanos, la reconciliación, la africanía, la afrodescendencia, la universidad, la democracia, lo afrodiaspórico, la resistencia, la investigación, los saberes, el feminismo, la decolonialidad, la escuela, la igualdad, el machismo, la justicia social, la paz, la pobreza, el conflicto, el racismo, el campesinado, el empoderamiento, la violencia, etc, no pueden permanecer como conceptos, períodos históricos o teorías reproducidas en diversos formatos. No son eslóganes. La apuesta de país exhorta a una nueva ética u ontología en la academia para construir el Vivir sabroso. Tenemos una gran oportunidad, un momento poético para enarbolar los colores, saberes y sabores de la colombianidad con justicia. Sin mezquindad. El Ministerio de Educación debe encarnar este mandato popular en el día a día. La justicia epistémica, la dialogicidad y esta poética son claves en la consolidación de la democracia en Colombia.

El proyecto de sociedad que Gustavo Francisco Petro Urrego y Francia Elena Márquez Mina lideran puede ser entendido como una apuesta por el ecomagicosentipensar. Esto es, en resumen, pensar y sentir con la magia de la vida y los misterios que la naturaleza brinda, posibilitando la creación humana. Así, la guía en cada uno de los sectores de este proyecto político resulta ser el cuidado de la vida, las vidas. Para algunos, esta era una visión romántica y utópica de ver la política en el contexto colombiano o en un marco global de mercado donde los estados están convenientemente preparados para hacer y dejar morir. Para otras personas, el Pacto Histórico significa la esperanza de materializar sueños aplazados de forma mezquina por un sector de la sociedad que había confiscado las instituciones del Estado con fines de acumulación. La utopía ha sido el único recurso para mantener su existencia. Creer, crear y esperar han sido los sentidos que orientan las vidas de las personas des/ombligadas. El tiempo parece darnos la razón a quienes luchamos, resistimos, re-existimos, recreamos, reinventamos, revisitamos, etc, pues después de décadas o siglos parimos un gobierno que privilegia las manifestaciones plurales de la vida en el país, las invita a preparar la cena y a compartir la misma mesa como sentido común. En otras palabras, poco o nada de esta conquista tiene que ver con excepcionalidades individualidades. El aire de cambio que respiramos hoy las y los colombianos obedece a un acumulado de búsquedas, derrotas, triunfos a medias, lágrimas, sudor, tragedias, desapariciones, entre otras. Es todo esto lo que representan ustedes. No lo olviden.

En este sentido, expresiones como Ubuntu, Soy Porque Somos, Vivir sabroso, Los nadies o hasta que la dignidad se haga costumbre tomaron fuerza en el imaginario político-electoral colombiano, sembrando la semilla de la confianza e ilusión aún en “tierras áridas”. Estas hacen parte de las filosofías que han dado vida y resistido en nuestra Colombia, las américas y los caribes. Epistemologías ninguneadas por la academia. Entonces, aunque esta apuesta de sociedad colombiana ganó democráticamente las elecciones, esto no significa que la riqueza cultural, filosófica y semántica de estas expresiones sea comprendida y apropiada por todos los sectores de la sociedad en su cotidianidad, incluidos quienes hacen parte del nuevo gobierno. En este sentido, por tratarse del sector educativo, el corazón del proyecto de cambio para Colombia, quiero llamar la atención del ministro de educación, Alejandro Gaviria, y de la viceministra de la educación superior, Aurora Vergara Figueroa. Será este el sector central para abanderar este lenguaje de la nueva Colombia.

La transformación de las sociedades guarda una relación estrecha con las corrientes filosóficas que se construyen y se reproducen en sus sistemas educativos, no limitados a las instituciones y edificios, claro está. Por consiguiente, a la academia e intelectualidad colombiana le asiste una inconmensurable responsabilidad de reconocer, apropiar, recrear, fundamentar, indagar, elaborar, generar, difundir, valorar y reproducir los universos (para no hablar de marcos) filosóficos, culturales, éticos, conceptuales, teóricos, tecnológicos, técnicos y científicos que llevarán a Colombia hacia el horizonte de convertirse en Potencia Mundial de la Vida. Entonces, es de capital importancia que la academia colombiana se interrogue a sí misma, particularmente en torno al lugar que otorga a las epistemologías africanas, afrodiaspóricas, abyayalenses, asiáticas, oceánicas y de la Europa no occidental, por señalar algunas. En estas orillas de las ciencias su saber es notoriamente precario.

Esto implica, por un lado, que los currículos tendrán que deshacerse del colonialismo, eurocentrismo, occidentalismo, antropocentrismo, falocentrismo, estadosunidocentrismo, andinocentrismo y los nichos de poder encubiertos en los claustros. Estos marcos pseudocientíficos han sido perpetuadores y reproductores de violencias simbólicas, epistémicas, ontológicas y han sido la base para la perpetuación de crímenes de lesa humanidad. En gran medida, distantes de la objetividad que pregonan, son aparatos ideológicos e instrumentos políticos que han impactado negativamente en la vida humana y en los ecosistemas del planeta, incluso hoy intentan ir más allá. En consecuencia, la escuela, en su sentido amplio, es generadora de esperanzas y de violencias al mismo tiempo. Pero hoy tenemos la oportunidad de consolidar un sistema educativo para la vida. Desplazar el centro, entonces, debe convertirse en una ola fundamental para la reconciliación y la consolidación de una sociedad democrática, pluralista y en paz. Para mi esta sería una etapa de madurez de la academia colombiana, cercana a la cientificidad, alterculturalidad, alterlingüismo, complejidad, perplejidad y complementariedad.

Durante siglos, en gran medida, las instituciones educativas han reproducido esquemas epistemicidas, no propios, depoderadores, pseudocientíficos, reproductores de desigualdades, segregacionistas, racistas, homófobos, sexistas, patriarcales, clasistas, regionalistas, etc, lo que he nombrado el unísono del saber. Por tanto, asimismo, el cambio desde la educación comprende también la generación de una política de justicia epistémica. Ante los siglos y/o décadas de monocultura, monolítica, monolingüismo, bilingüismo hegemónico, monoreligiosidad, entre otros, las instituciones deben abrir sus puertas a los diálogos de saberes, ecologías de saber, ecologías lingüísticas, acordes de saberes. De otro modo, si el centro es la vida, toda vida y su acervo importan; por ello, las vidas, en tanto existencia y experiencia, en consecuencia, ciencia, deben estar en las aulas, en los proyectos de extensión, las dinámicas administrativas y en los centros y laboratorios de investigación.

La vida representa acervo y saber. Reconocer la vida es reconocer cada persona como sujeto intelectual, histórico, cultural y político. Aún algunas personas tienen que justificar su ser ecomagicosentipensante en los corredores de las academias. De este modo, estimo que se debe impajaritablemente recuperar la filosofía de la complementariedad como paradigma de las ciencias en Colombia, brindando un lugar como sujeto epistémico a los pueblos excluidos. Es necesario para que las ciencias vuelvan a ser ciencias y estén al servicio de la preservación de la humanidad.

Nota: gracias a Nitonel González Castro por el diálogo y la lectura juiciosa.

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