26 de octubre de 2023
Por: Arleison Arcos Rivas
La disputa electoral por la Alcaldía de Santiago de Cali, insufriblemente superflua y superficial, no deja lugar al optimismo. A la espera de que 1.800.000 ciudadanas y ciudadanos habilitados para votar, tomen la decisión de darle rumbo a la vida política de la ciudad, todo parece indicar que Cali será la ciudad con la más alta inasistencia a las urnas.
El abstencionismo en Cali ha sido histórico en las elecciones locales, registrando una notoria participación electoral en 2022, a consecuencia de la activación política producida por el paro nacional y la protesta social. No obstante, en elecciones locales, Cali ha fluctuado entre el 52% y el 60% de los electores que han decidido marginarse de aportar su sufragio, sin que acudan a alternativas como el voto en blanco para manifestar su insatisfacción, debilitando así el proceso decisional democrático.
En febrero del presente año publicamos en DIÁSPORA la columna cuatro en línea, punzando por la liviandad en las últimas administraciones de Santiago de Cali. Retomo apartes de aquella nota, cuestionando la ausencia de un debate serio en torno a las oportunidades perdidas y la evidente insostenibilidad del actual proceso de gestión urbana, por el que Cali malgastó su esplendor y deslució la vivacidad que alimentaba su imagen como ciudad cívica y Sultana del Valle.
En los careos entre candidaturas, este asunto tan sensible a la otrora “ciudad cívica” tendría que haber ocupado el espacio de las discusiones políticas, comprometiendo la generación de opinión en los escenarios y redes disponibles. Sin embargo, la tiradera y las calumnias le ganaron a la disputa argumentativa.
Acusaciones de continuismo, de pertenencia oligárquica y clientelismo marcaron una campaña muy pobre en ideas. La pobreza de la discusión política en la ciudad se ha hecho evidente en estas lánguidas garroteras, caracterizadas por vituperios, ataques personales y mutuos endilgues, principalmente entre los dos aspirantes más opcionados, antes que por una sólida exposición de propuestas argumentadas y contradicciones serias en torno al futuro de la ciudad.
Hoy no parece posible que la ciudadanía alcance a diferenciar las distintas candidaturas respecto de sus posturas en torno a los retos y oportunidades que Santiago de Cali debe asumir mirando hacia el porvenir, apuntalando decisiones administrativas integradoras, proyección urbanística, sostenibilidad ambiental, movilidad incluyente, generadora de encuentros ciudadanos y diálogos socioeconómicos que estimulen mayores oportunidades de trabajo, vida y bienestar para la ciudadanía.
Incluso en el principal reclamo ciudadano, la seguridad, las propuestas resultan pastosas: tecnología de vigilancia, drones, más policías, entre otras propuestas que parecen un recetario salido del vademécum de los asesores políticos.
Tampoco ganó sentido la polémica en torno al carácter de Distrito Especial Deportivo, Cultural, Turístico, Empresarial y de Servicios, Santiago de Cali que el alcalde electo deberá afinar para que entre en vigor hacia el final de su mandato. La ciudad dista de haber encontrado una fórmula que asegure la articulación del aparato institucional con los diferentes sectores productivos y las diversas expresiones de la ciudadanía participante, a la espera de poner a la ciudad en el camino hacia la transformación de sus indicadores.
El proceso mismo de adopción del modelo territorial para concretar la expectativa de ordenamiento distrital evidenció serias deficiencias técnicas y marcadas discrepancias respecto de su implementación, la estructura que debe adoptarse hacia el 2027, y la mejor manera de rediseñar los servicios institucionales de acuerdo a las particularidades correspondientes a la nueva demarcación en la topografía distrital, incluida la inmensa y compleja ruralidad acogida ahora como localidad unitaria.
En ese contexto, una ciudad que sigue expandiendo sus laderas y presionando sus antiguos barrios céntricos para adentrarlos en nuevos procesos de gentrificación, camina a tientas hacia su futuro cercano, sin concertar la gestión de sus problemáticas, especialmente en seguridad, la proyección de las soluciones de política pública pertinentes y las alternativas adecuadas para armonizar el largo plazo.
Ante el descontento con las actuales ofertas electorales, para el domingo 29, resulta posible que la ciudad agigante el voto en blanco. De configurarse, ese resultado sería una manifestación contundente ante el desprestigio de los partidos que, al mismo tiempo, se han presentado bajo el supuesto disfraz de iniciativas cívicas, llevando a la ciudad hacia dos décadas de rezagos.
Con un voto consciente de la ciudadanía, el domingo veremos si Cali puede volver a ser “luz de un nuevo cielo”.
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