Por: Arleison Arcos Rivas
La capacidad movilizadora de los actuales movimientos da cuenta de su eficacia para apropiarse, desarrollar y utilizar eficientemente tecnologías y herramientas comunicativas que contribuyan a masificar la información y la convocatoria de diversos públicos por vías que retan, incluso con osadía y éxito, las dinámicas reproductivas del discurso oficial o institucional y las técnicas y estrategias de sindicatos, plataformas organizativas y viejos movimientos sociales; acudiendo en buena medida al carácter identitario transitivo de las generaciones jóvenes.
Sin embargo, tal eficacia simbólica y figurativa expuesta por medios tan innovadores como rupturistas y eclécticos, presenta dificultades e incluso límites para hacerse al mismo tiempo fuertes y determinantes a la hora de articular iniciativas que produzcan transformaciones en la configuración de la realidad social, política y económica; cuyo nivel de permeabilidad resulta persistentemente infranqueable.
En el análisis del tiempo presente encontramos al menos cuatro invariantes que sostienen la permanente agitación y ocupación de la calle como escenario de manifestaciones:
- Estamos mal; evidenciando que el malestar y la desesperanza se han convertido en el sentimiento generalizado de nuestro tiempo; leído en términos de fluidez, incluso(Bauman 2007). La desazón y la indignación están a la orden del día, puesta a prueba cada vez más por un sinnúmero de afrentas a la seguridad, la convivencia, el bienestar económico e, incluso, la sensación de no futuro que embarga a las generaciones más jóvenes.
- La democracia no se va; a partir de lo cual resulta evidente que toda forma de acción política tolerable hoy responde a procesos de diálogo, deliberación y negociación bajo reglas de juego normadas y reclamadas como “pacíficas”. Pese a la insuficiencia de las instituciones para provocar transformaciones (Bobbio 1996), las alternativas desreguladas, armadas y violentas resultan incómodas, extrañas o valoradas como institucionalmente inaceptables o antidemocráticas; lo que ha provocado el desmonte de las agrupaciones guerrilleras y el reagrupamiento electoral de las disidencias políticas beligerantes.
- Las formas de lo político pueden ser antagónicas pero no agónicas; en la medida en que las actuales expresiones del conflicto social y la actuación democrática, renuncian a la confrontación armada, a la belicosidad militar y al anarquismo político, se sitúan entre el realismo político, la ciberpolítica y la neoinstitucionalización que reflejan antagonismos simbólicos y discursivos. Ocupando el espectro político y electoral, las posturas de centro son vistas como escapismos imaginativos favorables a la perpetuación de lo instituido; mientras que otras lecturas, que se reclaman progresistas, hayan en el escape de las disyuntivas de extrema izquierda la alternativa para seguir apostando viviendo juntos (Touraine 2000; Cotarelo 2013), retando el proyecto precarizador de la derecha gobernante.
- Demanda de cambios sostenidos. Dado que el malestar se ha generalizado y que, pese a su victoria frente a otras formas de gobierno, la democracia no logra extender el bienestar de manera igualitaria en todas las capas sociales. Voces jóvenes y nuevos movimientos entran a reconfigurar la arena política para renovar los discursos confrontacionales, enfrentar la perdurabilidad de condiciones de injusticia y opresión y postular la generación de cambios que contribuyan a fortalecer la distribución de beneficios y justifiquen el vivir juntos en las actuales sociedades globalizadas, cuyos movimientos contrageneracionales resultan movidos por autoconvocatorias (Natanson 2012; Feixa, Saura y Costa 2002), de difícil unificación.
Ante tales retos prácticos, discursivos, disciplinares, epistémicos y movilizatorios sistémicos, las teorías de los nuevos movimientos sociales caracterizados como movimientos de autoconvocatoria (Arcos Rivas 2014), han desarrollado sugestivos encuadres interpretativos que, transitando entre el interaccionismo simbólico, el construccionismo discursivo, la movilización de recursos y la estructura de oportunidades, confirman un abigarrado y significativo arsenal cognitivo sobre los mismos en ciencias sociales.
Aunque el carácter ecléctico y sorpresivo de la autoconvocatoria dificulta su comprensión como proceso organizativo, asunto que no parece ocupar la preocupación de quienes se instalan en la calle excepto al reclamar su participación en espacios deliberativos y decisionales; a los nuevos movimientos les activan igualmente las búsquedas sociales que posibiliten el cambio social. Si bien, por la vía neoinstitucional resulta preciso reinventar al estado, profundizar la alta intensidad de la democracia (De Souza 2006) y reinventarse los partidos y organizaciones políticas (Skocpol 1995); en la calle se desconfía de la representación formal y se insiste en iniciativas ciudadanas que actúan y alimentan formas de actuación antisistémicas (Aguirre Rojas 2005) y se inflaman con el agite y el aguante como estrategia política de contención, repliegue, enfrentamiento y lucha con las fuerzas gubernamentales.
En lo visto, preocupa sobremanera que el diseño de la política pase hoy por, al menos, tres defectos que requieren inmediata atención:
- Excesiva confianza en los individuos. Lo que desemboca en una lectura unidireccional de las respuestas asociativas en las que se ignoran las aportaciones y correlatos con partidos políticos, liderazgos institucionales y formas convencionales de la política. Esta “variación de la conciencia social”, socava las comprensiones de clase para entronizar los procesos de individuación y subjetividad en boga en buena parte de las lecturas sociológicas hoy disponibles(Martuccelli y de Singly 2012).
- Distorsión de la acción colectiva en autoconvocatorias. Proceso que se alimenta de la desconfianza frente a las expresiones institucionales del poder político y la presión corporativa de los medios de comunicación tradicionales, privilegiando convocatorias virtuales, aglomeraciones masivas (incluso en tiempos de pandemia) y formas asamblearias sin liderazgos ni reglas actuacionales preconcebidas.
- Descuido en los procesos de respuesta y adaptación institucional. Al situarse en un plano explicativo que entiende la actuación política como un desplazamiento de las emociones a la acción, pretendiendo de paso jubilar a la filosofía política (Tobeña 2017); sin advertir que tal desplazamiento ocurre en los moldes de la sociedad preexistente, cuya capacidad de respuesta y cooptación se exhibe, en muchos casos de manera exitosa, por parte de agentes corporativos oficiosos, a los que el uso del sistema penal, el acceso reglado e informal a las armas y la garantía monopólica de la violencia estatal les pone en posición ventajosa en cualquier proceso de diálogo y negociación.
Entre acontecimientos, sucesos y manifestaciones cotidianas, la tarea crítica de nuestras ciencias sociales resulta urgente, enfocada en solventar interrogantes que pasan por si puede o no transformarse pacíficamente a las sociedades actuales, inquietándose por la posibilidad de transitar del disturbio ingobernable a la confrontación deliberativa de agendas. Poner en cuestión la gestación de movimientos de autoconvocatoria y su desplazamiento hacia formas de innovación organizativa que contribuyan a navegar del despojo, la indignación hacia el desmadejamiento del desencanto, e incluso hilvanen pistas y nuevas cartografías para viajar entre el desvanecimiento ideológico y la producción de nuevas acciones programáticas, resulta determinante para entender lo que han significado cuarenta días de paro nacional indefinido.
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