“La Mujer del Animal” o sobre configuraciones patriarcales paisas antioqueñas
Por: Alejandra Londoño[i]
El patriarcado, al igual que el racismo y el capitalismo son sistemas que pueden ser entendidos como totales, pero sería un grave error pensarlos como homogéneos o exentos de configuraciones particulares de acuerdo a diferentes contextos en los que se expresan sus violencias. Entenderlos de manera situada puede activar una comprensión que desde lo inmediato conecte con lo estructural. Una relación dialógica en la que lo más cercano y a veces invisible, justamente por su cercanía e inmediatez, se haga visible generando comprensiones y acciones más amplias y menos localistas.
Plantearé entonces, en este breve texto algunos aspectos asociados a una de las configuraciones territoriales de estos sistemas de poder en una de las ciudades – poblado, que conforma la geografía colombiana e inspirada en una película que por mucho tiempo me negué a ver y que por razones laborales tuve que hacerlo, dicha película es “La Mujer del Animal” de director colombiano Víctor Gaviria.
Un breve contexto para lectoras/es no-colombianas
En Colombia existe un territorio llamado Antioquia, ubicado en la Región Andina y el cual representa uno de los centros del poder político, económico y de la hegemonía blanco mestiza criolla del país. La capital de este departamento es Medellín, en donde se desarrolla la película. Mucho hay por contar de las responsabilidades del mundo antioqueño/paisa, de su historia, de sus proyectos económicos expansivos que son una forma de colonialismo interno, del lugar ocupado por esta región en las geografías del conflicto armado, pero también de las estrategias de blanqueamiento y eugenesia promovidas en este territorio durante el siglo XIX y XX; del mundo afroantioqueño disperso entre montañas, resistente en prácticas profundas pero silenciado como identidad política histórica y colectiva, de los procesos de industrialización e incluso del mundo antioqueño no – paisa, entre otros muchos. Sin embargo, aquí la mirada está puesta en la película y en las realidades que retrata, que más que un esfuerzo representativo del director, es una profunda etnografía audiovisual de las configuraciones del patriarcado paisa.
“La Mujer del animal”
He de decir que no he visto ningún animal comportarse como Libardo, pero si he visto en el mundo “humano” muchos “Libardos”, en una parte de mi familia, en la calle, e infortunadamente también los he visto en los espacios políticos mixtos, pero además los he visto “devorando” en espacios de los que no he sido parte. Algunos más sutiles, otros sin solapa, pero en el fondo todos estos son Libardo; seres obedientes y cómodos en su mandato patriarcal que además se protegen entre sí y entre fiestas y risas se les ve celebrar sus hazañas violentas sobre los cuerpos de las que nombran como sus compañeras.
También hemos vivido con “el animal” respirándonos en el oído en los espacios que se suponen nuestros nichos de cuidado más profundos, sabemos lo que es el miedo de hablar, sabemos lo que significa su llegada a casa a media noche, a la casa de tu tía, tu prima, tu familia. Cuántas veces muchas de las mujeres que crecimos en Antioquia escuchamos decir: “Esas malparidas de las hijas mías me las como yo primero y después a putear para que me mantengan” Frase que grita Libardo a Amparo cuando nace su hija.
Víctor Gaviria decidió que la película se llamara “La mujer del animal” porque así era conocida ella en el barrio y “El animal” era el apodo de quien se adueñó absolutamente de la vida de Amparo cuando tenía 18 años. “El animal” de este director no solo ha sido conocido por muchas de nosotras, sino que además existió y así era nombrado por las personas que lo conocieron en un barrio de la ciudad de Medellín.
Guardianas del patriarcado
Guardianas porque ese es un lugar, ya sea por profundo e histórico miedo, por creerlo “normal” o por lo que sea. Lo cierto es que en las configuraciones del patriarcado paisa antioqueño existen las mujeres guardianas y seguramente en muchos lugares más. Este tampoco es un invento del director y no puede ser un silencio en los feminismos. Libardo, “El animal”, es rechazado al tiempo que, admirado y protegido, pero además está rodeado por un círculo de mujeres que también hacen posible su existencia. La primera es su madre, una guardiana matrona que protege a su hijo aun sabiéndolo violador, maltratador y asesino. Para ella, las mujeres que se acercan a Libardo o más bien, las mujeres que él hace suyas a través del uso de la fuerza, de las que él se adueña, son las responsables de lo que les sucede, por esto las expone y deja evidente que su alianza fundamental es con su hijo, independiente de quién sea: “solapada hijueputa” “vos sos la culpable de todo” “es que te está mamando la chocha”, son algunas de las frases que usa esta madre con una niña apropiada por Libardo. Esta madre protege a un hijo que incluso abusa de su hija, porque así mandata el patriarcado para ella. No es sumisa, no está inactiva, ocupa un lugar en esta estructura y ese lugar es fundamental y debe entenderse de manera más profunda y menos permisiva en los órdenes patriarcales paisas y en cualquier otro contexto en el que así suceda.
