No nos equivoquemos
Por: John Jairo Blandón Mena
Hay quienes afirman desde diversos sectores populares que el presidente Iván Duque Márquez gobierna con ineptitud e inexperiencia, que sus ejecutorias son desafortunadas y, califican sus dos primeros años como desastrosos. Esas mismas personas caricaturizan la figura del primer mandatario y la presentan como la de un hombre incapaz, que está llevando el país a la debacle.
Ese panorama no coincide con la visión de banqueros, empresarios, representantes del capital transnacional minero, especuladores, militares pro guerra, políticos “enmermelados”, y en general, de esa élite que utilizando el sistema electoral pone presidentes cada cuatrienio e instaura el proyecto político que marca el accionar de sus gobiernos subordinados. Sin duda, para ellos, hoy desde el solio de Bolívar se está actuando de conformidad con un libreto preestablecido enmarcado en su beneficio exclusivo.
Las masacres, el asesinato sistemático a líderes sociales y defensores de derechos humanos, la concentración de todos los poderes públicos en el ejecutivo, la aniquilación de la implementación de los acuerdos de paz, la represión violenta a la movilización social y el creciente control de estructuras paramilitares de vastas y estratégicas zonas del territorio nacional, no son situaciones coincidentes o repentinas, sino condiciones deliberadamente obtenidas por las decisiones de gobierno.
No nos equivoquemos, para esa élite, Duque está cumpliendo la tarea con creces, y le pondrán el camino expedito para que durante el segundo bienio de su gobierno consolide las condiciones del proyecto político de los sectores que lo pusieron en el poder. La reciente elección de los representantes de los órganos de control, así como la disminución, casi eliminación, del control político por parte del Congreso le facilitarán la tarea. Lo anterior, sin contar, la apuesta unidireccional que el gobierno ha hecho por la victoria de Trump en Estados Unidos, que, de concretarse, catapultaría el siempre necesario apoyo del establecimiento de ese país para la obtención de triunfos electorales aquí.
El cometido presidencial no se agota en sus cuatro años, garantizar una sucesión en el poder hacia alguien que continúe la ejecución del proyecto antipopular es parte de la obra. Los tentáculos macabros elitistas se extienden hacia la izquierda, el incompleto Polo Democrático, luego de la salida de su senador más votado, la irrupción de candidatos de toda índole en este extremo político, hacen que la muy soñada unidad en los sectores de la izquierda democrática y progresiva esté muy distante. Por otro lado, la apuesta del statu quo se centra en candidatos con un ropaje de independientes y de centro, que, de eso, solo tienen el ropaje, porque representan fielmente los intereses del continuismo de la derecha en el poder.
Tampoco nos equivoquemos, considerando que la figura decadente de Álvaro Uribe Vélez definirá algo en términos políticos y electorales en el país. La política es dinámica, y el aporte funesto del expresidente y exsenador a la concreción del proyecto de la élite ya se materializó. La consolidación paramilitar, la toma del narcotráfico a la institucionalidad, la destrucción del anhelo popular de la construcción de la paz negociada, la subordinación del país al capital transnacional, la destrucción de las garantías laborales colectivas e individuales, entre otras, hacen parte de su legado. Y en su ocaso político, para las élites responsables del desangre del país es indudablemente mejor que Uribe sea condenado por un simple fraude procesal, y no, por las otras causas judiciales, que seguramente los dejarían en evidencia.
Así las cosas, no nos equivoquemos, y aunque parezca caricaturesco, el presidente está ejecutando con eficacia los designios de esa ínfima élite que ha sometido a la inmensa mayoría de la nación a sus intereses, y en medio de ese sometimiento, han agudizado la confrontación, la eliminación de la oposición política, el irreparable daño ambiental, la instrumentalización del Estado a causas non sanctas; y en general, al desastre nacional.
No nos equivoquemos, ahora más que nunca es necesaria la unidad de todos los sectores progresistas de Colombia como único camino para detener el proyecto antipopular en desarrollo.