Devolver a Haití el pago por su libertad

Por Última actualización: 13/11/2024

 

29 de diciembre de 2022

Por: Arleison Arcos Rivas

Si es pobre, Francia es la nación responsable de ello, y está obligada a devolver a Haití el pago por su libertad, como medida reparadora de la grave injusticia cometida en su contra.  Chirac, Zarcozy, Hollande y Macron han desoído el estruendoso eco transnacional para que corrijan tamaña desproporción, tal como deben hacerlo igualmente las corporaciones financieras partícipes y las familias beneficiarias del descalabro económico de la isla.

El 1 de enero de 1804, la gesta emancipatoria de Haití se hace revolucionaria. Todo cambia, incluida la inversión categorial por la que “necesariamente debe cesar toda acepción de color entre los hijos de una sola y misma familia donde el Jefe del Estado es el padre; a partir de ahora los haitianos solo serán conocidos bajo la denominación genérica de negros”. Tras la monumental hazaña de haber vencido en batalla a los ejércitos napoleónicos, conquistando por sí misma la libertad, en la única revolución victoriosa hecha por hijos e hijas de África en América, el país galo la condenó a la miseria, pasándole una cuenta de cobro inconcebible.

En 1825, bajo la amenaza de 500 cañones en 14 naves que emplazaban su territorio, la isla libre gobernada por Jean-Pierre Boyer es obligada por Carlos X a pagar a la corona francesa restitución por la tierra liberada y, paradójicamente, se le impuso la reparación a los esclavistas por la propiedad perdida, instalando de manera temprana esa forma del capitalismo extorsionista del endeudamiento eterno y el perpetuo empobrecimiento.

Las claves del trato desproporcionado contra Haití, no padecidas por ninguna otra nación que se hubiese alzado contra un imperio, están en la raíz misma de la sociedad esclavista colonial.

Una historia cargada de deudas

Durante los siglos que duró la expoliación africana y la destrucción de familias, comunidades y pueblos por la introducción y sostenimiento del comercio con seres humanos con destino a su cautiverio y esclavización de por vida y transgeneracional, los países europeos participantes y beneficiarios directos no tuvieron reparos en justificar y legalizar por todas las vías académicas, judiciales, legales y teológicas tal crimen, legitimando con ello las transacciones mercantiles que alimentaron el moldeamiento antropófago de la economía mundial.

Más allá de los 13 millones contabilizados como esclavizados a perpetuidad, las cifras deben incorporar a los muertos y asesinados en los puertos de América, durante el tráfico oceánico, en los enclaves negreros situados en África, durante el cautiverio y en los diferentes procesos de captura violenta; elevando a decenas de millones la cifra del mayor holocausto jamás existido en este universo.    

Sólo a consecuencia del cálculo rentista negativo que implicaba el sostenimiento de tal comercialización, ya entrada la industrialización, encontrarán respaldo los reclamos antiesclavistas que se levantaron desde el inicio del trazado mercantil que acrecentó la fortuna del Reino Unido, Francia, Portugal, España, Países Bajos, Dinamarca y otras naciones cuyos gobiernos y empresas se lucraron significativamente con el triángulo esclavócrata tricontinental. Tal como Walter Rodney afirmó, Europa subdesarrollo a África; independientemente de la participación de actores locales en semejante negocio.

Los europeos no sólo instalaron el negocio antropófago de la esclavización; lo extendieron hasta la última hora en la que el humanismo liberal imprimió algún tipo de conmiseración sobre la tela del despiadado despojo histórico al que sometieron a África.

Incluso cuando ya estaba cerrado el tráfico humano por el Atlántico y la esclavización resultaba ofensiva a la luz de la mirada internacional, las potencias que se dividieron el continente trasladaron a territorio africano las prácticas de sometimiento y oprobio colonial, persistiendo en transacciones clandestinas de “madera de ébano” y acrecentando la instalación de dinámicas de poder que afianzaron la conversión de buena parte de África en sociedades abastecedoras y reproductoras del esclavismo, aun hoy, en tiempos de migración transcontinental.

La sangrante herida de la independencia haitiana

Así, llegados al momento insurreccional en el que las antiguas colonias gestaron sus independencias, la ferocidad naviera y balística disponible en las cañoneras apostadas en los puertos fue acompañada de cientos de miles de soldados que intentaron a toda costa eliminar hasta el último bastión rebelde en suelo americano. Ya Haití había padecido tales tratos, provocando la muerte de buena parte de su población en y el socavamiento de su base comercial a consecuencia de la intensidad y fiereza de los ataques y batallas sostenidas contra la fuerza imperial por los jacobinos negros”.

