Los traquetos y la política
28 de septiembre de 2025
Por: Melquiceded Blandón Mena
«El mundo se ha hecho pedazos y nosotros
seguimos bebiendo de sus esquirlas.» Alejandra Pizarnik
En la escabrosa y pávida vida política colombiana, poco debate han tenido las revelaciones sobre las relaciones, diálogos, acuerdos y vínculos entre la criminalidad organizada en Medellín y algunos gobiernos locales anteriores, donde destacaron su camaradería con el popular “Fico”, que hicieran la semana anterior algunos exjefes de la temida empresa criminal de la Oficina de Envigado o su deriva oficina del Valle del Aburra en Antioquia.
Palabras más, pablaras menos: los recientes señalamientos de cabecillas criminales como alias “Douglas” y alias “Carlos Pesebre” en contra del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, evidencian que las relaciones políticas entre la delincuencia organizada y la Alcaldía de Medellín han existido, con denuncias de pactos a favor de campañas políticas como la de Federico Gutiérrez en 2016, a cambio del nombramiento de un secretario de gobierno cercano a la organización delincuencial.
Y aunque en otra columna nos preguntábamos ¿Cómo es posible la coexistencia armónica entre el gran empresariado antioqueño y las estructuras paramilitares que hacen presencia y controlan la ciudad de Medellín?
Hoy tenemos los elementos fácticos para decir que la coexistencia armónica entre la elite empresarial antioqueña, el Estado y las estructuras gansteriles de la ciudad, no sólo ha tenido como objetivo el control territorial, el disciplinamiento ciudadano, y la erradicación violenta de cualquier proyecto político alternativo que ponga en peligro el modelo de acumulación económico, sino además que estas alianzas también pretendían la coacción, compra y configuración de electorados para determinadas campañas políticas y el mantenimiento del control político electoral de la ciudad.
La cultura traqueta es sobre todo una identidad política formada con el crecimiento del narcotráfico y del paramilitarismo, y su consecuente cooptación del aparato criminal, para el control de la vida económica y de las democracias locales a través de la cohesión gansteril de los electorados y la institucionalidad pública.
Aún falta mucho para develar los poderes fácticos que continúan acechando la precaria democracia en Colombia. El país necesita conocer: ¿Quiénes eran los otros miembros de la junta directiva del paramilitarismo? ¿Quiénes lo inspiraron? ¿Quiénes lo financiaron? ¿Quiénes lo estimularon desde el Estado?, pero sobre todo el conjunto de familias, empresas, grupos económicos y proyectos políticos que se beneficiaron y aún se benefician de las acciones paramilitares que marcaron la vida socio – política durante más de 20 años, y que hoy son el cimiento de nuestra crisis social.
Quizás, es la dosis de verdad que nos falta para entender el pacto de silencio del establecimiento y el tamaño de la paja que tienen en el rabo, quienes hoy quieren dar cátedra de democracia negándose al cambio.
A veces creo que las palabras se vuelven insuficientes para nombrar esta realidad, pero no podemos ignorarla, pues se corre el riesgo que nos devore y terminemos como aquel personaje de Borges que, fascinado por el universo de los espejos, terminó prisionero de un laberinto donde no sabía si lo que veía era reflejo o existencia, y confundió los límites entre lo real y lo ilusorio.
