Gobierno pegado con babas

Por Última actualización: 19/11/2024

Por: John Jairo Blandón Mena

Dos de las causas por las que en 34 días de movilización aún no se vislumbra el fin del levantamiento popular son la arrogancia e ineptitud de Duque. Ambas lo han llevado a minimizar el descontento generalizado y a interpretarlo como una expresión petrista, terrorismo urbano, una confabulación rusa y venezolana contra su Gobierno y una alianza de los jóvenes del país con disidencias y bandas criminales.

Su arrogancia e ineptitud han dado paso al terrorismo de Estado como respuesta a las movilizaciones. Duque, para posar de democrático convoca a sectores ilegítimos que carecen de representatividad a diálogos estériles e improductivos. Hace tres semanas se reunió con 40 jóvenes de distintas zonas del país preseleccionados por sus asesores, a quienes les permitió hablar individualmente por dos minutos, luego de los cuales se vino una larga perorata en la que se vanaglorió por los avances de su Gobierno en materia juvenil.

Y convoca a todos los sectores a dialogar. Y cree él, que la nación necesita más palabrería y actas con acuerdos firmados. Aquí, los pueblos étnicos, los sindicatos y los sectores populares rara vez se movilizan pidiendo reivindicaciones nuevas. En la mayoría de los casos como este, lo único que exigen es el cumplimiento de acuerdos trasgredidos. Como el de la promesa de campaña de Duque: más salario menos impuestos.

Duque y sus funcionarios han mostrado en estos 34 días no solamente su incapacidad, ineptitud y falta de lectura política sino su total descoordinación. Bien lo decía un periodista recientemente, este Gobierno parece estar quitándole el trabajo a los humoristas. Los ejemplos son múltiples.

La vicepresidenta ahora canciller, el pasado 25 de mayo públicamente desde la sede de la OEA en Washington rechazó la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos al país, y un día después contrariándose, expresó que “la CIDH puede ingresar a Colombia si así lo requiere. El recién posesionado comisionado de paz llegó a un acuerdo con el Comité de Paro en Buenaventura, y Duque, pero también Uribe al día siguiente lo desautorizaron integralmente en entrevista radial uno y el otro por Twitter. El exdelegado de Duque para las negociaciones con el Comité del Paro renunció a su cargo, al día siguiente se lanzó como candidato presidencial, no sin antes lanzarle dardos venenosos a esa negociación y a la injerencia de Uribe en el Gobierno. El ministro de Defensa responsabilizó a los rusos por supuestos ataques cibernéticos a Colombia, lo que generó un diferendo diplomático respondido contundentemente por la Cancillería de Rusia que los calificó de señalamientos infundados ante la inexistencia de pruebas por parte del Gobierno colombiano. Y, el ministro de Justicia, afirmó que el más de medio centenar de muertos no tenían nada que ver con las movilizaciones, sino que fueron producto de riñas callejeras y de situaciones aisladas.

Este Gobierno pegado y sostenido con babas no tiene ni tendrá la capacidad de liderar el consenso multisectorial que se requiere para superar esta movilización. No tiene liderazgo en el presidente ni en alguno de los funcionarios que lo rodean. En tiempos de Virgilio Barco su secretario privado German Montoya Vélez era quien le imprimía el liderazgo que él no tenía, o en el cuatrienio de Ernesto Samper fue Horacio Serpa el escudero y defensor de la obra de Gobierno. Santos y Uribe tuvieron fuertes bancadas parlamentarias aceitadas con mermelada. Pero Duque, que ha utilizado igual la mermelada, no tiene en su sequito quien salga a su rescate, pues todos sus ministros más próximos son imberbes en materia política.

Por el lado de su propio partido le quedan muy pocos apoyos. El mismo Uribe, ante la debacle del Gobierno Duque, que es su propia debacle, se lavó las manos afirmando que al presidente le ha faltado autoridad. Y sus demás copartidarios han expresado posturas que parecieran más de opositores que de verdaderos miembros del partido oficialista.

Así las cosas, Duque sin respaldo popular, con desaprobación por encima del 75%, con su fragmentado partido en contra, con una bancada en el Congreso que no lo apoya de frente por temor a perder electoralmente en la próxima contienda electoral donde casi todos pretenden reelegirse y para no aparecer desintonizados con el clamor popular. Con una movilización creciente, con un accionar institucional cuestionado por propios y foráneos. Y, sobre todo, con una deslegitimación absoluta no tendrá capital político para superar esta crisis ni para terminar su periodo.

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