El fusilamiento del Libertador José Padilla

Por Última actualización: 20/11/2024

5 de octubre de 2023

Por: Arleison Arcos Rivas

El 2 de octubre de 1828 es la fecha más vergonzosa en toda la gesta de independencia, día en que se ofició el fusilamiento del Libertador del Caribe José Prudencio Padilla López. 195 años después, un gobierno bolivariano y alternativo reivindica la memoria de este oficial afrodescendiente y lo asciende al grado de Gran Almirante de la Nación, que sólo una figura de su estampa merece recibir.

José Padilla es y debe ser llamado, sin lugar a dudas, el Libertador del Caribe. Sus victorias navales no sólo le ganaron el sitial histórico que sus malquerientes quisieron arrebatarle, sino que constituyen hitos estratégicos impostergables en el proceso independentista. Pese a sus méritos, fue asesinado por Simón Bolívar, a sus 44 años de edad. Injustamente acusado, el héroe libertador de Maracaibo y Cartagena, fue estratégicamente eliminado, en una ejecución judicialmente aparente, alimentada por la venganza, el desprestigio y el miedo a la pardocracia.

Crecido entre las maderas con las que su padre construía embarcaciones en Riohacha, muy temprano se registra que José Prudencio Padilla oficiaba como mozo de cámara en la marina real apostada en la Nueva Granada. Tres años después, a los 17, fue tomado prisionero en la batalla de Trafalgar en el sur de la Península, en un terrible fracaso del expansionismo napoleónico y de las fuerzas combinadas de Francia y España.

La crónica registra que, en 1808, regresa a Cartagena, ciudad en la que cultiva adhesiones y gana popularidad entre las gentes de todos los colores residenciada en el sector de Getsemaní, poniendo su conocimiento militar y balístico al servicio de los sectores populares y de la causa de la independencia. 

Odios y desengaños

A heroicos adalides de la patria como Padilla y otros caídos en el silenciamiento histórico, se decidió atacarles con encono desde Bogotá. Figuras militares apostadas en Cartagena, también jugaron un papel protagónico en el desprestigio, caída y asesinato de Padilla; especialmente el hipócrita General Montilla, quien no tenía empacho en reconocerle un día como valiente y heroico soldado de la patria, mientras al siguiente mensaje le tildaba de “soldado de fortuna”.

A Montilla le producía “vergüenza ver en alto rango y carácter ciertas personas que no han nacido para ello”. Su rencor contra Padilla no tuvo límite, como tampoco el que dirigía hacia el abogado Mauricio Romero, hacia el aguerrido Calixto Noguera y, en fin, hacia los soldados de Haití, a quienes llamaba “esa maldita gente de Santo Domingo” que, sin embargo, valerosamente arriesgaron sus bienes y su vida por la liberación de Cartagena y del país.

En uno de sus mensajes al pueblo de Cartagena, Padilla se defiende: “[…] negro y más que tú, tuve parte en la gloriosa revolución de 1810: he combatido por la patria, por la libertad y por la igualdad. Tengo pues más derecho que tú ¡miserable¡, a hablar de mis compatriotas y principalmente a mis compañeros de color, para que algún incauto no sea seducido y engañado.”

Padilla no ocultaba su prédica reivindicatoria, enfrentada a las manifestaciones de la política discriminatoria practicada por el presidente Bolívar y su vicepresidente Santander: pese a haber batallado junto al único General afrodescendiente del Caribe en la Nueva Granada, no le fueron concedidas tierras, como sí ocurrió con militares criollos. Su único reconocimiento fue una precaria pensión. No se respetó su alto rango para situarle en la cúspide de la jerarquía militar y en la regencia de Cartagena. A regañadientes, se le dejó al frente de la marina en ese puerto. No se le asignó cargo de distinción a nivel nacional. Por el contrario, se limitó toda posibilidad de visibilización política.

La temida pardocracia

Ganada la independencia, el temor que Padilla y gente de su mismo origen generaba en altos oficiales celosos de sus triunfos y enojosos frente al ascenso de la población parda se hace evidente en cartas como la que envía Montilla a Santander manifestándole que “tiemblo cada vez que veo a ciertos hombres revestidos de un carácter bastante elevado para atraer sobre sí la atención pública”, quienes, pese a que ascendían por méritos probados en batalla, eran juzgados como de menor capacidad que los criollos y españoles.

De hecho, el propio talante intrépido y el comportamiento aguerrido y aventurero de Bolívar le convencieron de que Padilla y sus éxitos, obtenidos con igual arrojo, osadía e inteligencia, representaban “el mayor de los peligros” para la nación de los criollos.

