Irrupciones en el sistema de partidos colombiano

Por Última actualización: 19/11/2024

06 de febrero de 2022

 

 

Por: Rudy Amanda Hurtado Garcés 

 

 

El momento político electoral actual del país exige hacer una reflexión en torno a la transición de algunos movimientos sociales al sistema de partidos. Esta lectura dará pistas para comprender el sistema democrático colombiano y puede aportar a explicar la conflictividad que está emergiendo en esta contienda electoral. Aunque los antecedentes pueden ser muchos, nombraré algunos que considero relevantes para este análisis.

Para iniciar, es importante decir que la década de los noventa es un escenario histórico en donde lo que conocemos como “nuevos movimientos sociales”, es decir, los movimientos étnico raciales, feministas y ambientalistas reaparecieron en la esfera pública cuestionando los límites de la política institucional y creando fugas a la significación de la democracia.

En el caso de Colombia, la emergencia de estos cuestionamientos se ven atravesados por la política de la seguridad democrática, un régimen de profundización de la guerra y del neoliberalismo autoritario. El gobierno de la época utilizó al Estado y sus instituciones para expulsar a los márgenes de la democracia a los movimientos sociales, sindicalistas y a las izquierdas, lo cual les permitió a las élites tradicionales y a las emergentes seguir siendo  hegemonía en el sistema de partidos.

Este pacto entre élites tiene una fisura cuando aparecen en la espera pública los últimos diálogos de paz con la guerrilla Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC-EP, porque emerge de forma visible un escenario contencioso entre la política de seguridad democrática que insiste en una salida militar del conflicto armado y quienes  empiezan a impulsar desde el Estado una salida negociada del conflicto armado. Esta disputa se midió a través de las elecciones del plebiscito para refrendar el acuerdo de paz en donde los ganadores fueron los promotores del NO, los cuales representan la continuidad de la guerra para este país.

Desde ese momento, los estallidos sociales nuevamente se convertirán en una vía política importante para desautorizar el proyecto de la guerra. Sin embargo, en las elecciones presidenciales y legislativas pasadas los que votaron No en el plebiscito de refrendación del acuerdo de paz, ganan la contienda electoral y retoman el poder del Estado y sus instituciones, además logran tener mediante coaliciones las mayorías en el congreso.

La reaparición del régimen de la seguridad democrática en forma de economía naranja insiste en reabrir el debate de la continuidad de la guerra y empieza a atacar y desmantelar la poca arquitectura institucional y jurídica lograda por el acuerdo de paz. Por otro lado, las reformas sociales empiezan a fortalecer a las grandes empresas, a la banca y a las clases dominantes. De esta forma toma fuerza el lenguaje de la guerra y se intenta volver a expulsar a las márgenes de la democracia a las fuerzas progresistas y alternativas del país.

En el contexto actual y sin olvidar los antecedentes anteriormente enunciados, los movimientos étnico raciales, feministas y las izquierdas están logrando abrir el sistema de partidos a través de  nuevas reglas, estéticas y poéticas evitando ser expulsados otra vez a las márgenes de la democracia. Todo esto no solo para salirse del margen sino para llegar a ser hegemonía. Así entonces, una de las tareas estratégicas sigue siendo que los movimientos sociales entren a jugar dentro del sistema de partidos, abriendo las puertas hacia una transición democrática que permita constituir una cuarta vía que refunde el proyecto nacional popular en clave antirracista y feminista.

No obstante, se debe decir que esto sigue requiriendo de la profundización de múltiples debates al interior de los movimientos sociales. Uno de estos debates es si efectivamente jugar en las aguas del sistema de partidos implicaría una redefinición interna de los campos políticos y sus enmarcaciones. Así mismo, resulta importante preguntarse cómo se reconfigurará la lógica de la representación de colectividades, procesos y proyectos. Sumado a esto y no menos importante, será necesario crear sentidos que aporten a superar la visión que se nos ha impuesto en relación a que el voto o la participación electoral no son espacios potencialmente emancipatorios.

Finalmente, es urgente que quienes dicen representar estas mayorías históricamente excluidas pasen de las enunciaciones discursivas a la materialidad  y concreción de lo que dicen representar. Lo cual implica autorreflexión permanente y capacidad para moverse cuando se nos hace un llamado y no anclajes y situarse en verdades estáticas de la política tradicional. Por supuesto sin esperar de la política un lugar de perfección.