Elecciones a flor de piel
03 de febrero de 2022
Por: Arleison Arcos Rivas
El desgaste frecuente y el despilfarro de votos que implica la acción electoral difusa pasan factura al pueblo afrodescendiente que, a flor de piel, se muestra prisionero de viejas prácticas partidistas, gamonalistas y clientelares, agota su potencial de incidencia en cientos de proyectos atomizados, o se pierde en las filas de los partidos tradicionales y microempresas electoreras. Habiendo padecido incluso la indebida apropiación de las curules étnicas por parte de partidos tradicionales y cuestionados movimientos políticos, todavía persiste una exagerada presentación de candidaturas con reclamos y propuestas que no responden a una agenda común ni evidencian un ideario compartido.
Tal como ha analizado Licenia Salazar Ibarguen, publicada hace poco en Diáspora, hay una marcada dispersión del electorado étnico en una multiplicidad de candidaturas al Congreso, la mayoría sin posibilidad de éxito, a mi juicio. Los reclamos de unidad, pese a ser frecuentes, resultan precarios y estériles; pues, en los conversatorios que hemos visto y a los que hemos asistido, junto a los idílicos llamados de armonía y trabajo conjunto, se escuchan firmes declaraciones de adhesión y compromisos con fuerzas políticas que no suponen alternativas étnicas.
Sin contar las aspiraciones frustradas por el irrespeto a los acuerdos o las tensiones al interior de las coaliciones, agrupaciones partidistas y empresas electorales, aparecen hoy 32 candidaturas por circunscripción nacional al Senado y 129 candidaturas a las dos curules asignadas en Cámara por Circunscripción Especial para Comunidades Afrodescendientes.
Buena parte de estas candidaturas reflejan acuerdos y compromisos con jefaturas de casas electorales, dueños de plazas votantes, gamonales de partidos tradicionales y gregarios que deben su candidatura a los raponeros del erario que se benefician de la perpetuación de agendas vacías y coaliciones acomodaticias en los territorios ancestrales. Además, como mencionamos hace algunos meses en Diáspora, este año “asistiremos de nuevo al desperdicio del electorado étnico en el país pues, pese a que las y los afrodescendientes concurren a las urnas, no provocan transformaciones representativas por la inexistencia de una agenda política construida como un mandato para quienes reciben ese caudal de votaciones.”
De igual manera, la resurrección de las curules de paz debería haber significado la activación de un conjunto de iniciativas que armonizaran la participación del electorado étnico afrodescendiente e indígena. No ha sido así. De hecho, el que se hayan presentado 398 candidatos a 16 curules de paz, decididas en 167 municipios del país, evidencia la voracidad con la que diferentes fuerzas políticas tradicionales aspiran a ensanchar sus asientos en el congreso, camuflando a sus alfiles entre inexperimentadas y livianas asociaciones, organizaciones de víctimas del conflicto y consejos comunitarios que postularon candidaturas alternativas para la Circunscripción Transitoria Especial de Paz.
Pese a su volumen fraccionario, el que estas curules busquen elevar la votación en cabeceras municipales y corregimientos que han estado persistentemente afectados por la coacción de agrupaciones armadas, abre la puerta a que empiecen a expresarse tonalidades electorales hasta ahora inexploradas y desoídas en el país.
Así mismo, en medio del berenjenal, destaca la singularidad que constituye el que Francia Márquez, una mujer joven y de origen provinciano figure como precandidata presidencial avalada por el Polo Democrático y partícipe del Pacto Histórico, junto al exministro Luís Gilberto Murillo, candidato de Colombia Renaciente, quien se presenta como “el único candidato del litoral Pacífico”, descontado de la raquítica coalición Centro Esperanza. En el camino se quedaron otras y otros con igual interés, evidenciando que crece la intencionalidad por hacerse notarios en estas consultas presidenciales en las que, al menos dos entre 19 aspirantes, cuentan como afrodescendientes.
En últimas, si bien resulta prometedor que, a la convocatoria de elecciones, se responda con aspiraciones a contar el voto étnico, queriendo romper con la invisibilidad y monocromía institucional; el tamaño, intensidad y posibilidades de las candidaturas postuladas ya debería consolidar un bloque robusto y decisivo que cualifique la participación política de un electorado potente. El que hoy la votación étnica no pueda ser canalizada en candidaturas únicas, listas cerradas o aspiraciones de convergencia hace pensar que, pese a su dimensión poblacional, la votación de las y los afrodescendientes no preocupa a las enquistadas tradiciones articuladoras de la mercadotecnia electorera ni a sus agentes clientelares enclavados en los territorios.
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Sobre la poquedad del electorado étnico hemos escrito antes en Diáspora:
https://diaspora.com.co/la-historica-inexistencia-de-un-electorado-afro-e-indigena-en-colombia/