11 de marzo de 2023
Por: Yeison Arcadio Meneses Copete
Los vínculos entre esclavización, colonización y violencia han sido evidenciados por diversos investigadores e investigadoras. Por esta razón, me atrevo a relacionar algunos discursos del esclavismo y el guerrerismo actual de las “élites” colombianas. Si nos detenemos, las poblaciones víctimas de la violencia de las últimas décadas mayoritariamente siguen siendo las comunidades sometidas a la esclavitud y el padecimiento de la colonia hasta la primera mitad del siglo XIX. Sin embargo, desde la era de las tratas y la servidumbre se nos pide “espera”, “progresión paulatina” y hasta “comprensión” frente a los más fundamentales derechos humanos.
Durante la era esclavista y colonial todo aquel o aquella que demandara o buscara la libertad, necesidad primaria o fundamental del ser, era declarado “enfermo”. Su comportamiento era patologizado. No podría estar bien de la cabeza alguien que renunciara a las “bondades” de los esclavócratas. No podía ser “normal”. Claro, esta era la lectura de los esclavistas. Para estos últimos, desde su deshumanizada cultura de pensamiento o ideología de supremacía racial, el espíritu libertario de las y los indígenas, africanos y afrodescendientes significaba una suerte de atrevimiento, delirio, alucinación o esquizofrenia.
Por supuesto, la anormalización de la lucha libertaria obedece a la continuidad del constructo ideológico de la supremacía racial. Por ende, debe ser muy perturbador para una heredera del esclavismo moderno-colonial y “empresaria” de la explotación contemporánea saber que las mujeres que siempre quiso ver como sus “esclavas” o “sirvientas”, hoy puedan imaginar, disputar, pensar y asumir una dignidad de alto valor político para un país: vicepresidenta, ministra, embajadora o senadora. ¿Cómo pudo venirse a vivir cerca de “nosotros” (blancos)?, ¿Cómo se atreve?, pensará aquella triste senadora del CD.
Entonces, la “patologización” del comportamiento humano se manifiesta cuando la persona controvierte el status quo tiene una larga tradición. Por ejemplo, frecuentemente leemos comentarios contra mujeres que alzan sus voces. No es casual que el término que empleen muchos hombres intentando deslegitimar sus búsquedas e interrogaciones sea “loca”, “locas”. En otros tiempos fue la palabra “bruja”. Asimismo, hay una transposición de la deshumanización o la barbarie: “feminazis” o el régimen de representación que hizo de las personas esclavizadas “los violentos”, “resentidos”, “coléricos”.
Hasta nuestros días el imaginario de la “amenaza” o de lo “amenazantes que son” pesa sobre las personas afro, cobrando centenares de vidas y miles aprisionamientos cada año. Podríamos acudir a otra serie de vocablos cuyo interés es desplazar de lo institucionalizado como “normal” y “legítimo” otros pilares societales que interrelacionan “el desequilibrio mental” con la “animalización” y la culpabilidad por mandato social moralista.
Pero, volviendo a la idea inicial, encontramos otros vocablos, algunos resignificados y tomados como referencias en la lucha libertaria moderno-contemporánea, “cimarrón”. Las personas autoliberadas y antiesclavistas igualmente fueron descritos muchas veces como “vándalos”. En otros momentos del esclavismo o del neoliberalismo actual, “desagradecidos” se les ha escuchado gritar o decir ante medios de comunicación o en plenarias. En todos los casos, “el remedio” propuesto por el esclavista-colonialista no tenía nada que ver con medicamentos o medicinas ancestrales.
El látigo, las mutilaciones, el linchamiento y los castigos “ejemplarizantes” han sido los dispositivos de regulación del comportamiento de quienes retan la “norma” o no aceptan del desarraigo que imponen los colonizadores y saqueadores. Prácticas que aún siguen empleando contra quienes defienden sus territorios o se oponen a los intereses de los poderosos. Han sido ampliamente empleadas por los grupos al margen de la ley. ¿Cómo se atreven a pensar en acabar el sistema esclavista? ¡Qué enfermos! Dirían.
