18 de febrero de 2024
Por: Yeison Arcadio Meneses Copete
[Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos. Docente Universidad Surcolombiana]
Una breve nota del amigo periodista José E. Mosquera llama poderosamente mi atención. Los datos históricos fríos que él presenta, sobre la participación de personas nacidas en «El Chocó» como cancilleres en los gobiernos de Colombia, me dejan más preguntas que motivos de “celebración”. Por lo menos compartiré cuatro de estos interrogantes: ¿La búsqueda por la memoria y la historia es un hecho tan amargo, lineal y simple como vincular nombres y nacimientos?, ¿son asimilables los momentos históricos en los que emergen estas figuras políticas?, ¿cómo leer la historia hoy?, ¿qué es y para qué historiar/historizar?
Por un lado, si bien es necesario conocer los nombres y fechas de las personas que han ocupado estas dignidades para superar la odiosa premisa repetida por los medios “el primer…”, “por primera vez…”, “es histórico”, entre otros, también es verdad que el presentar los hechos de recuperación de esta memoria y/o historia debemos comprometernos con cierto rigor. ¿Por qué omitir los contextos de los “hechos históricos”? Esta “representación” de “chocoanos”, además de lo que evocaremos más adelante a manera de pregunta, emerge en las Constituciones de 1843, 1953, 1858, 1863 y 1886. Solo en 1991 los pueblos etnizados nos convertimos en sujetos de derechos y las ciudadanías se pluralizan. Surge una narrativa diferente de la «nación» colombiana. ¿No es acaso un marco radicalmente diferente para leer la política?
Por otro lado, la historia hoy se construye a “contrapelos” de los discursos dominantes, a contracorriente de los lugares comunes aceptados y de las interpretaciones simplistas, interpretaciones consagradas solo a la fuerza de repetirse y machacarse tenazmente en todos los niveles de la enseñanza escolar, y por todas las vías de difusión de la historia hoy (Aguirre, 2013). Soslayar el “paisaje histórico” es vaciar la historia de contenido. Ante estos personajes, algunos exaltados en el himno del Departamento, debe surgir una “contrahistoria”, una “contramemoria”. ¿Qué relación tienen estos nacimientos con las haciendas y minas de oro en la región?, ¿cómo estas familias, sus exaltaciones y su poder político guardan un estrecho vínculo con la dominación colonial y esclavista?, ¿podemos leer en ellos la chocoanía, más allá de su nacimiento?
También, si lo que interesa es la cuota, pues resulta apenas justo el lugar a los señores. Al contrario, si nos proponemos un adentramiento al momento histórico y las redes de poder que permiten o dan lugar a los hechos, tal vez las preguntas tiendan más hacia la chocoanía, el posicionamiento de los sujetos evocados frente al devenir histórico del Chocó, y a la construcción de país.
Los sistemas de cuotas, aunque importantes como eventos transitorios en las sociedades desiguales como la colombiana, no podrían comprenderse como el eje de la transformación o como dispositivos para generar estructuralmente justicia. Las cuotas hacen parte del entretenimiento, del espectáculo. Son paliativos. Igualmente, puede ser una trampa.
La presencia de ministras afro en el gobierno Petro-Márquez, sin embargo, no puede entenderse desde la noción de cuotas o desde el vacío que impone “la inclusión”. Lo que se propone es una radicalización del imaginario de la “nación”. De hecho, la relación Petro-Márquez planteada por los movimientos intenta mostrar un tejido distinto respecto a la organización política colombiana, pese a la persistente reproducción del presidencialismo. Amén de las individualidades, lo que se manifiesta hoy son las decisiones de un pueblo. Hoy los colombianos mayoritariamente podemos reconocernos en los gobernantes. Asimismo, el comportamiento del Luis Gilberto, ministro de ambiente en el gobierno de Santos, frente al Luis Gilberto, Embajador y Canciller encargado en el gobierno Petro-Márquez, reconociendo las diferencias de los cargos, es muy distinto. El lugar del sujeto lo modifica el contexto histórico. Lo que impone una lectura diferente.
Finalmente, Colombia vive un momento de transformación en el imaginario de lo nacional y de renovación demográfica que impone rutas diferentes en la comprensión de la política. El posicionamiento de liderazgos como la dupla Petro-Márquez no es un accidente. Las elecciones de 2018 y 2021, como está sucediendo en otros países del Sur Global (Améfrica Latina y África, por ejemplo), evidenciaron un agotamiento tanto de los perpetradores de las injusticias por décadas sostenidas como de los condenados de la tierra que aún vivimos la inexistencia. Por un lado, hay una crisis en el pensamiento del opresor que lo hace cada vez más agresivo y violento (podemos leer los medios, las guerras, la manipulación de la verdad, etc.). Ofrecen la misma dosis desde hace siglos. Por otro lado, está floreciendo un pensamiento-acción alternativo como opción de futuro, producto de los acumulados transgeneracionales de lucha, resistencia, re-existencia, reinvención, resiliencias interseccionales y suficiencias íntimas. Las heterotopías confluyen para ser poder y poder hacer. Un nuevo “paisaje” para cultivar y cuidar con recelo, el sistema endogámico hegemónico puede vestirse de alternativa.
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