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22 de diciembre de 2022
La presencia cultural e identitaria de quienes siembra su ascendencia en la semilla de la africanía, remite a las distintas estrategias como las comunidades étnicas trasplantadas América, bajo el peso de la dominación, lograron subvertir controlar e incluso penetrar las formas, prácticas, saberes, costumbres y manifestaciones civilizatorias eurocentradas.
Entre la velada ilegalidad y la osada clandestinidad, mujeres y hombres fuertemente sometidos a la severa inspección de sus acciones, rituales y celebraciones, operaron como agentes de su propia emancipación y se inventaron a sí mismos, en un contexto hibridado entre las pertenencias africanas incorporadas, transmitidas y recreadas en América; retando el moldeamiento instruccional y disciplinario instalado por la dinámica de esclavización a la que fueron vinculados forzosamente.
Subvirtiendo el dominio colonial, África no solo sobrevive en América. Se enraíza y se hace victoriosa e inexpugnable en la herencia biológica, epistémica y sociocultural reivindicada por sus hijos e hijas, interesados en persistir radicalmente identificados por tal ancestría; fomentando procesos de invención étnica y sentimiento navideño, en nuevas prácticas y resignificaciones.
Si a los europeos es el color lo que les permite establecer criterios de distinción social, a los africanos y su descendencia será la cultura la que les interesa como soporte vital. De ahí que, mientras para Europa las naciones africanas solo representan un dispensario de cuerpos fabriles, quienes salen de ella encadenados hacia América descubren su lugar en el mundo a consecuencia de no renunciar e impedir que desaparezcan las manifestaciones, experiencias y prácticas que pudieron ser preservadas, recuperadas o reposicionadas en un nuevo escenario articulador de ancestralidades.
Creyéndolas ignorantes y paganas, cargadas de magia y superstición, el cristianismo intentará bloquear las prácticas religiosas afrocentradas. Tarea inútil, pues a lo largo de los siglos se impondrá el sincretismo y la penetración conciliatoria de las propias creencias en el seno de la hierática oficialidad pietista, imbuyendo e infiltrando la propia religiosidad en cánticos, prácticas catequéticas, interpretaciones teologales, jaculatorias, rezos; e incluso en las prácticas de bienvenida a los vivos y despedida los muertos.
Como registra Labat, capellán de filibusteros, «los negros conservan en secreto todas las supersticiones de su antiguo culto idolatra con las ceremonias de la religión cristiana”, “conservando los cantares de su tierra, con los aires y lenguas respectvas”, dice Ortiz; reasignando el sentido y la sacralidad de los rituales y usos religiosos. Si la Iglesia y las confesiones cristianas pretendieron provocar e exilio de los Oshas y Orishas, tan sólo pudieron hacerlos invisibles. Aquí, el odre es vaciado para llenarlo de un nuevo vino, no al revés; haciendo de la apropiación del catolicismo la forma como pudo hacerse resistencia imaginativa entre la liturgia, el culto y sus mitologías sacras.
Mientras los europeos se debatían entre las ordenanzas de cristianizar a sus esclavizados y la ideología que le llevaba negarlos como hijos de Dios necesitados de su gracia, las y los sabedores prestaron, equipararon, transvasaron y entronizaron los propios altares y códigos religiosos entre el agua bendita, las imágenes pietistas, las jaculatorias y las oraciones a los Santos, Santas y la virgen, abriendo un portal vía invencional cargado de significados acumulativos década tras década, pueblo a pueblo y experiencia tras experiencia. Así, por ejemplo, Yemaya se hizo virgen y madre de todos los que navegan hacia el nuevo mundo, acompañando la resistencia.
A falta de liturgia, santoral y ritos sacrales, las confesiones cristianas protestantes se centrarán en las escrituras, interpretándola en la dinámica del premio y el castigo que representa la salvación y el paraíso, versus el infierno y la condenación; acompañando con cada versículo de la escritura su malevolente lectura de la justificación. También aquí hubo novedad y resistencia esclavizada, gestando formas espirituales propias que todavía establecen las diferencias en el culto protestante.
Tales prácticas de culto religioso encarnado y contestatario no sólo alimentaron fervores pietistas sino que, con mayor osadía, estimularon los alzamientos y revueltas en las que la liberación prometida por los profetas era reclamada en la tierra por quienes anhelaban en sus cánticos la libertad que les era negada entre látigos.
Siglos adelante, Kwanzaa será la celebración propuesta y celebrada para restituir el vínculo cultural transreligioso en el que se busca africanizar la creencia en la fuerza vital que reúne a las familias, dota a los individuos de identidad de autoafirmación, fomenta la ayuda mutua, promueve la economía cooperativa, reconoce y conmemora la historia, pertenencia y experiencias africanas y de su descendencia, aplica la asignación y la creatividad al mejoramiento comunitario y transmite las convicciones que alimentan la fe compartida.
Estos siete principios, acompañados de música, comidas, poesía y colores, encarnan la lucha por la propia conciencia y la tenacidad resistente. El rastreo del pensamiento emancipatorio encuentra en celebraciones como esta nueva razón para resistir y mantenerse firmes en la reconfiguración e invención de lo que podemos y queremos seguir siendo, porque hemos sido y somos.
¡Feliz Kwanzaa; entonces!