10 de agosto de 2021
Por: John Jairo Blandón Mena
Kevin Julián León y Hussein Sabbagh eran dos jóvenes, uno de 16 años nacido en Colombia y el otro de 13 de nacionalidad siria. Su cercanía en edad no era lo único que tenían en común, a ambos les toco padecer un cruento conflicto armado en sus territorios: al primero en la comuna seis de la ciudad de Medellín, zona en permanente disputa por estructuras delincuenciales barriales que a sangre y fuego contienden por el control de las rentas ilegales. Al segundo, en su ciudad, Damasco al sur de su país, que ha sido epicentro de la más mortífera guerra civil azuzada por intereses foráneos.
Kevin cursaba el grado decimo y soñaba con ser arquitecto. En su barrio Kennedy era reconocido por su carisma y liderazgo estudiantil. Decidió hacer parte de la ONG “Héroes y Heroínas de Amor” que llevaba operando por varios años en ese territorio. Kevin se dedicó a dar charlas entre los niños y jóvenes de su comunidad, a explicarles el valor de la tolerancia y a motivarlos para que, con él, optaran por caminos distintos al de la delincuencia y la drogadicción. Concomitante con su accionar, en ese sector de la ciudad no cesaban los muertos producto del enfrentamiento de los unos con los otros. Kevin iba ganando audiencia y sus espacios de paz cada vez generaban más impacto, a tal punto, que logró que varios jóvenes se rehusaran a engrosar las filas de los grupos armados necesitados de combatientes de los propios entornos.
A miles de kilómetros, en Siria, Hussein Sabbagh y su familia seguían soportando, como lo hacían desde 2017, los feroces bombardeos y los ataques del ejército del régimen de Bashar al Assad. Habían perdido la cuenta de los desplazamientos que tuvieron desde que salieron de Damasco hasta establecerse temporalmente en las localidades de Al – Fua y de Binnish al noreste, los últimos bastiones no controlados por el establecimiento. Hussein junto a un artista local se dedicaron a pintar murales coloridos entre los escombros y paredes derruidas por los cohetes y los bombazos. Los murales mostraban la destrucción de la guerra y el anhelo de su pueblo de vivir en paz.
Kevin Julián León no pudo cumplir su sueño de ser arquitecto ni el de ver su barrio en paz. El 21 de julio de 2018 mientras caminaba a una clase comunitaria de inglés, dos hombres que se transportaban en motocicleta le dispararon en varias oportunidades hasta asesinarlo. Con tan solo 16 años, su energía vital para construir una sociedad mejor amenazaba las pretensiones de los violentos que sólo quieren arrebatarle los sueños a muchos abandonados a su suerte por la inexistente institucionalidad garantista de derechos.
Tampoco pudo Hussein Sabbagh ser futbolista. Varios bombardeos de artillería ordenados la semana pasada por el régimen a la ciudad de Al-Fua donde se encontraba con su familia, lo asesinaron a él y a sus hermanos de 17 y 23 años.
Aziz- al Asmar, artista con quien el niño hizo los murales lamentó su muerte diciendo que Hussein le había contado sus deseos de ser pintor. El artista fue al lugar del ataque y junto con otros niños que escaparon de morir en otro bombardeo en la ciudad de Aleppo pintaron un mural en su honor. En medio de lágrimas afirmó que “pintar sigue siendo una forma de aferrarse a la esperanza y recordarle al mundo que los sirios todavía sueñan con la paz y la justicia”.
Entretanto, Kevin es considerado el líder social más joven asesinado en Colombia. Su madre, que desde el homicidio pasa más tiempo hospitalizada que en casa, afirma que el niño soñaba con ver su barrio en paz porque desde que nació solo vivió en el cruce de disparos. La Policía local concluyó que su muerte obedeció a su actividad de liderazgo social en el barrio.
Los casos de Kevin y de Hussein demuestran que aquí, allá o acullá la lucha más férrea que deben dar los Pueblos es la de parar la confrontación armada. Y, a veces, un voto es la mayor declaración de guerra en contra de una nación.
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