Considerando su intachable hoja de vida y los servicios militares y políticos prestados, Padilla no sólo sobresale entre “los famosos servidores de la patria”. Su figura resalta además por haber actuado con osadía cuando las circunstancias lo ameritaban, tanto con la cautela suficiente para cuidarse de que su protagonismo no encendiera los ánimos de “la gente de su clase”; lo cual habría podido hacer muy fácilmente pues, según quedó consignado por el cónsul de Estados Unidos en la Cartagena de 1827, “su influencia sobre su propia casta es inmensa, y dado que constituyen casi la totalidad de la población, puede decirse con certeza que si decidiera abusar de su poder, podría hacerlo impunemente” (Helg, 2011, pág. 358) 

En momentos en los que la tensión racial dibujaba las alternativas que se cocinaban para las repúblicas liberadas, Bolívar reconocería a Santander que “Si a Páez y a Padilla los quieren tratar mal sin emplear una fuerza capaz de contenerlos, yo no tengo la culpa. Estos dos hombres tienen en su sangre los elementos de su poder y, por consiguiente, es inútil que yo me les oponga, porque la mía no vale nada para el pueblo.”.

Los magnificentes actos de heroísmo al frente de la Armada independentista no fueron suficientes para ganarle a José Padilla el sitial de honor que merecía como padre fundador de la patria, junto a los demás próceres a quienes se guarda reverencia. Su asesinato, producto de las “grandes medidas” tomadas por Bolívar para evitar “los desastres horrorosos que Padilla prevé”, constituye el precedente racista más connotado en la instalación de la República. 

Santander, crítico de la pardocracia igual que Bolívar, identificó a Padilla en sus comunicaciones como “uno de los menos chisperos hasta ahora”. Dicho esto, quedan dos asuntos claros: La pardocracia constituía una preocupación creciente en los asuntos bajo consideración gubernamental que, además, permitía caracterizar como más o menos enardecidos a sus instigadores; varios de los cuales quedaron irremediablemente en silencio, producto de ejecuciones sumarias al interior de los cuarteles o registradas como actos de insubordinación sancionados con fusilamiento.

La conspiración septembrina

Padilla era un declarado prosélito de Bolívar. Así queda registrado en las pocas cartas que sobrevivieron a la orden de eliminar su memoria de la historiografía nacional. A tal grado llegaba su aprecio y consideración hacia el Libertador que le había puesto charreteras elevándolo al grado de General de División de la República, que cuando Bolívar parte por última vez de Venezuela le recibe en su propia casa en Cartagena y le ofrece un fastuoso homenaje, celebrando su cumpleaños. Sin embargo, no acompañaba sus veleidades autoritarias; menos aún, soportaba la ojeriza y el maltrato a oficiales de su procedencia.

Padilla era defensor de “un sistema popular representativo” contrario las pretensiones dictatoriales de Bolívar y de sus amigos, quienes pretendían establecer una monarquía para reemplazar a la monarquía contra la que habían luchado. En una trampa calculada y orquestada por Montilla, evento que los gobernantes criollos tomaron como un acto de insubordinación, Padilla es encarcelado y remitido a Bogotá para su juzgamiento. En la cárcel está cuando los confabuladores santanderistas conjuraron la muerte de Bolívar.

Aunque intentaron, ultimar al amante de Manuela Sáenz, quien le salvó de una muerte segura, vistos los hechos a la distancia, el mayor efecto de la conspiración septembrina consistió en asegurar la muerte del Almirante José Prudencio Padilla. Al planear que pudiera fugarse aquella noche, se crearon las condiciones para acusarle, sin pruebas, de un delito y un intento de asesinato que no podría haber consumado y del que nunca participó siquiera en su ideación.

Para la vergüenza histórica quedará que el verdadero perpetrador tras la sombra, Francisco de Paula Santander, no sólo fue perdonado sino encomiado como adalid de la República, mientras se ordenaba el silenciamiento histórico de Padilla.

Por fortuna, el 2 de octubre de 2023, en el primer gobierno alternativo del país, y siendo vicepresidenta una mujer afrodescendiente, se asciende de manera póstuma al Libertador del Caribe, restaurando la memoria del máximo héroe naval colombiano.

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[Apartes del capítulo “Libertador del Caribe”, de una obra en desarrollo en torno a la figura de José Prudencio Padilla López]

Sobre el Autor: Arleison Arcos Rivas

Arleison Arcos Rivas