24 de enero de 2024
El año pasado, la superficie del planeta tuvo la temperatura más alta antes registrada. Según la NASA, el calor extremo que padecieron miles de millones de habitantes de la Tierra tuvo en el mes de julio su pico más extremo en la historia medible de la temperatura terráquea. Los científicos coinciden que el aumento de la temperatura obedece en este tiempo a la confluencia del fenómeno de El Niño, pero fundamentalmente, a la creciente e incontrolada emisión de gases efecto invernadero derivados principalmente del uso de combustibles fósiles.
Sin embargo, terminado entre abril y junio de este año el fenómeno cíclico de calentamiento del Océano Pacifico llamado El Niño; continuaremos soportando oleadas de calor lesivas para los humanos y para numerosos ecosistemas. Las consecuencias que ya están ocurriendo en el mundo amenazan la estabilidad de todas las formas de vida conocidas en nuestra “casa común”.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el aumento de la temperatura del planeta propicia la propagación de bacterias, virus y hongos que llegan a ser mortales por su resistencia a los medicamentos. Esta epidemia fue bautizada por el organismo internacional como “la pandemia silenciosa”. Entre los bebes y ancianos, que son los grupos etarios más vulnerables al calor extremo, las muertes se han incrementado en un 85% desde la década de los noventa. La plataforma de científicos Lancet Countdown, que monitorea las consecuencias del cambio climático sentenció recientemente en un informe de más de un centenar de expertos que: “la salud de la humanidad está en peligro”, y en caso de que la temperatura promedio del planeta aumente 2°C, los decesos por esta causa se dispararían en un 370° en un par de décadas.
En medio de este panorama dantesco para el planeta y sus moradores, la institucionalidad mundial y la burocracia internacional ambiental no ha logrado cumplir las metas que se cacarean cada año en las COP. Lo de acelerar la transición energética y reducir las emisiones a 2030 son propósitos que sucumben ante la voracidad consumista y extractivista del modelo económico imperante, y que parecieran solamente interesarles a las naciones que no impactan seriamente con sus emisiones de CO2 al planeta. El Programa para el Medio Ambiente de la ONU declaró hace dos meses que los países con mayores emisiones de gases efecto invernadero no están comprometidos con la reducción de la producción de carbón, petróleo y gas en los años venideros. Por tal razón, el objetivo de limitar el aumento de la temperatura mundial a 1.5°C, es otro igual al ideario con el que surgió la ONU: “el mantenimiento de la paz mundial; y es consabido que el organismo no ha sido capaz de detener los más sangrientos conflictos en el mundo.
En Colombia el panorama es preocupante. Ya hay zonas que no son costeras registrando temperaturas por encima de los 40°C. Los incendios forestales están aumentando de manera exponencial, hay 583 municipios en alerta roja; y aunque en algunos casos coinciden los factores climáticos con manos criminales, lo cierto, es que el daño ambiental que se está generando es irreparable, como en el caso del incendio que consumió decenas de hectáreas de frailejones en el Páramo de Berlín.
Queda corto el espacio de esta columna. Entretanto, le asiste plena razón al presidente Gustavo Petro cuando afirma que “la prioridad del mundo debe ser la descarbonización de la economía”.
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