De esa manera, ante la imposibilidad fáctica de una reconquista inmediata, Haití, que libró la más heroica gesta revolucionaria liderada y batallada por hijas e hijos de África, no sólo obtuvo su libertad, sino que fue obligada a pagar el más alto precio por ella, como ninguna otra nación en el mundo. 

La promesa de guerra, como instrumento de negociación política, fue implementada en las relaciones entre Francia y la antigua colonia emancipada, contando además con el bloqueo comercial establecido por Estados Unidos y el oportunismo imperial y mercantil inglés, generando un escenario devastador en el que la nueva nación liberada cedió ante la obligación de tributar forzosamente para poder subsistir e intentar su reconocimiento diplomático.

Disfrutando el delicado ron antillano, Francia condenó a Haití a la ruda amargura de la pobreza, por el prurito constitucional de declarar “abolida para siempre la esclavitud” en una nación de “hermanos entre sí”.

Si, estando bajo su dominio, “la perla de las Antillas” exportaba el 60% del café y el 40% del azúcar consumido en Europa, se entiende perfectamente la malevolencia del trato desproporcionado que se impuso a la nación liberta al bloquear tales exportaciones, limitar el tráfico y las transacciones desde y hacia la isla y agotar las fuentes comerciales y mercantiles que le garantizaran independencia y libertad.

Como si fuera poco, mientras la airosa Haití busca afanosamente sobreaguar su crisis, Inglaterra y España intentan pescar en río revuelto, estimulando fallidas incursiones militares que contribuyeron a despedazar la soberanía económica de la isla; mientras el conjunto de las naciones negaba reconocimiento político y trato comercial con la nación liberta.

El desplome económico y la consecuente pérdida de ingresos en un negocio hasta ese momento lucrativo permite identificar las características demenciales que implica el comercio injusto y desleal subordinado en el que Haití, por fuera de la egida imperial francesa, tuvo que hacer en solitario el tortuoso camino de persistir en su sueño de ser una nación sin esclavos, enfrentando el desconocimiento de su gesta.

¡Esta es la dimensión del crimen francés que reclama reparación!

90.000.000 de Francos fueron prestados a Haití para pagarle al imperio que encañonó y lanzó una amenaza extorsiva con desolar a Puerto Príncipe. 64 años duró pagando íntegramente su deuda, quedando prisionera de nuevos créditos hasta 1947, sumando así 122 años de pagos indignos sostenidos con hambre, pobreza y muerte. Mayor gloria cabe a Haití que, instalada su constitución, declaró que “la ley no tiene efecto retroactivo”, desestimando toda persecución, confiscación e incluso cobro como parte vencedora en el reclamo por su libertad.

A precios actuales, la sanción que pagó Haití a Francia superaría 560 millones de dólares nominales (más de 21 mil millones de dólares indexados), cuya restitución integral con costes implicaría girarle a esa nación por lo menos 110 mil millones de dólares, que no pueden acreditarse con la sola referencia a las ayudas humanitarias destinadas a la antigua perla de las Antillas, en una tenebrosa trampa asistencial que la mantiene sumida en la pobreza.

No es posible callar ante semejante injusticia, como tampoco es dable aceptar la desobligante salida de la nación francesa alegando que tal compromiso no existe y no le obliga medida alguna de reciprocidad, excepto cierta consideración moral sin efectos monetarios.

Por lo contrario, si en 2001 la legislación francesa consagró como crimen contra la humanidad el comercio esclavizado, con mayor razón debe resultar consecuente la aceptación de responsabilidad en el empobrecimiento de su excolonia autoemancipada. El peso histórico de semejante paga cumplida con afugias, refleja el doble costo real, sangriento primero y luego contante, que tuvo que pagar y aun paga la isla por sostener su osadía libertaria.

Francia debe comprometerse a restituir a Haití lo que meticulosamente le fue cancelado durante 60 años de siniestro oprobio. La exigencia de “restitución y reparación” le resulta tan inusitada a la antigua potencia imperial, que no dudó en provocar el derrocamiento del gobierno de Jean Bertrand Aristide, firme reclamante de la misma.

Devolver a Haití el pago por su libertad no sólo es una obligación moral sino un acto de justicia y reparación histórica impostergable, cuyo resarcimiento obliga con creces y costes. De no hacerlo, mal puede seguirse llamando a esa nación europea amiga de la libertad.

Sobre el Autor: Arleison Arcos Rivas

Arleison Arcos Rivas