Colombia vive entramados discursivos similares a la era esclavista. De hecho, muchas familias relacionadas con el poder económico y político en el país están directamente relacionadas con las familias esclavistas de siglos pasados. Estos obtuvieron los acumulados económicos mediante el trabajo esclavizado y la explotación que continúa hasta nuestros días, lo que les generó también el poder para secuestrar el Estado al punto que hoy sigan creyendo que son los únicos que “saben de su administración”. Estos grupos siguen fungiendo como “los iluminados” de la nación.
Hoy, los medios de comunicación, las redes sociales, la difamación, la posverdad, la rumorología (el chisme, pero con neurociencia a bordo), cumplen un papel en la destrucción del oponente o contrincante político. Confundir las conciencias frente a la realidad y/o preparar las ciudadanías para aceptar unas formas como única posibilidad se entretejen para un sabotaje. Las propuestas de Cambio, según ellos, tienen que “esperar”, deben ser “lentas” o “progresivas”. Como en la era esclavista, todos estos epítetos y prácticas obedecían a la estrategia de defensa de los intereses y privilegios que garantizaba el sistema esclavista. Por tanto, declarar su “inhumanidad”, “animalidad” y “maquinización”, serían la base para legitimar y justificar toda la carga “infracivilizacional” contra sus cuerpos y sus mismidades. Las leyes por la libertad tenían que ser “progresivas”, “para no generar caos”.
En este sentido, máximas societales como la libertad, la paz, la vida como centro y la filosofía del Vivir sabroso, derechos fundamentales fundantes de una democracia radical, han sido convertidas en blancos perfectos para quienes han ostentado el poder durante la vida republicana del país. Algunos grupos poderosos se han quedado en el tiempo. Sus discursos ya no caminan con la actualidad económica, política, ambiental, cultural y societal del siglo XXI. Anclados en el esclavismo, que transita desde lo feudal hasta lo neoliberal, se han propuesto minar cualquier horizonte o nuevo paradigma social en Colombia. Han estado demasiado cómodos con décadas de desigualdad, des/ombligamiento, exclusión y violencia.
Por consiguiente, poner la vida en el centro de la discusión política, hablar de paz o promover filosofías de vida como el Buen Vivir y el Vivir sabroso se edifica como una amenaza frontal a los intereses. Lo que corresponde a máximas fundamentales de una sociedad democrática ha sido convertido en búsquedas de personas “delirantes”, “esquizofrénicas”, “tontas”, “imposibles”, “mitos”, “destrucción”. De ahí que los ataques hacia los representantes políticos de estas corrientes políticas del nuevo mundo en el siglo XXI, como la vicepresidenta y ministra Francia Elena Márquez Mina y el presidente, Gustavo Francisco Petro Urrego, sean tan viscerales y rayen con lo miserable. Entonces, ante este vacío ontológico y discursivo, y el creciente empoderamiento de “los-as nadie”, desesperadamente han acudido a la “patologización”, hacer de lo fundamental lo imposible.
Han sido flagrantes todos los entuertos contra la materialización de la agenda de Cambio en el país. Los debates inocuos, la oposición sin argumentos, la incitación al golpe de Estado, el llamado a las calles bajo el “empute” poblacional, las sospechosas tomas de tierras, la reorganización armada de ganaderos, el saboteo en las instituciones mediante sus funcionarios a fines a sus intereses, las continuas acciones de boicoteo a través de algunas de sus empresas afines, la tergiversación de la información, las continuas denuncias ante las altas cortes contra el Plan de Desarrollo y las políticas sociales, los repetitivos insultos y la continua evocación de vocablos como “salvar el país”, “caos”, “guerrilla”, “ineptitud”, “vagos”, “inviabilidad”, “mamertos”, “vándalos”, “toma guerrillera”, “enfermos por el poder”, por parte de la oposición contra el gobierno del cambio hacen parte de un recurso mediático para mover la percepción del pueblo colombiano. Pretenden decididamente ralentizar la agenda de cambio. Por ello, hay que “patologizar” públicamente los derechos fundamentales.
YEISON ARCADIO MENESES COPETE
Columnista Invitado
[i] Miembro de la Asociación Colombiana de Investigadoras e Investigadores Afrocolombianos, ACIAFRO
Doctor en Estudios Ibéricos y Latinoamericanos.
Docente Universitario
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