12 de abril de 2022
Por: Yeison Arcadio Meneses Copete[i]
El departamento del Chocó y su capital Quibdó no son en absoluto territorios olvidados por los gobiernos. Tal vez no exista ningún territorio realmente “olvidado” o “otra Colombia” o “la Colombia profunda”. Al contrario, lo que impera es un régimen de representación racializante y colonial sobre el territorio y los sujetos que integran el mismo. Así, este Departamento, como muchos otros del país, permanece tanto en el imaginario nacional como en la representación de los grupos económicos y políticos que controlan el país como un territorio extremadamente rico. Bien dije, territorio habitado por una gran riqueza. Las élites colombianas que han secuestrado las instituciones del Estado poniéndolas al servicio de intereses individuales y familiares minoritarios, contrario a la figura del Estado Social de Derecho, han profundizado la necropolítica que conduce al saqueo, como en otrora hacían los invasores españoles.
Entonces, el ideario construido sobre estos territorios expresa la continuidad del imaginario “del Dorado”, “colonial-invasor”, y la práctica de la acumulación de riquezas de unas minorías por los medios que sean necesarios. Por tanto, esa riqueza mineral, hídrica y biodiversa solo se percibe como posibilidad saqueo y extracción. La particular riqueza cultural, lingüística y etnicorracial es concebida solo en una relación “Amo-Esclavo”, una transposición o continuidad del siglo XV al siglo XXI. De ahí que la riqueza de este y tantos otros territorios tenga como correlato la pauperización de la vida, el recrudecimiento de la violencia, el empobrecimiento multidimensional y la deriva como destino. De entre las pocas posibilidades para un local quedan las de servir al “nuevo amo” en diferentes escenarios de la vida, aunque aparentemente las autoridades y la población mayoritaria sean personas afro e indígenas. La realidad es que los destinos de la región no están en las manos de los chocoanos y chocoanas o por lo menos desde una concepción de la africanía, “la abyayalaidad” y el mestizaje constitutivo de la región. Solo debemos adentrarnos en el sistema educativo, el sector político, el sector comercial, el sector económico, el sector energético, el sector sanitario, el sector productivo, el sector político, el sector militar, etc. Tanto en contenido como en la forma los diferentes aparatos son dependientes de corrientes andinocéntricas de Medellín y Bogotá fundamentalmente. Estos regímenes, a lo largo de la historia, han estado en concupiscencia con diversas mafias, grupos violentos, colonialistas y en lo más reciente con diversos grupos de narcotraficantes que han construido la catástrofe y la miseria como opción de poder.
En esta relación vertical “Amo-Esclavo”, las imagoloquías (para prestar las categorías de mi hermano Arleison Arcos Rivas) sobre territorialidades y subjetividades colectivas se reproducen y se objetivizan. Incluso, se reproduce el centralismo. En consecuencia, hay una relación directa entre la idea de “Chocó territorio lejano” y la “imposibilidad” ASUMIDA para los gobiernos, que se convierten en cuasi política de Estado, para llegar a cada rincón del país con políticas robustas que redunden en el bienestar de los pueblos. Esta es readaptada a la región. Existen rincones donde los gobiernos regionales no hacen presencia. Asimismo, hay una relación directa entre la representación de las élites frente a estos territorios y sus gentes, y la concepción que los gobernantes regionales y locales tienen de sí mismos y de sus territorios, pues “la planeación y el desarrollo territorial” son pensados con esquemas dictados por el andinocentrismo. No hay posibilidad para lo que hemos nombrado política ombligada. Es decir, una política centrada en la realidad ambiental, cultural, económica, territorial, biodiversa, plurilingüe y pluriétnica de la región. Por esta razón, como en las principales ciudades andinas, los pocos proyectos con presupuestos importantes se quedan en el cemento sin o con poco propósito, contextualización y menos con visión futurista. En muchos casos lo que se avizora es la opción de acumulación a través del presupuesto público. Impera “El Ser como Ellos”.
