De Haití hacía una pesadilla
17 de agosto de 2021
Por: John Jairo Blandón Mena
Antier me tope en la entrada de la Terminal de Transporte Intermunicipal del Norte en Medellín con un grupo de aproximadamente 50 personas haitianas. Me dolió verlos en un rincón tirados sobre sus bagajes con aspecto malhadado, debilitados por el hambre, por el desprecio y el racismo de una ciudad que los mira con profundo desprecio y que evita, tal como lo percibí en ese momento, pasar muy cerca de su presencia.
Me acerqué a dos de ellos y los saludé. Se sorprendieron de mi formalidad ante una ciudadanía que no ha hecho sino repudiarlos. Fue grato para los dos jóvenes provenientes del Cabo Haitiano escuchar mis palabras. “Hermano, ayúdenos” me dijeron en un español con acento francófono, que según ellos aprendieron en los años que trabajaron en República Dominicana. Llevaban varios días deambulando por la ciudad sin poder viajar a Urabá porque las empresas de transporte no les venden tiquetes aduciendo que son indocumentados. Necoclí es su próxima parada para adentrarse al Chocó, luego a Panamá, y de ahí seguir su recorrido por Centroamérica hasta llegar a los Estados Unidos.
Medellín que parecía en principio una simple ciudad de paso, que no los desgastaría en su correría mortal, se convirtió en una pesadilla. Louis de aproximadamente 20 años, me contó que en la noche han tenido que huir de ataques violentos en los parques y lugares públicos donde tratan de dormir. Los transportadores informales son los únicos que les han ofrecido llevarlos hasta Necoclí cobrándoles montos impagables para ellos que superan hasta en quince veces el pasaje ordinario.
Ellos son conscientes que su travesía tiene más posibilidades de fracasar y terminar en una tragedia o en la perdida de sus propias vidas. El Tapón del Darién, ese entramado selvático impenetrable de 575.000 hectáreas que se extiende en la frontera entre Panamá y Colombia es el lugar donde buena parte de los migrantes quedan muertos y enterrados en la manigua. Nadie sabe cuántas personas han fallecido allí, lo cierto, es que quienes han logrado salir avantes cuentan que hay trayectos donde hay que pasar por encima de cadáveres sin la más mínima posibilidad de cargarlos o darles sepultura, porque eso podría implicar la propia muerte.
Y, no es el único escollo a cruzar. Cada ciudad y país que deben atravesar se convierte en una lucha por la propia existencia. Louis me decía que salieron de su país para preservar la vida del empobrecimiento extremo, pero el camino que tienen que recorrer es tan o más mortal que las condiciones que tenían. Pero lo único que tienen claro, es que no hay vuelta atrás, volver a la convulsionada Haití no es ni siquiera una posibilidad.
En el rostro de mis contertulios se veía la incertidumbre de una vida sin hoy y sin mañana. Como ellos, hay más de 10.000 principalmente, entre haitianos y de diversas nacionalidades africanas varados en el Urabá sin una ruta clara de cómo continuar su travesía.
Las autoridades aquí, entre las nacionales y las locales se pasan la responsabilidad de una a la otra. No hay respuestas de los organismos multilaterales del continente. Los haitianos, tanto en Haití, los que se quedan padeciendo el brutal empobrecimiento, la violencia e inestabilidad política; y los que salen buscando otras oportunidades no están en la órbita de acción del Sistema Interamericano de Derechos Humanos.
En los rostros de Louis y Pierre veo a las decenas de miles de africanos de diversas nacionalidades que atraviesan el desierto del Sahara y el mar Mediterráneo para llegar a Europa. Sin duda, el problema de la migración tiene un altísimo componente racial. La inestabilidad política que expulsa a cientos de miles de esos países no son condiciones de origen interno, son consecuencia de la pauperización que de esas economías ha hecho el ordenamiento global.
Entretanto, es una verdadera vergüenza que el mundo solo voltee sus ojos a Haití, el país más empobrecido del continente, cuando lo azota una tragedia natural. La verdadera solidaridad con la nación que nos enseñó el valor de la libertad debería ser permanente.