19 de febrero de 2023
Por: Edna Yiced Martínez*
“Los hechos relevantes de una sociedad se repiten dos veces (…) una vez como una tragedia y la segunda vez como una farsa” Carlos Marx
En Colombia, un país marcado por la desigualdad el anhelo de la inmensa mayoría ha sido llegar a “ser alguien”, y durante muchos años el populacho creímos que ese sueño se lograba a través de la educación. Pero las promesas de ascenso social y económico a través de la formación técnica o profesional en Colombia, cuyas élites se han opuesto a cualquier apertura y reforma democrática, no sólo quedaron inconclusas, sino que palidecieron frente a otras posibilidades. La carrera política, el narcotráfico y negocio del espectáculo constituyeron una triada, las cuales a través de un despliegue de poder mediático, armado y financiero han orientado las aspiraciones y horizontes a las últimas generaciones. De esa forma, el arribismo del cual casi todos padecemos, ofrecía vías concretas de materialización, y “hacer plata” se convirtió en nuestro credo.
Desde la década de los noventas, los íconos del éxito, los protagonistas de la farándula dejaron de ser los señoritos y señoritas encopetados de la Capital. Ahora las revistas de negocios y espectáculo mostraban hombres del “común”, “terratenientes” “empresarios”, “hechos a pulso”, acompañados por mujeres voluptuosas, exhibidas al mismo nivel que caballos, vacas y camionetas, abrazados a representantes del poder político local, regional y nacional y adornados por reyes y reinas del espectáculo. Este nuevo escenario de poder sustentado por la mafia y la criminalidad, pero con el apoyo de las familias tradicionales, fue articulando un proyecto político de derecha fascista en el cual Álvaro Uribe Vélez fungió como ideólogo y ejecutor.
Esta nueva derecha se propuso “refundar la patria” expandiendo el control de tierras y poblaciones para negocios lícitos e ilícitos, y evitar a través del señalamiento, la masacre, el desplazamiento cualquier tipo de movilización o resistencia social que afectara los intereses de los ricos tradicionales y los que estaban en ascenso. Este refundar implicaba también consolidar una “identidad como país”, sustentada en la vieja pero funcional doctrina de un “enemigo interno” (la izquierda), encarnado no sólo en la guerrilla sino en cualquiera que reclamara, derechos exigiera justicia o se opusiera a sus intereses.
La década del noventa es también testigo del nacimiento de una sociedad civil que le apostó a un proceso de paz para lograr reformas a partir de un nuevo pacto social; la constitución de 1991. Comunidades históricamente excluidas y marginalizadas como los indígenas y las comunidades negras, mujeres, jóvenes y otros sectores se vuelven protagonistas de este proceso, y logran que se defina como funciones centrales del Estado la protección y la satisfacción de sus derechos individuales y colectivos.
Los noventa también es la década en la que nace Miguel Abraham Polo Polo. En la biografía de Polo Polo no hay nada excepcional, y tal vez no se le debería prestar tanta atención a este personaje, como él hay cientos de miles. Polo Polo nace, como gran parte de la población negra en una familia pobre, campesina en un pueblito del Caribe. Estudió en un colegio público, trabajó como vendedor de almacén, hizo una carrera técnica y como muchos otros pobres tuvo que suspender sus estudios universitarios en administración pública en la Universidad de Cartagena por falta de dinero. En Polo Polo tampoco es excepcional su ideología política, su discurso y menos sus estrategias de acenso social; es más fácil conseguir plata y poder si se es de derecha.
De estudiante “desertor” Polo Polo se convierte en productor de contenido anti- petrista con la esperanza de ganar atención, indulgencias y reconocimiento del partido de sus “afectos” el Centro Democrático. Sin embargo, en su primer intento fracasa y este partido le niega el aval para la alcaldía de Tolú. Polo Polo, herido en su ego y decepcionado de “su” partido hace un video quejándose de las prácticas del CD. Las pataletas de Polo Polo de nada valieron, se quedó sin aval y sin candidatura.
Pero, aunque se tarde la derecha y más si es extrema, tiene capacidad para identificar y promover a sus cuadros. A Polo Polo, el muchachito pobre de piel oscura, de provincia, de mirada tierna pero beligerante y ácido hacia todo lo que en sus fantasías o en la realidad parezca de izquierda, progresista se le apareció un “hada madrina”; la congresista María Fernanda Cabal. Esta mujer, quien en una combinación de mecenazgo y “sugar-mamismo”, le pagó a Abraham Miguel la universidad, le compró el celular, y lo está “presentando en sociedad” con la esperanza de que sus copartidarios vean en el un líder político.
Esta combinación entre arribismo y estratagema política es lo que hace a Polo Polo un personaje interesante. Miguel Abraham expresa un fenómeno social tristemente generalizado en nuestro país “el wannabe”, “el trepador”, “el oportunista”. Por otro lado el afán de la extrema derecha de abonarle el piso a este “don nadie” es una muestra de su descomposición, falta de liderazgo y estrategia política. María Fernanda Cabal, Paloma Valencia, Angela Holguín entre otras y otros pretenden hacer de Polo Polo el rencauche de Uribe, intención que para el mismo Uribe debe resultar una farsa. El sector más recalcitrante del Uribismo instrumentaliza la biografía de Miguel Abraham para proyectarlo como un líder hecho a pulso, el producto perfecto del neoliberalismo, ya incluso lo llevaron a montar caballos. Y Polo Polo consumido por el afán de ascenso social, por las ansias de poder y reconocimiento, y endeudado hasta el celular es un “idiota útil”, un “bufón” ruidoso quien, aunque resulta insoportable para el odio y el intelecto, no es más que la expresión de una derecha agotada y en decadencia.
* Doctora en Sociología de la Universidad Libre de Berlín en Alemania. Analista y activista política.
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