En este mismo sentido, como en la política nacional, hasta los elementos más básicos de la canasta familiar, antes producidos por la gente, vienen de otras regiones, siendo el Chocó una región con los seis pisos términos y miles de hectáreas fértiles, con toda la potencialidad para producir alimentos para el país y tipo exportación. ¡El plátano está muy caro!, se dice. De este mismo modo, siendo las culturas activos fundamentales e históricos de la región, las políticas raquíticas en cultura continúan bajo esquemas coloniales, cuando podría ser claramente un laboratorio para el bienestar social, el desarrollo de la creatividad, la autodeterminación, la vida digna y el Vivir sabroso. Este no es el caso. Al contrario, en los sentidos más perversos, hay una relación de obediencia, sumisión y sometimiento al régimen capitalismo. En los últimos años no ha existido una clase política realmente. Quienes han ejercido como gobernantes son mejor peones del centralismo. Se han vendido al mejor postor, sin el más mínimo pudor e interés por la región. Como buenos esclavos, estos han profundizado la práctica de saqueo. El paradigma establecido, opuesto a su devenir histórico, es “ir por lo suyo”, “el seveyé”. Esta forma de malpensar es muy conveniente y cuadra muy bien con el régimen colonial continuado.
Entonces, a imagen y semejanza de la dirigencia colombiana, la chocoanidad cuenta con grupos políticos incapaces, pécoras, corruptos, saqueadores y en connivencia con la delincuencia (quien se roba la salud, la educación, etc., es un delincuente como el que asesina). Como resultado de esta acumulación de ignominias tenemos el despliegue de una ola de violencias sostenida en los últimos años en la capital chocoana, Quibdó, muy conveniente para los planes de des/ombligamiento que se ha ejecutado en las últimas tres décadas en la región mediante la violencia armada y simbólica, o desde otras interpretaciones, la ideología racista, saqueadora y colonizadora mestizo-criolla. El éxodo chocoano requiere de estudios serios. Es probable que la población chocoana que reside en otras ciudades e incluso otros países sea mucho más numerosa que la población que habita actualmente el territorio (520.296 habitantes – bajamos en el censo del 2018 curiosamente), todo esto a causa del racismo como forma de ordenar el bienestar que da lugar a la violencia armada exacerbada, la pobreza multidimensional (74,3% de pobreza monetaria frente a un 33,7% y 41,2% para Cundinamarca y Antioquia) y las fronteras en el acceso a derechos fundamentales como la salud, la educación, el saneamiento básico, el empleo, la vivienda, entre otros. También, hay un asesinato sistemático de la juventud y entre la juventud quibdoseña ante la impavidez cómplice de los gobiernos nacionales y regionales. Por estos motivos, miles de chocoanos han salido de sus territorios en aras de salvaguardar la vida, sobrevivir o en búsqueda de oportunidades.
De otro lado, el terror y la militarización se han convertido en la forma de relacionarse con estas comunidades y pueblos. Por un lado, los pueblos viven la presión de los grupos armados que se han apoderado del territorio imponiendo normas que coinciden con el modelo narcomilitar implementado en Medellín en los años 80 y 90. Y, por el otro lado, las respuestas del gobierno local y nacional encuentran en el aumento de armas y personas armadas la acción más razonable, aunque desde las prácticas colectivas de jóvenes y ciudadanas en general de resistencia, resiliencia, re-existencia y reinvención cotidianas a través de la cultura, la educación y las artes los pueblos comuniquen alternativas de transformación profunda. Los gobiernos han tomado la decisión de no escuchar ni leer el contexto. Además, de la forma más descaradas, se responde al desespero de la población ¡Vayan ustedes! (desde lo local) o ¡No es responsabilidad del gobierno! (desde lo nacional). En breve las vidas de estos centenares de jóvenes importan un pepino.
En todo caso, las armas siguen circulando en la población civil, los grupos siguen controlando el territorio, los grupos operan en sectores cercanos al batallón, mientras se implementan los consejos de seguridad se asesinan jóvenes, etc. Por tanto, la militarización no tiene como propósito el cuidado de la vida de la ciudadanía quibdoseña y, según las declaraciones del gobierno, este no tiene ninguna responsabilidad con la vida de estos jóvenes. ¿Cuál es el objetivo de los consejos de seguridad y para qué gobernar si no es para cuidar la vida de la ciudadanía?
