El mayor crimen contra la humanidad

Por Última actualización: 13/11/2024

 

12 de enero de 2023

Por: Arleison Arcos Rivas

El holocausto africano constituye el mayor crimen contra la humanidad, producto de la instalación mercantil de la esclavización europea con destino a las minas y plantaciones americanas, que desterró y sostuvo en cautiverio a millones de africanos y sus descendientes.

Si aceptamos la conservadora cifra registrada por los proyectos de Naciones Unidas que han intentado precisar cuántos, dónde y cómo se gestaron los procesos de esclavización europeos, entre 12.5 y 15 millones de africanas y africanos se salda convencionalmente el número de víctimas de tamaño crimen. Sin embargo, tal guarismo parece pobre al considerar el número crecido de muertos y asesinados en los procesos de captura, en las caravanas de cautiverio, en los encierros en puertos y enclaves para su despacho, en los alzamientos marítimos, en naufragios, en los ajustes de carga por enfermedad, por acción suicida; entre otras formas del terror esclavizado.

En igual sentido, más allá de la prolongada trascendencia de la esclavización de los pueblos nubios y sudaneses en la historia del Antiguo Egipto, a esas cifras ajustadas habría que agregar el número nutrido de esclavizados que fueron presa del tráfico árabe en las razias subsaharianas que alimentan los procesos de sumisión, sometimiento y migración forzada en un genocidio silenciado que sigue desangrando a África, aún hoy. El profesor Tidiane N´Diaye, consciente de los impactos de la esclavización colonial instalada en el triángulo Europa – África – América, se enfrenta al estudio de la indiferencia con la que ha sido tratado el comercio esclavizador del “África negra” practicado por pueblos árabes por más de trece siglos.

Si se suman todos los registros disponibles, la conclusión de Walter Rodney es palmaria: Europa subdesarrollo a África, la despobló, destruyó sus civilizaciones y minó su potencial de desarrollo al desenraizar nutridas generaciones de niños, mujeres y hombres jóvenes que disminuyeron sustancialmente su población, distorsionaron su economía y bloquearon las potencialidades de consolidar entornos comerciales y productivos competitivos, al margen de los procesos de avasallamiento coloniales.

Sin embargo, el crimen europeo va más allá de la sola esclavización, extendiéndose a la producción capitalista de la desigualdad en el mundo. En África o en América no hubo un choque de civilizaciones. El imperialismo colonial europeo, proceso de larga duración in crescendo desde el siglo XVI, no sólo destruyó el universo de comprensión de los pueblos originarios sino que alimentó el cautiverio, servidumbre y dominio de generaciones enteras de hombres y mujeres de América, África y “de la diáspora”, como han convenido en llamar a las y los sobrevivientes del proceso de caza, animalización y dominación esclavizada sostenido de manera sistemática y por siglos, en el mayor genocidio registrado en la historia. Vastas regiones de Asia quedaron igualmente afectadas en tal dinámica.

Si se revisan los indicadores de riqueza acumulada durante estos siglos, queda en evidencia que no existe un orden natural ni un destino manifiesto sobre el que cabalgue la prosperidad de unos países frente a otros. Muy por lo contrario, ha sido el despoblamiento, el saqueo, la apropiación y el salvajismo del dominio político lo que ha sembrado la fatalidad para los pueblos sometidos a la farsa del desarrollo, incluso en los actuales tiempos de imperialismo sin colonias, que siguen padeciendo los efectos perdurables y las consecuencias de la pretérita instalación colonial.

En suma, la esclavización constituye el mayor crimen contra la humanidad porque, incluso proscrita y perseguida, continúa subdesarrollando naciones enteras que, como Haití, no pudieron escapar de la inequidad, pobreza, marginalidad y constricción de oportunidades para instalarse en plano de igualdad en el sistema comercial occidental; en buena medida por la desapropiación de riqueza humana, sumada a la desapropiación de sus recursos bajo el control colonial.

Contra el gran crimen y sus efectos demenciales, los autodenominados países desarrollados han implementado medidas filantrópicas que falsamente pretenden aportar al fortalecimiento de potencialidades en las antiguas colonias. Sin embargo, el desarrollo prometido mediante la introducción de agencias de ayuda, dependencias de cooperación y organismos prestamistas, hemos visto acrecentarse sin parar el endeudamiento económico, la deforestación y destrucción ambiental, la contaminación de fuentes hídricas y la erosión de los terrenos por efectos de la extracción a cielo abierto y por el uso de tóxicos de larga vida.

¿Son estos efectos de la esclavización? ¿El malestar en el mundo es secuela enteramente adjudicable al colonialismo? Seguramente no todo y no en las mismas proporciones. No obstante, resulta manifiesto que la desigualdad en el mundo responde al marcado desbalance en el disfrute del bienestar, cuyo origen remite a la posición excluyente con la que las naciones entraron al partidor de la concentración de riqueza; con muy pocas excepciones en contrario.

De ahí que tenga sentido volver a repasar las insistentes reflexiones de Kuame Nkrumah invitando a unirse a las naciones africanas y avanzar en la comprensión panafricana de su diáspora por el mundo entero; mucho más hoy, cuando el neocolonialismo se ha perpetuado sobre la base de la extracción migratoria desde todos los sures.

También por ello, más allá de toda victimización, la garantía de restitución de bienes, propiedades y riquezas obtenidas a consecuencia de la posición imperial reclama acciones de reparación inmediata por parte de las naciones europeas que participaron y se beneficiaron ampliamente del trabajo humano no pagado, de la apropiación ventajosa de los recursos y del dominio hegemónico sobre pueblos, naciones y territorios históricamente sometidos.

Si las naciones acaudaladas, corporaciones y megarricos de Europa, contando con la activa participación y complicidad de sus pares americanos y asiáticos, quieren cejar en su inventiva criminal que continúa violentando, esclavizando, expoliando y explotando por doquier, ya es hora de hacerlo, transformando la matriz desigual y desproporcionada que sostiene la economía planetaria, por lo menos desde el siglo XVI. Tal vez eso justifique una nueva reunión del Foro de Davos y su llamado a un mundo capaz de cooperar contra la fragmentación imperante.

Sobre el Autor: Arleison Arcos Rivas

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