19 de septiembre de 2024
Por: Arleison Arcos Rivas
Los manuales de comunicación clásicos enseñaban que hay una abierta contradicción entre los medios masivos y animados por intereses empresariales y gremiales, frente a aquellos gestados para concitar la acción colectiva de las comunidades, organizaciones y pueblos, convocados a movilizarse en defensa de intereses comunes. Por ello, por ejemplo, sería imposible identificar como populares o alternativos a medios tradicionales en el país, dado su marcado compromiso corporativo, tanto en su línea editorial como en sus enfoques y perfiles noticiosos.
Cuando nos formamos en comunicación política con los clásicos manuales de periodismo popular para la promoción de medios comunitarios con la ALER, los textos de Mario Kaplún y de otras organizaciones radiofónicas, establecíamos algunas características básicas y diferenciadoras entre las distintas formas de acción informativa, precisamente enfocadas en su verticalidad y unidireccionalidad, versus el carácter horizontal e interactivo que propicia la cercanía entre informadores vinculados a la tarea comunicacional por un canal o medio de ida y vuelta.
Enredados en hilos digitales
Aunque las redes actuales han permitido la mayor extensión posible de dicha práctica, resulta bastante evidente que sus propósitos mercantiles centrados en la captura de datos, la analítica de perfilamiento y, más aún, la penetración neuronal, han hecho de los usuarios de las plataformas digitales, agentes consumidores, en contravía de la comunicación popular del siglo XXI, afanada todavía, en concienciar y provocar el despertar crítico.
En tiempo real incluso, corporaciones macrosistémicas o estructuradoras de realidades virtuales como Meta o Microsoft están impulsando sus avances en inteligencia artificial hacia fronteras neuro – educacionales que incluso amplifican el inventario de recursos y alternativas de respuesta a una situación, condicionando intencionalmente la voluntariedad de las respuestas y salidas que finalmente accionan sus usuarios.
Con tales herramientas y dispositivos, lo que pareciera una amistosa conversación, en una situación cotidiana, evidencia sus peligros cuando se advierte que tales respuestas han sido motivadas por la capacidad que concedimos a los aparatos inteligentes para escucharnos, vernos, notificarnos, hablarnos mediante los asistentes, e incluso actuar por nosotros en operaciones que se adelantan en segundo plano; haciendo evidente que las complejas plataformas de datos e información llegaron para vivir junto a nosotros, e incluso por nosotras y nosotros.
Una aldea fraccionaria
De aquella prometedora y emocionada invitación de McLuhan a abrazar la aldea global y las transformaciones en los mundos de la vida por el impacto de los nuevos medios sobre las comprensiones geográficas translocalizadas, la interconexión entre gentes de diferentes procedencias, la ruptura de la distancia y el surgimiento de la inmediatez en el cubrimiento noticioso; hemos transitado al insoportable avance de los mensajes de odio, la crispación con la falsedad, la exaltación del rumor moldeado como dato, la proliferación del engaño y la argucia, que han convertido a las redes sociales en mercados de la banalidad.
Aunque, como en todo comercio, también hay productos de calidad, en el consumo informativo cotidiano sobresale y se privilegia la ordinariedad, lo superfluo y el cliché en la promoción de modos de vida intrascendentes, y en la espectacularidad con la que se propaga la desinformación.
Ello no impide indagar, a medida que avanza el siglo XXI “sobre la idea de la Aldea Global, que implica preguntarse también por las fronteras, las trashumancias, las migraciones, los derechos humanos, el bien común, las ideas del macrocosmos y el microcosmos […]; es preguntarse también sobre la importancia de preservar el equilibrio de la tierra y el equilibrio de las condiciones morales de la auténtica ecología humana”, como invita a considerar Daniela Mussico.
La comunicación popular, educativa y alternativa, conlleva una práctica comunitaria de fuerte arraigo socioeconómico, situada en un orilla contraria a aquella que caracteriza a los grandes conglomerados informativos pertenecientes o vinculados a las corporaciones, y a las redes multisensoriales; distantes de la divulgación de historias, tradiciones y luchas reivindicatorias asociadas a la emergencia de los sujetos, colectivos y pueblos a los que importan las construcciones discursivas afincadas en el territorio barrial, poblado o ancestral.
Contra un ejercicio comunicativo orientado a la concientización, a la amplia proliferación de ideas, debates y análisis de perspectivas, a la promoción de la interacción diversa, a la concentración en el simbolismo educativo y cultural, y a la toma de posición respecto de los acontecimientos; el marketing de contenidos ha fijado su atención en el rating o consumo del medio, en la segmentación de públicos de interés, en el moldeamiento de la información, y en la unilateralidad en los procesos de transmisión, incluso cuando operan como canales abiertos a la participación de sus seguidores, en quienes estimulan emociones y creencias más que examinaciones juiciosas.
Informar para inconformar
Con la llegada y expansión de los medios transfronterizos como la radio y la televisión, se temía la desconexión y desigualdad entre comunidades humanas, producto de la precaria disponibilidad de recursos para acceder a equipamientos tecnológicos que ya resultan rudimentarios y cotidianos. Hoy, la disponibilidad de móviles que incorporaron en la vida cotidiana los ordenadores de bolsillo, eleva la cuenta a unos 18 mil millones de aparatos, cifra evidentemente mayor a la de usuarios y suscriptores posibles en el mundo.
Entre el imperio informativo de los corporativos y la recursividad alternativa de los medios populares, la comunicación social y comunitaria conserva su propósito de contribuir a formar a la ciudadanía para que tome mejores decisiones, y participe conscientemente en los asuntos públicos; cuestión que gana mayor importancia en los tiempos de la posverdad, las noticias falsas, las argucias informativas, o las chivas falaces y facciosas, radicalizándose en la contienda por la supremacía narrativa contra la distorsión y la manipulación, que se han convertido en el mensaje de los medios.
Si es que, incluso bajo las actuales formas de la comunicación masiva y ubicua, resulta posible superar la confusión y la contrariedad para encausar la información hacia fines nobles que privilegien el sentido creativo de la interacción humana; el periodismo y la comunicación pública, popular, alternativa, comunitaria y educativa todavía tiene un sitial preponderante que debe ser defendido, promovido e impulsado, a contrafuego de los grandes medios.
El mensaje es el cambio
Es claro que vincular los medios de comunicación comunitarios a la difusión instrumental de la información gubernamental les convierte en simples difusores de propaganda. Sin embargo, también es contundente que, proviniendo de sectores que están comprometidos con la promoción de las reformas sociales largamente esperadas, se encuentran acreditados para defender la narrativa política que las acompaña, siendo el presente un gobierno alternativo que incorpora en sus ejecutorias el mandato popular del cambio.
Lo que resulta necesario, en un contexto que impone la defensa y reivindicación del mandato por agitar la agenda de las transformaciones sociales urgentes, es que se establezcan filtros y cortafuegos necesarios para que la comunicación popular y comunitaria conserve su carácter autónomo respecto de cualquier fuente de poder impuesto e influencia indebida.
En una práctica expresiva que rompa con el silenciamiento de la gente del común, más allá de toda aquiescencia, la comunicación popular debe fortalecer su protagonismo, buscando informar con imparcialidad, analizar con prudencia y transmitir sus mensajes pensando siempre en que la producción de sus contenidos obedece al primado formativo crítico de la ciudadanía y al acompañamiento de sus procesos organizativos y movilizatorios.
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