Clase media arribista

Por Última actualización: 13/11/2024

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10 de agosto de 2023

Por: Arleison Arcos Rivas

El sonsacamiento o el asesinato han sido estrategias de las elites colombianas para sostenerse en el poder. Una vez cooptados sus alfiles, para alimentar su poderío, han alimentado a una clase media arribista y emergente, dispuesta a todo y sin límites éticos, capaz de vender a la madre, o al padre, si es lo que se requiere.

La semana anterior, el fiscal de la causa contra Nicolás Petro Burgos hizo evidente una máxima silenciosa con la que opera el ascensor social en Colombia: que el arribismo es norma. El emisario del ente acusador, Mario Burgos, indicó que el detenido se comportaba “como clase media arribista”, gastando en lujos y excentricidades que superan los 1.000 millones en el último año.

Sostener ese estilo de vida implica provenir de una familia pudiente, congraciarse con gente de alta alcurnia, o tener acceso a círculos con mucha plata, conseguida a toda costa y sin importar cómo.

En los dos primeros casos, los arribistas logran entrar en la rosca y simulan pertenecer, no porque hayan sido aceptados en los estrechos círculos del jetset criollo, sino porque adquieren los hábitos de aquellos que los ceban, sin que puedan llegar jamás a confundírseles. Así ha sido desde siempre, cuando se pagaban “gracias al sacar” para blanquearse ante la Corona, por ejemplo, o se jugaba a ser gran empresario, siendo que la riqueza obtenida provenía de la inveterada práctica de contrabandear lo que fuere.

Comparten con los terceros la necesidad de ostentar como si se fueran ricos, pues esa es la norma del que obtiene plata como propósito vital, quien obra como reza el mandato popular antioqueño: “consiga la plata mijo, honradamente si puede. Si honradamente no puede, consiga la plata mijo”.

Las elites bien lo saben; pues muchos entre ellos también fueron emergentes, y entienden que el decoro, el pundonor y la escrupulosidad ceden ante la desvergüenza por ser señalado en la perpetuación de inmundicias e ilegalidades.

El consenso sobre estos asuntos ha sido y es contundente: “La murmuración pasa y el metal se queda en casa”, manifestaba en el siglo XIX José Ignacio Pombo, contando al rey peninsular las incidencias del contrabando en la economía de una colonia tan corrompida “en que se respetan tan poco las leyes y los derechos de los ciudadanos”. Este adelantado economista se pregunta, azorado, “¿cómo se puede esperar que haya candor, y patriotismo bastante para expresar las causas, y proponer los medios más propios para cortar de raíz el desorden en que son interesados tantos particulares y los que debían impedirlo?”

Citando a Pombo, Alfonso Múnera nos recuerda una de las aristas en el fracaso de una nación en la que la voracidad de la ilegalidad lo ha carcomido todo, excepto el acuerdo inviolable fijado entre las elites y las clases medias: lo que importa del poder, es la plata.    

Ni leyes, ni políticas, ni reformas, ni cambio. Poder y plata, como sea.

En buena parte de los cuadros empresariales y partidistas, influencia y dinero son las jambas que sostienen una puerta que gira, entre lo privado y lo público, por fuera de todo dilema ideológico. Tal esquema se estructura esmerándose en preparar elaborados organigramas que favorezcan la operación de la cleptocracia, ese sistema en el que la coincidencia entre política y economía institucionaliza la corrupción y favorece el control de los emergentes o arribistas con jugosas tajadas. 

Mermelada, aceite para la máquinaria, primas de éxito, acuerdos de “voluntad política, y otros muchos eufemismos, que evidencian la manera en la que el pillaje, el tráfico de influencias, la injerencia indebida, el aporte de recursos ilegales, la legalización del contrabando, el blanqueo de dinero, la captación ilegal, tantas otras modalidades delictivas campean entre códigos, leyes, decretos, sentencias, reglamentos, documentos de política pública, gastos de campaña ingresados o no,  que se acumulan y dispersan favoreciendo el desorden y la ineficacia de las autoridades de control.

El arribismo del mayor de los hijos Petro es tan descarado que una de sus hermanas, en un escandaloso audio ventilado en redes sociales, le advierte a Nicolás que es “la única que se está quemando el lomo para que no te metan en la cárcel”. Otro caso perdido de esta clase media arribista para la que todo vale, incluso poner en riesgo el legado político del padre.

A un año de la posesión del nuevo gobierno y, como escribimos hace meses, la familia del presidente nos está dejando petrificados, más ahora que se anuncian delitos que tendrán que ser probados; aminorando mes a mes las posibilidades de éxito en las cercanas elecciones regionales, y menguando el efecto posibilitador de un proyecto alternativo perdurable.

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CODA: El asesinato del candidato Fernando Villavicencio, quien se plantó frontal ante mafias y corruptos, proponiendo a Ecuador un Plan Nacional Antiterrorista que planteaba cero negociación con fuerzas criminales. No sólo el Movimiento Construye, sea cual sea su orientación política, sino todas nuestras naciones están informadas del poder devastador que han acumulado los nuevos carteles multicrimen, enemigos sin respeto a regla alguna, cuyo enfrentamiento inaugura una nueva y feroz ola de violencias, sobre lo que escribiremos en próxima ocasión. 

Sobre el Autor: Arleison Arcos Rivas

Arleison Arcos Rivas