Dos décadas de lucha por la afrodescendencia

Por Última actualización: 09/01/2025

09 de enero de 2025

 

 

Por: Arleison Arcos Rivas

 

A más de dos décadas de lucha por la afrodescendencia, desde la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, celebrada en 2001, en Durban, Sudáfrica, la reexistencia de los pueblos afrodescendientes ha cobrado significativa importancia para las comunidades territoriales y organizativas que adscriben a tal identidad; al igual que para los estados impelidos a recopilar datos sobre su presencia y condiciones de vida y actuar para transformar condiciones de inequidad sostenidas en el largo tiempo.

  1. Si bien la dinámica oficial encuadra la diferencia en moldeamientos raciales propios del multiculturalismo, bastante limitado para superar el reconociendo a las etnias como sectores poblacionales e incorporarlas al desarrollo de políticas focalizadas; la identificación y reivindicación que sujetos, grupos, colectivos y comunidades autoidentificados como afrodescendientes implica que se diseñen e implementen planes, programas y proyectos con reglamentación y directrices enfocadas a desmontar los contextos estructurantes del silenciamiento, la invisibilización, la vulnerabilidad, la victimización, el oprobio, la discriminación y el racismo en nuestra sociedad.

Generar oportunidades para que las y los afrodescendientes, no como individuos solamente sino como pueblo, disfruten del bienestar en condiciones de plenitud y satisfacción semejantes al conjunto de la nación, requiere al estado y a la sociedad entera el cumplimiento de los compromisos firmados y asumidos en el contexto multilateral en el que actúa Naciones Unidas, ordenando el territorio, controlando la acción gubernamental y promoviendo estrategias de cambio e inclusión social satisfactorias.

  1. En ese contexto, las luchas por la afrodescendencia no se agotan en el reclamo de instrumentos legales contra el racismo, sino que lo enfrentan y combaten hasta su desmonte y extinción. Tampoco consiste esa contienda en una disputa semántica o “políticamente correcta”, respecto del uso conveniente de la categoría “negro” u otras semejantes, sostenidas en el uso cotidiano desde su instalación mercantil en el proceso colonial esclavista y negrificador.

Sin embargo, pese a esfuerzos políticos, académicos y legales por bloquear sus sentidos peyorativos, la frecuencia con la que opera como señalador pigmentado en la sociedad [e incluso aparece en grupos referentes que se perciben como identitariamente pertenecientes a una etnia], el descriptor “negro” sigue siendo utilizado como una categoría preestablecida con independencia de su origen en un proceso histórico que convirtió en tales a personas provenientes de diferentes regiones, culturas y tradiciones identitarias de origen africano.

Entre el juego de la apariencia y la distinción, el color de la piel sigue figurando para enunciar incluso lo que está, necesariamente, en el trasfondo de la epidermis, consistente en la identidad y la cultura de personas concretas, depositarias [de modo disímil] de ancestralidades.

En la piel, la construcción americana de categorías raciales opera como factor de distinción que bloquea oportunidades para hacerse a una vida propia, tanto como permite mediatizar las relaciones sociales con la operación de un ascensor pigmentocrático que disminuye el control y la vigilancia sobre personas con mayor “blancura” o claridad en las tonalidades de piel, mientras lo acrecienta para las tonalidades más oscuras, uniformemente etiquetadas como “negras”.

Mientras subir y bajar resulta posible para algunos y algunas personas “light skin” con cabellos tipo 1A, el estigma pigmentado acompaña de modo permanente y perdurable a las personas de piel “dark” y cabello tipo 4C, estableciendo patrones de pase flexible y encajamiento riguroso, operados por la intensidad del mestizaje y sus fronteras porosas, tanto como por factores socioeconómicos que llevan a imaginar, ilusoriamente, que “el dinero blanquea” (Paschel y Telles 2014).

Si el color de la piel resulta indicativo de mayor propensión y exposición al condicionamiento efectivo de las desigualdades sociales, habría que preocuparse por desmontar tal coincidencia tanto en los usos sociales que resulten correspondientes, por ejemplo, en prácticas racistas de trato, señalamiento y exclusión, así como en el desarrollo de políticas y planes que desinstalen la frecuencia y alta representación de esa variable en el disfrute del bienestar. Si bien la ancestría no produce exclusivamente la identidad, es determinante para caracterizar la historicidad de las técnicas, prácticas, saberes y demás procesos culturales referentes de las categorías de adscripción de un pueblo étnico, tal como las debe acompañar, proteger y promover el sistema institucional favorable a la implementación de lo convenido en Durban.

La perpetuación del bienestar como un escape de la negrura reproduce estereotipos y desigualdades insostenibles en las democracias contemporáneas, en las que, engañosamente, suele apelarse al mérito como justificación de la buena fortuna. De hecho, cuando activistas y analistas visitan los datos y las estadísticas de impacto e incidencia socioeconómica, tienden a coincidir en las referencias al privilegio como fenómeno estratificador tras el mecanismo con el que opera el ascensor social, elevando las oportunidades de ascenso socioeconómico a medida que los sujetos se alejan de la “negrura” o, mejor dicho, se acercan a la “blancura”; pese a las oportunidades de escape favorecidas racialmente [por el uso selectivo del mestizaje] y económicamente [por la mayor escolaridad] incidente en el mejoramiento de los ingresos y en la acumulación de satisfactores, diferenciados incluso entre hombres y mujeres.

Si bien hoy los estados no hacen manifestaciones expresas en favor de la blanquitud, sí acompañan los ritmos sociales despreciativos cuando dejan de implementar las políticas concebidas en los planes y programas orientados a impactar indicadores deficitarios, cuando les asignan poco o disminuyen sus presupuestos, e incluso cuando deciden aplicar dudosas focalizaciones en territorios y comunidades en los que pagan favores políticos o hacen cálculos de impacto electoral.

  1. Tal como quedó claro en la COP16 celebrada en 2024 en Cali, la disparidad categorial y el desconocimiento histórico pueden implicar disconformidades e incomprensiones en los equipos técnicos nacionales, poniendo en riesgo la concepción de políticas específicas y el avance en los propósitos e intencionalidades de la acción de los organismos multilaterales. En dicho certamen, en el que se verificaban compromisos de avance en torno a la biodiversidad, Colombia y Brasil se encontraron súbitamente sorprendidos por la negativa de los delegados de países africanos a aceptar modificaciones al objetivo 8 que permitieran la ampliación de los sujetos de enunciación y protección como pueblos afrodescendientes, junto a los ya incorporados pueblos indígenas y comunidades locales.

A 23 años de Durban, su plan de acción indica que los gobiernos que adscribieron dicho convenio continúan en deuda con los pueblos afrodescendientes; no sólo en la asignación de cargos investidos de poder, más allá de cuotas acomodaticias o asignaciones benevolentes. Tanto en el reparto de recursos para la implementación de acciones inmediatas, políticas integrales de mediano plazo y planes con efectos de largo plazo, resulta lastimera la mediocridad con la que se asumen compromisos estatales para superar desigualdades, contener vulnerabilidades y bloquear los disparadores del malestar acumulado por los pueblos étnicos, especialmente en el caso de las y los afrodescendientes que se encuentran permanentemente expuestos a dinámicas de subordinación y racialización perpetuadas en los usos sociales de la piel.

Con lo dicho, por ahora, queda claro que la tarea estatal, societal, movilizatoria y organizativa para que el segundo decenio de los pueblos afrodescendientes, que empieza en 2025, no se quede en letra muerta ni en acciones de medio peso, si queremos convertirlo en una oportunidad realmente transformadora de los indicadores deficitarios que siguen jugando en su contra.

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