En la red de guardianas del patriarcado que rodean a Libardo, está también “La bruja”, quien le provee lo que necesita para dormir a Amparo (“la mujer del animal”), una niña de 18 años. Mientras Amparo está “drogada” e inconsciente y justo antes de que Libardo se adueñe de su vida, aparece su hermana, que al verla así asume que ella está borracha, que es una vagabunda y que ella lo decidió. Esta mujer (hermana de Amparo) ama a su hermana, sin lugar a dudas, pero el mandato patriarcal le indica que una mujer o una niña borracha también tienen voluntad. ¿Cuántas veces las mujeres, las niñas son violadas por sus amigos, compañeros políticos e incluso familiares en medio de tragos que después se convierten en la justificación de la violación? ¿Cuántas mujeres callamos que un día en medio de tragos perdimos la memoria y despertamos al lado de un hombre con el que jamás tendríamos sexo? ¿Cuántas aun viviendo esto? ¿Cuántas sintiéndose culpables? Y ellos, como Libardo, intactos, intocables.
Y como ellas, la red de guardianas del patriarcado paisa podría extenderse entre familiares y vecinas. Reitero que las razones de la existencia de este engranaje de este sistema puede ser más complejo de lo que aquí yo enuncio, que por supuesto la reiteración histórica de violencias puede generar no solo un pánico intestino sino además múltiples reacciones, ser guardiana también puede ser un mecanismo inconsciente o consciente de sobrevivencia, pero allí hay mucho más por desatar, en esas guardianas también hay agencia, voz, lugar y esto estamos en mora de comprenderlo mejor, porque si no superamos las alianzas que las mujeres hacen con el patriarcado o que “oprimidos/as” de diferentes sistemas de dominación hacen con las estructuras mismas que les dominan, será más difícil superarlos y construir el mundo que tanto enunciamos como ideal.
La mirada sobre las guardianas no debe restarle fuerza a la figura de Libardo, quien es el responsable y la representación fundamental de la violencia patriarcal en contextos paisas, sin embargo, tampoco son figuras secundarias. Quien firma pactos con su opresor, es tan importante como el opresor mismo, aunque su lugar en la estructura de poder sea distinto e incluso juegue en su contra. Empobrecidos defendiendo a las élites tradicionales, personas indígenas, negras o afrodescendientes definiendo proyectos extractivitas y de despojo asentados en el racismo estructural, mujeres guardianas de patriarcas en países como Colombia son más común de lo que creemos y esas figuras aunque no son la representación misma del poder, ni quienes puede desplegar toda la maquinaria de éste, ocupan un lugar importante de salvaguarda y legitimación de las violencias, por esto su lugar no es menor y debe también hacer parte del debate.
Volviendo a la película, debo decir que durante años me negué a verla, temía encontrar lo que encontré, temía sentirme parte, temía ver en ellas una parte de mis propias vivencias, las de tantas con las que me he abrazado, a las que he escuchado, a las que hace parte de mi línea familiar materna, a las que he acompañado, a las que en silencio solo puedo encenderles una vela.
“La Mujer del Animal” es más realidad que ficción sin lugar a dudas. Es una cara no oculta del patriarcado paisa y de sus engranajes, tan poco oculta que cuando muchas de quienes hemos crecido aquí la vemos, podemos sentirnos parte. Ese orden patriarcal paisa es el que permite y posibilita la violación sistemática de mujeres y niñas, los feminicidios recurrentes y el maltrato que día tras día de puertas para afuera, porque no solo es de puertas para adentro y esto es quizás una de las cosas que más me/nos sigue doliendo, y es que no estamos hablando de un silencio o de algo no evidente. Estoy hablando de abuelos y padres que violan y acosan a sus hijas y nietas y guardianas que los protegen, estoy hablando de primos y tíos que tocan, que huelen, que revisan la ropa interior, que besan a la fuerza y de guardianas que los protegen.
Estoy hablando de hombres en armas, que codificados culturalmente como dueños de nuestros cuerpos, de nuestras vidas y de cualquier otro cuerpo vida y territorio, asesinan, violentan y abusan día tras día, ya no solo de estas “inferiores” con las que crecieron, sino a cualquier mujer o niña que como “producto en vitrina” se les antoja y a la cual acceden ahora mediando su poder con la tenencia de armas y haciendo uso de un lugar que aunque sea (o no) irrelevante en estructuras armadas, es fundamental para las violencias que ejercen.
Estoy hablando de los construidos como hombres y mujeres en una estructura cultural profundamente patriarcal y de lo que esto significa ya no solo para quienes nacimos en la delimitación geográfica de Antioquia, sino además para un país en el que en el marco del conflicto armado se exportan hombres paisas a territorios de mayorías indígenas y negras ¿Si esto hacen con sus vecinas, hermanas, hijas y madres que no harán con esas y esos a los que no vieron crecer y además no consideran humanas? (No pude evitar hacer esta mención, aunque implique un análisis más detenido que ya les compartiré y que se pregunta por las articulaciones entre este patriarcado paisa y el racismo en Colombia).
Tomar la fuerza y el respiro necesario para ver “La Mujer del Animal” fue absolutamente necesario para volver a viejas preguntas, para admirar a todas esas que en tierra antioqueña luchan y denuncian, para sanar en palabras y para reiterar que el patriarcado y sus órdenes situados tienen engranajes complejos que debemos comprender, interpelar y que no podemos silenciar ante la idealización del “ser mujeres” u otras idealizaciones que en identidades políticas y colectivas encontramos reiteradamente. Y bueno, también que la literatura, el cine, la música sigan siendo vitrinas de esto que vivimos pero que no queremos vivir más. Que películas como esta interpelen no solo a un Libardo lejano y desconocido, sino también al politizado, legitimado y abrigado.
[i] Activista en procesos políticos lésbico feministas y contra el racismo. Historiadora y magister en Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia. Investigadora de la Comisión de la Verdad en Colombia.