18 de noviembre de 2021
Por: Arleison Arcos Rivas
El Ministerio de Cultura hace memoria de los 170 años de la declaratoria abolicionista de la esclavización en Colombia, mientras el país olvida que estamos igualmente en el bicentenario de instauración de la funesta ley de vientres, con la que se bloqueó el acceso institucional y el reconocimiento igualitario de las y los africanos y sus descendientes en la constitución de la república.
Este aplazamiento formal hasta el 1 de enero de 1852, precedido de sucesivas postergaciones de la libertad para quienes nacieron en la vigencia de la república, no sólo resulta vergonzoso sino deplorable; pues condiciona la inserción republicana de las y los exesclavos a la sumisión laboriosa, obligando a permanecer bajo sujeción, tutela y servicio de los antiguos esclavizadores, so pretexto de declaratorias de vagancia, encarcelamientos y destierro a colonias agropenitenciarias.
Antecedentes abolicionistas
Habría que preguntarse por el sustrato histórico que precipita el derrumbe de la esclavización, considerando la intensidad ganada por el abolicionismo en el mundo y la determinación libertaria afrodescendiente que obligaron a los criollos de europeos a desbaratar su herencia y riqueza sostenida con el trasplante forzado de seres humanos convertidos en negros.
Cinco son los movimientos precedentes:
- Entre 1789 y 1810 la concesión de asientos o monopolios extractivistas de humanos esclavizados, existente desde finales del siglo XVI, instalado, reglado, arbitrado y altamente rentable para el poder hispanolusitano, se abre a todos súbditos, permitiendo la incursión americana directa en el libre comercio trasatlántico.
- En 1807, los ingleses y los estadounidenses se retiran forzosamente del negocio negrero dado el cambio legislativo abolicionista, cediendo o vendiendo sus acciones, navíos y empresas a socios de naciones en las que ese tráfico comercial estaba vigente, favoreciendo el florecimiento de una burguesía nacional que recicla las prácticas y estrategias de adquisición, transporte, venta y disposición de seres humanos para el uso esclavista.
- En 1811, cuando ya se habían generado en América notorios brotes insurreccionales y declaratorias autonómicas, en plenas Cortes de Cádiz se discute y reclama la abolición, contando con una férrea oposición de buena parte de los delegados americanos que, so pretexto de defender un armonioso pacto humanista, perpetuaban el oprobio para las y los hijos de África en este continente, negando igualmente su reconocimiento como ciudadanos.
- Luego de la caída de Bonaparte y la reinstalación de la Corona en 1814, una España urgida de recursos firma con Inglaterra un tratado (1817) por el que se obliga a la abolición del mercado humano por el Atlántico a partir de 1820. Sin embargo, dada al intento de reconquista y al sostenimiento de sus colonias en ultramar, la esclavización hispana continuará firme en Cuba y otras islas, aprovisionando legal e ilegalmente territorios continentales. La larga tradición de bucaneros, filibusteros y corsos sobre el Caribe estaba todavía vigente para estas épocas, e incluso luego de 1839, como lo demuestran diferentes crónicas y registros navieros.
- Dado que el negocio no se desinstaló inmediatamente sujetos como Pedro Blanco en Cuba o Julio y Sergio Arboleda en Colombia, pudieron hacerse a riquezas considerables. No obstante, ante las dificultades de transportar cuerpos para la ganancia esclavizada, otros comerciantes europeos y americanos optaron por asociarse a empresas trasnacionales que instalaron sistemas de plantación y extracción en naciones africanas.
El doble tráfico mercantil favoreció la instalación de nuevos triángulos comerciales alimentados con la sustracción humana y productiva con la que Europa subdesarrollo a África, alimentando dolorosos procesos migratorios, cada vez más visibles y dramáticos en las costas colombianas.
La conquista de la libertad
La instalación republicana es, entonces, evidencia de la incapacidad imaginativa de la libertad irrestricta por parte de la mayoría de criollos de europeo hacia los otros pueblos que pueblan y configuran la nacionalidad colombiana. Como bien les advertía José Félix de Restrepo, “en las edades venideras, cuando nuestros nietos vivan en una tierra no manchada por la esclavitud, mirarán con lástima y desprecio a sus abuelos que llegaron a poner en duda los primeros derechos del hombre, conocidos y respetados entre aquellos pueblos que llamamos bárbaros, porque no han imitado nuestros vicios”.
Ante la voracidad dominadora, el legado de la afrodescendencia será la irrenunciable demanda de libertad, reclamada por vías jurídicas, conquistada en procesos emancipatorios, batallada en prácticas libertarias y gestada en sociedades cimarronas que llenaron de cumbes, rochelas y palenques el territorio crecido al margen del orden republicano que perpetuaba el sometimiento esclavizado o la incorporación militar como estrategia sustitutiva, descontando y desdibujando a las y los hijos de africanos como sujetos de derechos.
De hecho, “con la ventaja de no tener que sufrir las conscripciones forzosas, ni soportar las cargas fiscales de la República” (Valencia Llano, 2007, 83) o verse obligados a los contratos de aprendizaje, al terraje y a las otras formas de subrogación propias del dominio esclavista republicano, aquellos a los que las leyes de 1830 y 1842 todavía identificaban como colombianos “hijos de las esclavas nacidos libres por el ministerio de la ley”, enclaves autónomos gestados con el incremento de las prácticas de autoemancipación y asentamiento en densas poblaciones alejadas de los centros urbanos controlados por los gobiernos nacionales. Buena parte de estas alimentan los registros de procesos migratorios monte adentro y río arriba que hoy permiten la reivindicación territorial y la defensa y reclamo de titulación colectiva por todo el país y no sólo en los departamentos del Pacífico.
Estos eventos históricos, constituyen una invitación a que los Ministerios de Cultura y de Educación promuevan programas de publicaciones y estudios que estimulen el conocimiento cercano de la historia de África en América, y contribuyan a robustecer la recuperación identitaria y cultural obnubilada por la esclavización, cuyos efectos perdurables siguen jugando en contra del bienestar y la reexistencia de las y los hijos de África, que persisten en la lucha por su entera libertad.
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