Ni el gobierno local ni el gobierno nacional han decidido escuchar, acompañar, trabajar y construir con la población una política del Vivir sabroso que recoja no solo las aspiraciones, sino las realizaciones en marcha. Tampoco han sido capaces de integrar un equipo de profesionales transdisciplinar para leer, observar, analizar, interpretar y colaborar (intervenir para ustedes) con la realidad dolorosa que padecen los quibdoseños. Pese a que esta realidad es notablemente pavorosa aún persiste una incomprensión de lo que sucede en su integralidad. Como se ha propuesto en otras notas, solo una política ombligada podría enfrentar esta realidad. No obstante, pareciera que hay un grado de incorporación de esquemas sanguinarios en la conciencia o, en el mejor de los casos, una declarada incapacidad para gobernar. En ambos casos, solo será la ciudadanía la que ponga en el costado y tome las riendas para construir y caminar un horizonte quibdoseño, chocoanista hacia el Vivir sabroso, pues quienes han ostentado el poder están muy conformes con el derramamiento de sangre mientras muchos de ellos amasan fortunas al terminar sus periodos de gobierno libres o pagando una casa por cárcel con conciertos incluidos, como en el centro del país y otras regiones, “como Ellos”.
En conclusión, la esperanza de transformación sigue residiendo en la ciudadanía quibdoseña y chocoana. De acuerdo con el panorama descrito previamente, la superación de la violencia solo emergerá de las capacidades de la ciudadanía para seguir agenciando estas alternativas colectivas para la revitalización de la cultura, su capacidad de movilizarse por todos los rincones de la ciudad, la capacidad para movilizar la cultura de la comunalidad que persisten, la reflexión política para elevar la conciencia política y la capacidad de construir plataformas multisectoriales para pactar el Vivir sabroso. Quibdó requiere de un nuevo contrato social ciudadano. Tal vez sea el momento de abrazar lo que el Foro Interétnico Solidaridad Chocó y la Mesa de Concertación de los Pueblos Indígenas. ¡Un Acuerdo Humanitario Ya para el Chocó! ¿O será esta la ocasión de una Constituyente Municipal para Vivir sabroso? Esto implica la dinamización de solidaridades que robustezcan financieramente y doten de herramientas a las diferentes asociaciones y colectivos para el desarrollo de sus iniciativas en terreno. Indudablemente, en estos contextos debe surgir un movimiento que desde la academia analice, comprenda y proponga alternativas para la superación de esta problemática. Asimismo, por la naturaleza del Departamento, los sectores ambientales, étnico-territoriales y culturales deben confluir en plataformas autonómicas del Ubuntu para aportar a esta construcción. Se requiere de una minga de deportistas chocoanos para pensar el sector y su rol en la restructuración de la vida. Finalmente, es necesario una articulación política con sectores alternativos, solidarios y/o comprometidos, y otros movimientos sociales, que permitan la internalización y en corto, mediano y largo plazo incidir en las políticas de gobernanza local y regional. Todo esto será posible, entre otras cosas, si partimos de un acuerdo sobre lo fundamental que inicie con la ética del Vivir sabroso, integrar en nuestra conciencia, que “no toda plata se gana”, “que hay que hacer cosas, por la gente de uno”, “la vida es sabrosa (sagrada)”, “el cuidado de lo público”, “la crianza colectiva”, “los hijos e hijas son de la comunidad”, etc. También, la construcción de un marco de obligatorio cumplimiento para los gobiernos, una vez este contrato social entre en vigencia. Se hace más dificultoso implementar este tipo de iniciativas sin una institucionalidad sólida y comprometida, como en otrora Medellín (en sus aciertos y desaciertos). Sin embargo, solo un movimiento ciudadano organizado y articulado podrá forzar que las autoridades asuman su responsabilidad histórica ¿Estará en capacidad el gobierno de turno para asumir este reto que le propone la historia? Ciudadanías en general, gobernantes y representantes ¿Estamos en capacidad de desarrollar un proceso Constituyente Municipal para el Vivir sabroso?
[i] Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos. Miembro de la Asociación Colombiana de Investigadoras-es Afros, ACIAFRO.
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