02 de diciembre de 2021
Por: Arleison Arcos Rivas
Uno de los insectos más bellos y provechosos se comporta como un tractor fertilizador natural en los ecosistemas colombianos, y lo hace alimentándose de mierda. Cuando no se instala sobre la materia fecal, la arrastra, haciendo bolas que abonan la tierra. Por eso le llaman Cucarrón Mierdero o, con mayor decoro, Escarabajo Pelotero. Lo curioso de este animal, aparte de su condena alimenticia, es que arrastra o empuja la bola de excretas que arma, orientándose en la noche con precisión y moviéndose en rigurosa línea recta hacia atrás y no hacia adelante; tal como hace uno de los políticos más influyentes de las dos últimas décadas en Colombia.
El Cucarrón Mierdero vuela raudo y no pierde tiempo buscando su excreta comida, sobre la que se para o la empuja. El nuestro, de igual forma, se ha aposentado, traspasado y roído cualquier límite legal y constitucional, mientras crecía. Ya agigantado, ha perforado toda superficie institucional para devorarlo y corromperlo todo, alimentando a un hambriento e inseparable enjambre de ratas que sólo podrían haber crecido devorando el vomitivo nutriente de heces que deja a su alrededor.
La proliferación de sindicaciones, condenas, procesos judiciales en curso, ruidosos negociados sobreseídos o caducados por diligentes vencimientos de términos, y el elevado incremento de la venalidad y la corrupción característico de su círculo cercano y del espectro ampliado en el que aun influye, constituyen un legado decadente y desinstitucionalizador imposible de emular; por fortuna, sumido hoy en una aparente tendencia a la extinción.
Tanto que quienes se ufanaban de su cercanía para ganarse adeptos en los momentos de mayor euforia y adhesión a su pequeña figura de gamonal finquero y caballista mandamás, hoy sopesan los efectos de su frecuente rechazo mayoritario. De hecho, muchos entre quienes lamían las suelas de sus Crocs, hoy dudan de aceptar su apoyo, pues su deteriorada imagen de eterno intocable ya no funciona como amuleto bienhechor. Curiosamente, en la antigüedad egipcia, también se acudía a la efigie del Mierdero como Cucarrón protector.
Aunque este Cucarrón Mierdero ha procurado gastar sus últimas energías en un juego de simulación en el que ha distribuido a varios de sus diestros adeptos correteando en el centro en un tablero político enrevesado y onírico como el colombiano, los eventos sociopolíticos de finales del 2019, reanimados con el paro del 2021, dejan muy poco margen para que los 12 millones de nuevos electores, más 8 que votaron una opción diferente en 2018, le copien y caigan bajo su influjo autoritario. El grito de “paraco” de mal origen, con el que lo corean en calles, estadios e incluso en sus antiguos dominios, lleva a presagiar el desgaste de su señorío y la segura derrota con la que sellará su periplo como adalid belicoso y patriotero. Sin embargo, superado el efecto perdurable de tan nefasta figura, la “cosa política” no parece ni tan cosa ni tan política.
El panorama electoral pareciera poner en el partidor a fuerzas homogéneas que se disputarán la presidencia. No es así. Aunque alienta ver caras nuevas, otras voces e incluso rostros con colores que retan la monocromía del poder en Colombia; las figuras más representativas en las encuestas no están ganando impulso como alternativas de unidad que puedan encarnar un proyecto de país con futuro, en el que resulte posible superar el inveterado escollo de la guerra y la atomizada diversidad de sus agentes, intereses y causas, con el que se ha alimentado hasta ahora el sindicado carroñero.
Además, con los antecedentes de incidencia de dineros provenientes del narcotráfico y de la contratación estatal, así como la subvención masiva desde la alta dirección financiera, que es igualmente la alta corrupción en Colombia; tampoco queda claro quienes estarán finalmente lidiando en esta contienda. Este escenario se enrarece mucho más con la intentona del ejecutivo que busca eliminar las cortapisas a la contratación estatal, confeccionando de modo irregular la modificación a la ley de garantías electorales; haciendo evidente que todavía hay carroña y carroñeros en la disputa.
Sumando al menos tres docenas de aspirantes en cinco coaliciones anunciadas hasta ahora (Pacto histórico, de la esperanza, de la experiencia, por la libertad, Colombia nos une), junto a elegibles por partidos e inscritos como independientes, aparece una nutrida baraja de quienes exhiben impecables hojas de vida pública, fijan el mérito en sus ejecutorias o, pese a los cuestionamientos y procesos abiertos, aspiran a alcanzar la magistratura presidencial. Entre estas y estos, elevan toldas electorales quienes ocultan sus verdaderos financiadores, hacen silencio respecto de los pactos sobre lujosos manteles o se esmeran en no dejar huellas de sus encuadres bajo la mesa.
Contra la transparencia de las opciones en juego, padecemos a grupos de informadores y canales noticiosos que desdibujan las perspectivas en la lid electorera, obnubilando las opciones disponibles, agitando odiosas enemistades, desacreditando candidaturas y vendiendo ruidosas polarizaciones que no permiten a la gente hacerse a una opinión madura e independiente para empeñarse en cumplir el oficio de la ciudadanía.
De ahí la importancia de darle mayor eco a las palabras de una de las aspirantes al roñosamente llamado “Solio de Bolívar”. Francia Márquez, quien adhirió al Pacto Histórico elevando banderas contra “la cultura de la muerte”, afirma que «el sistema nos está tragando ya. Entonces, sabiendo eso, toca intentar un cambio, construir un juego propio desde abajo” en el que “la gente se sienta con la capacidad de creer que un nuevo poder está en el pueblo, en los sectores marginados, a los que les han hecho creer que no tienen poder».
Nada anhelo más que ver llegar el día en el que la influencia coprológica del Cucarrón Mierdero, perpetuado como “presidente eterno” por sus zánganos cófrades y bienhechores, ceda ante la diligente persistencia de las abejas, mucho más efectivas y necesarias en la polinización de nuestra flora política.
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