En primera línea
04 de mayo de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
Era miércoles aquel 28 de abril en el que, entre acciones sindicales y autoconvocatorias ciudadanas, la gente salió a la calle para ocuparla de manera inusitada y por largo tiempo, incluso enfrentando en primera línea la virulencia policial y paramilitar en su contra.
Tras décadas de proscripción y persecución a la protesta social, el mundo registró cómo la multitud se alzaba por todo el país, en contra de una grotesca reforma tributaria, seguida de una reforma a la salud que dejaría intacto el negocio de las EPS, tal como hoy persisten en defender quienes se oponen a su transformación.
Luego de décadas de acumular malestares por la precaria distribución de la riqueza en Colombia, que se expresa en falta de oportunidades para vivir sabroso, se levantaron en las ciudades y principales carreteras barricadas, bloqueos y puestos de control ciudadano a la movilidad, con una intensidad comunitaria nunca antes vista. Ollas, tarimas, paradas culturales, bibliotecas populares instaladas en ocupados CAI policiales, monumentos derribados, parques sitiados, estaciones tomadas y lomas dedicadas a la resistencia, elevaron el tono social de las demandas ciudadanas, difundidas en interminables marchas a mañana, tarde y noche, por meses.
En la calle todas y todos tenían algo que reclamar y reivindicar a todas las instancias institucionales, por lo que las distintas formas de confrontación, interlocución y negociación convirtieron la idea de la primera línea, más que en un bloque de choque, en la expresión de un clamoroso cuerpo popular agitado en proclamas, carteles y manifestaciones en contra de lo que ya resultaba insostenible antes del llamado estallido social.
En primera línea aparecía el problema de la construcción del futuro, en un país en el que las y los jóvenes crecen con bajas expectativas de mejoramiento económico y el estudio no es garantía para obtener un empleo. Las cifras de desocupación juvenil, la flexibilización laboral creciente y la desregulación del trabajo formal, juegan en contra de una generación nutrida por la desesperanza, que ya no concibe la idea de contar con un empleo estable que les permita asegurar su bienestar, soñar con hacerse familia y, menos aún, pensionarse.
En primera línea y, pese al desabastecimiento, mientras se hervían los sancochos en los comedores comunitarios, se cocinaba el malestar de comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas en defensa de la vida, en movimientos por la dignidad agraria, en reclamo por la tierra y la garantía de reforma y desarrollo rural, siempre prometida y eternamente ignorada por la postura desacomedida de quienes prefirieron armar ejércitos paramilitares y antirrestitución, antes que ceder ante las pretensiones de las y los labradores, pequeños ganaderos, mineros artesanales y comunidades étnicas.
En primera línea se protestaba por la salud, amenazado durante décadas con el sostenimiento de Entidades Prestadoras de Salud, EPS, dedicadas a hacer de este derecho un negocio. Tal como hoy se percibe en el sostenido debate por su reforma, el mejor aseguramiento que prestan dichas empresas es el de las ganancias que acumulan, y que han servido para comprar yates, aviones y condominios de sus ejecutivos, mientras la gente sigue presentando tutelas para que le asignen citas especializadas y tratamientos que están asegurados en otros sistemas.
En primera línea, al tiempo que se registraban las cifras de crecimiento económico y fortalecimiento empresarial, en buena medida gracias a los auxilios y partidas gubernamentales que garantizaron su solvencia, crecieron los trapos rojos en hogares colombianos que no tienen asegurados tres golpes diarios e incluso no pueden completar siquiera una comida al día. Pese a que se ha incrementado el ingreso mínimo de la población trabajadora, no hay un indicador alentador contra esta tendencia.
De hecho, la oleada especulativa que azotó al país durante las protestas generalizadas, se ha sostenido hasta hoy, elevando de modo ridículo el costo total de la canasta familiar. La precaria manutención agrava la situación para muchas más familias, fortaleciendo la importancia de que crezcan los bancos de alimentos y las estrategias de solidaridad nutricional como el PAE en las escuelas, al tiempo que se reclaman acciones gubernamentales y gremiales que logren desescalar los precios de los alimentos.
En primera línea se escenificaban igualmente los problemas de seguridad y las serias afectaciones a los derechos humanos que, incluso hoy con un gobierno alternativo, siguen el conteo imparable de activistas, firmantes de la paz y líderes sociales asesinados, torturados y desaparecidos. En plena explosión social, la cifra de muertos, mujeres abusadas sexualmente, jóvenes incinerados, manifestantes desmembrados y lesionados, en sus ojos especialmente, no sólo resultaba escandalosa sino inconcebible; siendo que la mayor parte de tales actos demenciales fueron denunciados a cuenta de acciones de individuos y grupos policiales y de organismos de seguridad estatal.
Dos años después, sin miedo de vitorearles, la Vicepresidenta Francia Márquez nos advierte que los estertores y clamorosos reclamos de quienes se pararon duro y enfrentaron decididamente la inacción estatal, nos puso a todas y todos en primera línea. Gustavo Petro también denuncia la voracidad corporativa y alerta para que entiendan que su bloqueo a la expectativa de cambios y transformaciones, hoy están en manos del Congreso, puede desencadenar una revolución. La emergencia popular tan sólo espera la decisión favorable de las reformas que siguen siendo puestas en primera línea, a menos que se quiera que todo se joda, definitivamente.