31 de agosto de 2021
Por: John Jairo Blandón Mena
La semana pasada, Alejandro Gaviria Uribe, ex rector de la Universidad de los Andes anunció su candidatura presidencial. Inmediatamente, un inusitado despliegue mediático exhibió el hecho con coincidencias sorprendentes. Al parecer, los medios dominados por los grandes emporios económicos concertaron presentar al candidato como el salvador del presunto acabose que –según ellos- acontecerá si se elige a alguien del Pacto Histórico.
En las sucesivas entrevistas en las que apareció Alejandro Gaviria se caracterizó como un gran académico e intelectual, quien, por esas dos condiciones, ya pareciera estar ungido para sentarse en el solio de Bolívar. Habló de sus libros, de sus investigaciones académicas, de su gestión al frente de los Andes y de su superación que lo llevó a doctorarse en los Estados Unidos ¿Cómo sí esto último no lo hicieran el común de los hijos de la élite, como es él?
Que un presidente sea académico no garantiza que su obra de gobierno se aleje de la tiranía, la corrupción y la criminalidad. El caso de Alberto Fujimori es ilustrativo; él, luego de posgraduarse en Estados Unidos fue un eminente profesor de matemáticas, decano y rector connotado de la Universidad Agraria del Perú. Hoy cumple una condena de 25 años por delitos de lesa humanidad cometidos durante su sangrienta presidencia.
Sin dudas, Alejandro Gaviria es un académico. Pero siendo intelectual ha sido también un burócrata que ha servido a los intereses más impopulares y elitistas del país y de la región. Por su formación y concepción neoliberal, pasó alineando muy bien su pensamiento como consultor del Banco Interamericano de Desarrollo e investigador de Fedesarrollo. Y, haber fungido como subdirector de Planeación Nacional de buena parte del primer periodo presidencial de Álvaro Uribe Vélez, lo hace tener una alta dosis de responsabilidad en el diseño de las políticas de esos ocho nefastos años para la nación.
Y, que es un reformista, lo es. Pero sus transformaciones son micro porque no tocan la estructura del statu quo. Siendo ministro de Salud en el segundo periodo de Juan Manuel Santos, lideró el proceso de regulación de los precios de los medicamentos, pero a la par, defendió a rajatabla la ley 100 que sustenta la mercantilización de la salud y su desnaturalización como derecho.
Alejandro Gaviria se vanagloria del legado de su padre Juan Felipe, con quien tiene varias coincidencias. Fue también académico como él, rector de la elitista Universidad Eafit de Medellín mientras su hijo fue de otra igual que es los Andes, ambos exministros y neoliberales. Faceta que demostró el progenitor en su impulso a la privatización de las Empresas Públicas de Medellín, cuando el exalcalde Sergio Fajardo lo puso allí con esa finalidad.
Lo que es cierto, es que los sectores que detentan el poder en Colombia, harán todo lo posible y hasta lo imposible para aniquilar las opciones de ascenso de un gobierno alternativo y popular que plantee las reformas que la mayoría de la nación necesita para vivir en dignidad. Ese plan implica, apostarles a candidatos que mediática y formalmente posen de intelectuales, académicos, alternativos, independientes y reformistas, pero que en la realidad y en sus ejecutorias encarnan de manera concreta las pretensiones guerreristas, acumuladoras, destructoras del medio ambiente y empobrecedoras de las mayorías que tienen las elites.
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Muy necesario leer desde otro lugar este candidato, que hoy posa como un hombre inteligente y abierto.